La unidad de la iglesia local es una de las características más importantes para confirmar la veracidad de una congregación local y de su mensaje (Jn 17:21).
La oración de Jesús la noche antes de morir enfatiza la importancia de que Sus discípulos permanezcan unidos: «Padre santo, guárdalos en Tu nombre, el nombre que me has dado, para que sean uno, así como Nosotros somos uno» (Jn 17:11b). Sin embargo, una de las críticas más comunes contra la iglesia es que no refleja esa unidad por la que Jesús oró.
Esto se debe en parte a un desafío que toda iglesia local debe enfrentar: cultivar la unidad en medio de la diversidad de sus miembros.
Unidad en la diversidad
Dios creó a los seres humanos con personalidades únicas. Por esta razón, cuando una persona viene a Cristo y es injertada en una congregación local, trae su personalidad e historia únicas, junto con su manera de pensar.
Se podría concluir que esta diversidad pone en riesgo la unidad; sin embargo, a pesar de nuestras diferencias, todos los que hemos nacido de nuevo tenemos al Espíritu Santo morando en nosotros (1 Co 6:19). Esto hace que la unidad de la iglesia, por la cual Cristo oró al Padre, sea posible y no se quede en un buen deseo.
Por lo tanto, la unidad de la iglesia en medio de la diversidad de sus miembros es una meta a la que cada cristiano debe aspirar. Esto es porque una congregación local que persevera en la unidad muestra la gloria de Dios al mundo (Ef 3:10).
En este artículo quiero compartir tres verdades bíblicas sobre la unidad de la iglesia que pueden ayudarte a fortalecer tu congregación local, para que podamos impactar al mundo con nuestro testimonio de amor fraternal y dar gloria a Dios.
1. La unidad de la iglesia está enraizada en la doctrina de la Trinidad
La unidad en Cristo con otros creyentes es una de las realidades que experimentamos desde el momento de nuestra conversión (Ef 2:14-18). Cuando el apóstol Pablo describe esta unidad a los cristianos efesios, utiliza siete veces el número uno: un cuerpo, un Espíritu, una esperanza, un Señor, una fe, un bautismo y un Dios (4:4-6).
Lo interesante de la lista es que tres de estos elementos son las personas de la Trinidad. El resto tiene que ver con nuestra experiencia cristiana en relación al Dios trino. Si seguimos el orden de Pablo, podemos resumirlo en tres fundamentos de la unidad de la iglesia.
En primer lugar, «Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu» (Ef 4:4). El Espíritu Santo es quien nos da la entrada al cuerpo de Cristo, que es la iglesia, por lo que podríamos decir que hay un solo cuerpo porque hay un solo Espíritu. Sin importar nuestras diferencias, el Espíritu hace posible que podamos tener un mismo sentir.
En segundo lugar, se puede decir que hay una sola esperanza, una sola fe y un solo bautismo porque hay un solo Señor. Cuando ponemos nuestra fe solo en Jesús, somos bautizados en Él (Gá 3:26-27) y recibimos una esperanza viva y de gloria que se consumará en Su segunda venida.
En tercer lugar, podemos decir que esa misma fe en Jesús nos introduce a una sola familia cristiana (Gá 3:26) con un solo Dios que es «Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos» (Ef 4:6). Es importante aclarar que este «todos» al que se refiere Pablo es la comunidad total de los redimidos, para evitar caer en el error del universalismo, que sostiene que Dios es padre de toda la humanidad en un sentido salvífico (cp. Ef 2:2-3).
La existencia de la iglesia está fundamentada en el Dios trino. Así como la unidad de la Trinidad es indestructible, también la unidad de la iglesia es indestructible. Por eso, Pablo exhorta a que cada miembro mantenga el vínculo de la paz en su congregación local, para hacer visible la unidad de creyentes que existe de manera invisible gracias a la obra de la Trinidad.
