Estoy convencido de que la primera bendición que nos ha venido de Dios, luego de ser salvos, es que hemos sido aceptados en Cristo. Muchos hermanos todavía creen que Dios nos acepta de acuerdo a nuestro comportamiento y buenas obras. Este parece ser un enfoque equivocado. Nuestras obras, si son buenas, son consecuencia de la fe, por tanto, es la fe lo que cuenta para Dios en primer lugar. Es el Espíritu que recibimos en el nuevo nacimiento. Pablo a los hermanos de Galacia: “Sólo quiero que me respondan a esto: ¿Recibieron el Espíritu por las obras que demanda la ley, o por la fe con que aceptaron el mensaje?” (Ga 3.2). Somos hechura de Dios en Cristo para buenas obras porque hemos creído en Jesús. De ahí viene la aceptación. Somos aceptados por la fe, porque hemos dado testimonio del hijo de Dios.
Bienaventurado todo aquél que teme al SEÑOR, que anda en Sus caminos.
Salmos 128:1
No podemos caminar en la vida cristiana como si fuéramos eternos deudores. Los deudores siempre se sienten culpables, sienten como si tuvieran que hacer siempre algo para pagar las deudas y entonces obtener nuevamente la aceptación de Dios. Como hijos de Dios hemos sido aceptados por su gracia y misericordia. Nunca vamos a lograr con nuestros esfuerzos ser lo suficientemente buenos para Dios. No podemos “ganarnos” su aceptación. Dios nos la otorga por su gracia y amor en nuestro Señor Jesucristo.
El mundo nos acepta por lo que rendimos y hacemos, por el cumplimiento de las normas que nos impone en nuestro diario vivir. Si eres exitoso, el mundo te acepta, te reconoce, te pone en eminencia para ejercer autoridad sobre los demás. Cristo, por el contrario, te dice: -Te acepto así como eres, deja que mi amor te transforme, te he bendecido para que bendigas a otros -.
Si lo creemos de esta forma, damos un testimonio de fe. Dios nos acepta porque hemos nacido de nuevo de simiente “incorruptible”, de Cristo quien es el todo en todos. Eso es lo determinante. El nuevo “yo” en Cristo me hace acepto a los ojos de Dios: “para alabanza de la gloria de Su gracia que gratuitamente ha impartido sobre nosotros en el Amado” (Efesios 1.6). No se trata de mí, sino de Jesús, de lo que padeció en la cruz cargando el pecado de todos nosotros para honrarnos con una corona de justicia que no merecíamos: Al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en El. (2 Co 5.21).
Llevamos en nuestra alma las huellas de su sufrimiento, pero es para que andemos en el Espíritu con agradecimiento, no para sentirnos culpables, sino aceptados. Absolutamente nada de lo que hagamos va a cambiar la perspectiva que Dios tiene de nosotros, ni va a modificar la intensidad de su amor. Si alguna vez se ha creído que Él le acepta cuando “hace cosas buenas”, está poetizando el evangelio. La realidad es que somos aceptos porque escuchamos su voz, abrimos la puerta del corazón por fe y le dejamos entrar para darnos bendiciones. El evangelio de Cristo no está cimentado sobre el desempeño tuyo o mío o el afán desordenado – bien intencionado – de hacer y hacer cada día más, sino centrado en la persona de Jesucristo. Él nos aceptó para su gloria. Un corazón que se siente aceptado por Dios vive el evangelio para compartir el amor de Cristo.
¡Dios te bendiga!
Acéptense los unos a los otros, como también Cristo nos aceptó para la gloria de Dios.
Romanos 15:7