Articulos

Una mirada interior a la amargura

Hay un fantasma ‘visible’ que ronda las iglesias. Se detiene, se alza y contagia como una plaga a los corazones sencillos y a las almas susceptibles a la envidia y el celo. Se instala y señorea, derriba a siervos bendecidos y conmueve aun a púlpitos bien parados. Es una ola grande, como tsunami que pretende arrasar con toda la belleza del cuerpo de Cristo. Precisamos fuertes muros de contención para detenerla. Es impresentable y fría, divide y enferma porque, por lo general, se ciñe atuendos del color de la venganza. Es su color preferido. Dice Dios que es tan digna de lástima, y se cree tan autosuficiente, que rechaza hasta Su gracia. No tengo el gusto de presentarles a la amargura.

La amargura es un pecado que se disfraza de hipocresía. Nadie nace amargado. Siempre será difícil que un hermano o hermana admita que la amargura ha echado raíces en su vida. Habrá por lo general justificaciones y hasta argumentos de aparente discernimiento, porque es tan astuta esta amargura que hasta se cree sabia, consejera, reparadora de otras almas menos de ella misma. Los que padecen de este fuego abrasador se desvían de los propósitos de Dios, juzgan implacablemente a los demás, creen que todo el mundo está en contra de sus criterios y decisiones y no duermen con la placidez y la seguridad que ofrece el gozo del perdón. El apóstol Pablo exhortaba a los efesios: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. (Efesios 4:31)

Uno de los graves problemas de la amargura es que nadie es lo suficientemente cooperativo como para convencerte de tu amargura. Por el contrario, te ayudan a avivar el fuego de la autocompasión y la venganza. ¿Estoy hablando del pueblo de Dios? ¡Qué pena tener que admitirlo, pues sí, esas cosas pasan y echan a perder el trabajo y la consagración de muchos! La persona con amargura por lo general se siente víctima, merecedora de todo tipo de disculpa, se deprime y auto engaña. – Yo no tengo la culpa, sino el otro- dice la amargura. Y así se van sumando otros pecados no menos detestables entre hermanos de la fe: los resentimientos, la ira, el guardar rencor, las murmuraciones, los deseos de represalia, la difamación, el desprestigio y la blasfemia. La lista sería interminable.

Margarita tenía buena voz y dotes artísticas en general. Conoció al Señor y enseguida se involucró en el grupo de alabanza de su congregación donde llegó a ser su líder. Su vida espiritual parecía muy saludable. Su crecimiento era vertiginoso y su vocación mayor. Entonces vino la prueba. De cantar tan alto en los ensayos y los domingos, se le inflamaron sus cuerdas vocales a tal punto que el foniatra le indicó, junto a los medicamentos, 2 meses de reposo vocal absoluto. Pero Margarita se creía imprescindible y nadie en el cuerpo de Cristo lo es por muy virtuoso o dotado que sea. Ante la ausencia de Magy un miembro de su grupo propuso a Lucía para sustituirla en la alabanza hasta que ella se recuperara. Lucía no sólo tenía cara de ángel, sino que su voz parecía venida del cielo. Había estado sentada en los bancos de la iglesia con ganas de servir y cantar, pero en su humildad, decía no tener los dones de la hermana enferma. Muy pronto Lucía se ganó el corazón de la congregación, no sólo por su voz celestial, sino por la manera en que el Espíritu Santo la guiaba en la ministración del pueblo de Dios. Y llegaron los celos a Margarita y la rabia envidiosa le comió los sesos.

Ella no esperó el reposo indicado de sus cuerdas vocales y se encaramó en la plataforma para seguir cantando, regresando a Lucía al banco de la tristeza y ocupándose además de armar algunos chismes de la vida personal de Lucia, como para que nunca más la vergüenza le permitiera cantar. Fin de la historia: Margarita perdió la voz para siempre y Lucía, quien perdonó a su hermana sin rencores ni bullas, dirige hoy un ministerio coral muy bendecido por Dios. Este es un ejemplo light de lo que puede provocar la raíz de amargura y por otro lado, de la sempiterna gracia de Dios.

¿Y entonces cuál es el remedio para comenzar a extraer las raíces de amargura? Después que Pablo nos advierte de lo que no debemos hacer (Efesios 4:31), un versículo después, el buen Pastor le susurró al oído dulcemente lo que debía escribirnos para vencer y desenterrar nuestras raíces de amargura: “Sean más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, así como también Dios los perdonó en Cristo” (Efesios 4:32).

Sí, estoy de acuerdo con ustedes que están leyendo. No es tan fácil. Son las pruebas que nos pone Dios y si son pruebas, son para probarnos. Pocos cristianos no han arado en el huerto donde están encubiertas sus raíces de amargura, sólo que hemos sido astutos para echarle más tierra todavía, intentando esconderlas de la paciencia de Dios. ¡Qué gran Padre de misericordia tenemos que nos aguanta tanta majadería!

La buena noticia es que Dios nos conoce y nos ama de tal manera que espera que admitamos, en primer lugar, que la raíz de amargura es un pecado, silencioso a veces, pero siempre grave; un agravio contra el propio Dios; y que además, el confesarlo nos traerá paz y liberación, y sobre todas las cosas, nos brindará el enorme privilegio de perdonar si nos han ofendido. ¡Anda, no tardes más y ve a abrazar a tu hermano(a)!

¡Dios te bendiga!

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Botón volver arriba