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Vida plena – Apacentando la grey

El apóstol Pedro dejó también una urgente comisión a la iglesia de Jesucristo. Algunos lo entienden como un encargo sólo para los líderes, pero creo que en el contexto del mundo actual su cumplimiento es para toda la iglesia. La iglesia como comunidad de fieles en Cristo necesita cada vez más a hombres y mujeres que entiendan el significado de apacentar.

Apacentar es una metáfora de pastorear. Pastorear es una metáfora cultural. Pedro no está expresando un deseo, sino una orden, un mandato, una misión (como la Gran Comisión de Cristo). Esta comisión de Pedro no está dirigida a gerentes, ni a empresarios, ni a presidentes, ni a sindicalistas, sino a pastores o a aquellos que llamados por Dios ejercitan el ministerio de la piedad y el amor fraternal con la diligencia que corresponde a la ocasión. ¿Por qué prometer un bien para mañana si lo puedes dar hoy? ¿Por qué dejar para después el anuncio de las Buenas Nuevas de salvación a esa persona que Dios ha puesto en tu corazón si sabes que es un asunto de vida o muerte? ¡Sí, la salvación es un tema de vida o muerte!

Después de preguntar 3 veces a Pedro- ¿Me amas?- y este contestarle afirmativamente, Jesús no le dijo: -Gracias Pedro por amarme-, sino: -Apacienta mis ovejas-(Juan 21.17), es decir cuida a tus hermanos como un pastor a sus ovejas. La iglesia debe tener un corazón apacentador y aunque los pastores al frente de las iglesias deben ser respetados como tal, cada miembro de la congregación debe prepararse para, llegado el momento oportuno, ante la necesidad de cualquier otro hermano o hermana, asumir el rol de apacentador. ¿Qué significa apacentar?

En primer lugar significa alimentar. ¿Cuál es el alimento y cómo se debe alimentar? La palabra de Dios es el alimento, o el buen consejo basado en las Escrituras. Todos podemos alimentar al cuerpo de Cristo, no es necesario ser un bibliólogo, ni haber pasado por muchos discipulados. La palabra fresca es un bálsamo que alivia dolores y alimenta el alma. Es un asunto del corazón más que de la erudición, no del emocionalismo, sino del fluir de una verdadera relación con Dios. Cuando tenemos una verdadera relación con nuestro Señor podemos ser apacentadores con su Palabra.

Otro significado es guiar. No somos el Espíritu Santo, pero si él mora en el cristiano, entonces él nos capacita también para guiar a otros. No necesariamente hay que ser un líder, sino más bien tener un corazón de siervo. En la iglesia abundan las ocasiones para encauzar a otros hermanos que son más débiles, que no han crecido lo suficiente, que han caído y necesitan restauración. Las ovejas caen a menudo, resbalan, se meten en los desiertos de la vida y necesitan la mano de un siervo vigilante y piadoso. Guiarlos para movilizarlos a la acción, servirles con la mejor exhortación, ministrarles para buscar de conjunto la mejor solución a su problema. Cada uno debiera estar atento a las necesidades espirituales de aquellos que están a nuestro alrededor y guiarles con la ayuda del Espíritu.

Un tercer aspecto es el de cuidar (proteger). El humanismo cala en las iglesias, se nos cuela vestido sutilmente con atuendos de última moda, pero sigue siendo un sistema contrario al cristianismo, por tanto “ateo”. Hay muchas nuevas doctrinas, tendencias religiosas, modas, mejunjes de cualquier tipo de “espiritualidad” que dicen traer paz y bienestar, pero al final llevan a la separación de Dios. Recientemente escuche a una hermana en Cristo decir que el “yoga” era lo mejor para ponerse en contacto con lo divino. Me reservo lo que le dije, por respeto. Tenemos demasiadas razones para proteger al rebaño de Dios de lobos rapaces y doctrinas de panfletos.

El pueblo de Dios necesita apacentadores mientras llega el pastor anunciado por el profeta Ezequiel en el versículo que encabeza esta meditación; gentes transformadas por el poder del evangelio (Romanos 1.16 y Tesalonicenses 1.5), ungidos por la Palabra; que apacienten, pero que también se dejen apacentar. Tú eres uno de ellos, no lo dudes. ¡Lleva la Palabra a la acción!

¡Dios te bendiga!

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

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