Es hermoso despertar y sentirse en los brazos del Señor, escondido en su amor, rescatado de la religiosidad exhibicionista, elegido para ser parte de su alianza para la eternidad. Tendremos que pasar por debajo de su vara (Ezequiel 20.37) pero valdrá la pena si hemos sido elegidos.
Si quiere escuchar un hermoso himno de alabanza de la autoría de Dios y cantado por Pablo especialmente para Ud., dedique un breve tiempo a leer Efesios 1.3-14. Recuerde que sólo a quienes desean ardientemente conocer a Dios, les serán reveladas la verdad y la justicia a través de su Palabra (Ro 1.17).
Interprétese alabanza como celebración. Dios nos celebra aun siendo imperfectos y frágiles. Nos vio desde la eternidad y nos escogió para la eternidad y en su soberanía nos bendijo en Cristo y nos afirmó en Él para ser parte de su asamblea, de su iglesia, un pueblo separado para su gloria. “Nos escogió en él desde antes de la fundación del mundo” (Efesios 1. 4). Todas las bendiciones de Dios para sus hijos comienzan con esa elección. El comienzo de disfrutar de los beneficios de esa elección, parte de la salvación en Cristo. ¿No es un privilegio ser parte del pueblo de Dios?
¿Sabías que eras un elegido de Dios en Cristo? No te asombres. Celebra esa condición inmerecida que el Señor te dio desde que lo dejaste entrar en tu casa. Ni te jactes. Tus méritos no fueron motivo de tu elección, si no su soberanía divina y la sangre del Cordero de Dios “que quita el pecado del mundo” (Juan 1.29). Los elegidos deben responder en gratitud y la gratitud debe reflejarse en el testimonio de una vida redimida que sólo anhela la gloria de Dios.
Así lo hizo Pablo. Cuando medito en el asunto de la elección divina en Cristo, no puedo dejar a Pablo afuera. El pecador que asolaba a la iglesia, el fariseo convencido, el corazón que aprobó el linchamiento de Esteban apedreado por la multitud (Hechos 8. 1-3). O a Migdalia, una hermana de la fe, quien escupía al suelo con repugnancia cada vez que pasaba por el frente de la iglesia y blasfemaba de Cristo a voz en cuello. Ambos renacidos por la gracia de Dios con la diferencia de dos mil años, porque Él no ha cambiado sus criterios de elección. “…Dios me había apartado desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia…” (Gálatas 1.15).
La plenitud de vida en Cristo derrumba los excesos y edifica los muros de la santidad. Somos dichosos y tenemos promesas de una hermosa bienaventuranza: “Cuán bienaventurado es aquel que Tú escoges, y acercas a Ti, para que more en Tus atrios. Seremos saciados con el bien de Tu casa, Tu santo templo” (Sal 65.4).
¡Dios te bendiga!