2. La unidad de la iglesia se enriquece por la diversidad de los dones
La unidad de una iglesia local se enriquece con el aporte y la contribución de cada miembro de la comunidad. Esta contribución se puede ver en el ejercicio de los dones espirituales.
El apóstol Pablo menciona que cada cristiano ha recibido una gracia, otorgada según la medida del don de Cristo (Ef 4:7). Esta gracia individual debe ser entendida como los dones que el Espíritu Santo otorga a cada uno dentro de la iglesia, en virtud de la obra redentora de Cristo en la cruz del Calvario.
De hecho, en el contexto de Efesios 4, el apóstol Pablo menciona algunos dones que se entienden como funciones que Dios ha dado a ciertas personas en la iglesia: «Y Él dio a algunos el ser apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, a otros pastores y maestros» (v. 11).1
Más allá de la diferencia entre el cesacionismo y el continuismo sobre la vigencia actual de los oficios o dones de apóstoles y profetas,2 el punto es que estos dones fueron dados para perfeccionar a los santos para la obra del ministerio. De la misma manera, todos los dones que Dios ha dado a cada creyente deben ponerse en ejercicio para el beneficio de la congregación local (1 Co 12:4-11).
La iglesia local es el lugar donde los redimidos crecen y se forman cada vez más a la imagen de Cristo y van madurando en la vida cristiana, hasta llegar a la unidad de la fe y el pleno conocimiento del Señor (Ef 4:12-13). La diversidad de la iglesia no impide la unidad, sino que la enriquece, porque todos los dones tienen el mismo propósito: equipar y edificar el cuerpo de Cristo.
3. La unidad de la iglesia se fortalece por la madurez personal
El apóstol Pablo habla de una vocación, un propósito por el cual Dios nos salvó. Esta vocación, a la luz de Efesios, tiene que ver con la transformación de nuestro carácter para la edificación de la iglesia. Esta madurez se hace evidente en cinco cualidades específicas: humildad, mansedumbre, tolerancia, paciencia y amor (Ef 4:1-3).
Estas cualidades mantienen la unidad de la iglesia local en medio de la diversidad de las personas que la componen. Se puede decir que las congregaciones que tienen más problemas internos, y que por lo general sufren divisiones, son aquellas donde hay menos madurez espiritual y no se cultivan estas cualidades. La unidad de la iglesia es difícil de mantener donde hay cristianos inmaduros que no se esfuerzan en transformar su carácter.
Por otro lado, la transformación del carácter está estrechamente ligada a la disciplina diaria y personal de buscar mayor comunión con el Señor. En nuestra búsqueda de Cristo, vamos siendo renovados para despojarnos de nuestra anterior forma de vivir y vestirnos del nuevo hombre, el cual es creado a la semejanza de Dios (Ef 4:22-24).
A medida que crecemos en la fe, nuestra vida se va pareciendo cada vez más a la de Cristo. Aunque este proceso de madurez puede ser doloroso en algunos momentos, el resultado siempre es glorioso, no solo para beneficio personal, sino para el de toda la iglesia donde Dios nos ha puesto como miembros.
Luchemos por la unidad
La unidad de la iglesia es algo por lo que todos los cristianos debemos esforzarnos. Aunque Dios nos ha creado a todos con temperamentos distintos, nos ha dado dones específicos para edificación y aunque tengamos algunas posturas teológicas diferentes, es posible una iglesia unida porque tenemos el Espíritu Santo que nos capacita para mantener la unidad y defender los principios bíblicos fundamentales.
Cada cristiano debe estar bien fundamentado en el carácter del Dios trino, para hacer visible en su iglesia local la unidad invisible de la iglesia universal. Cada cristiano tiene la responsabilidad de ejercitar los dones que el Espíritu le ha dado y ponerlos a disposición de su congregación local. Y cada cristiano debe luchar por la unidad de su iglesia local con la fuerza de un carácter transformado.