
En este tiempo en que el mundo se detiene para recordar un nacimiento, la Palabra nos invita a detenernos también para examinar nuestra vida. Porque la vida, dice Dios, es como un soplo, como una sombra que pasa, como una flor que hoy está y mañana se marchita. Es breve, frágil y cambiante.
La Navidad nos recuerda que el cielo entró en el tiempo. Que en la plenitud de los días, el Padre envió a Su Hijo al mundo. Jesús nació para mostrarnos cómo vivir aquí, con la mirada puesta en la eternidad. Su venida dio sentido al paso del hombre por la tierra y encendió una luz que no se apaga.
Al cerrar un año y abrir otro, comprendemos que los días no se repiten y que el tiempo no vuelve atrás. Cada paso que damos tiene valor eterno. Por eso, este no es solo un tiempo de celebración, sino de reflexión, de alineación y de retorno al propósito de Dios.
Cristo vino a iluminar la vida y a vencer la muerte. En Él, la eternidad dejó de ser un misterio lejano y se convirtió en una promesa viva. Él nos enseñó que la verdadera riqueza no está en lo que acumulamos, sino en lo que sembramos para el Reino.
Hoy, La Voz del Tabernáculo llama a vivir este tiempo con sobriedad espiritual, con gratitud en el corazón y con los ojos puestos en lo eterno. Que al despedir este año, no carguemos solo recuerdos, sino obediencia. Y que al recibir el nuevo tiempo, lo hagamos caminando en la luz de Aquel que vino del cielo para guiarnos de regreso a Él.
En estos días de celebración y pausa, dejamos esta palabra para que nos acompañe.
Que no sólo celebremos un nacimiento, sino que volvamos a mirar la vida con los ojos puestos en la eternidad.
La Voz del Tabernáculo permanece abierta, aún en los días de descanso, para recordarnos que Cristo es nuestra esperanza ayer, hoy y siempre. En el nombre de Jesús.