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Una fórmula para fortalecer nuestra Fe

Muchas personas del pueblo de Dios se sienten desaminadas, por circunstancias y problemas cotidianos que los rodean, ya sean de orden espiritual o material, por lo que necesitan que Dios les inyecte una porción de insulina espiritual para que se animen y disfruten a plenitud del gozo de la salvación, la cual hemos recibido por gracia al confiar en la obra perfecta realizada por nuestro Señor y Salvador Jesucristo en la cruz del calvario.

La insulina es como una llave que abre la cerradura de las puertas de las células del cuerpo para que la glucosa (azúcar en la sangre) pueda entrar y sea utilizada como energía.

Pero Dios nos ha dado algo mejor que la insulina, que es el Espíritu Santo y su Palabra, que nos fortalece  abre la cerradura de nuestro corazón y nos da energía y poder espiritual, para cumplir la obra de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, que es el compromiso más importante que tenemos para llevar a cabo  la encomienda de predicar su palabra a las almas perdidas.

El apóstol Pablo dice: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en nuestros corazones”, ( Efesios 5:18-19).

No hay dudas que la insulina ayuda a la glucosa a entrar a las células del cuerpo, pero así mismo el Espíritu Santo penetra  a lo más profundo de nuestro ser y nos guía a toda verdad,  para que, en nuestro hombre interior  se produzcan cambios radicales, y seamos fortalecidos en fe con su palabra, a fin de crecer a la estatura de la plenitud de Cristo, como de un varón perfecto.

El apóstol Judas, en su epístola nos revela una gran verdad en torno a nuestra fe, cuando dice: “Pero vosotros,  amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el Espíritu Santo, conservaos en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo para vida eterna. A algunos que dudan convencedlos. A otros salvad, arrebatándolos del fuego; y de otros tened misericordia con temor, aborreciendo aun la ropa contaminada por su carne”, (Judas 1: 20-23).

Recordemos que nuestra fe es más valiosa que el oro, que descansa en las promesas de la Biblia y el poder de Dios. En los tiempos difíciles debemos afianzar nuestra fe, y permanecer firmes en ella.

Aunque hemos examinado algunas maneras de poder identificar a los falsos maestros, es imposible evitar esta destructiva influencia por completo. Por tanto, es importante que afiancemos nuestra fe para poder mantenernos firmes contra la pervertidora atracción del mundo.

Primero, debemos saturar nuestras mentes con la Palabra de Dios, Para que el Espíritu Santo renueve nuestros pensamientos a medida que maduramos espiritualmente.

Segundo, debemos dedicarnos a orar en el Espíritu Santo (Ef 6.18), Para que nos guíe en cuanto a qué, cuándo y cómo orar.

Tercero, debemos mantenernos en el amor de Dios, porque nunca podremos estar más allá del alcance del amor divino, y por tanto no debemos abusar de la asombrosa gracia del Señor. Con esto en mente, tenemos que preservar nuestra comunión con Él, asegurándonos de pasar tiempo en su presencia sin interrupciones.

Cuarto, debemos esperar ansiosamente el regreso del Señor, porque desde la perspectiva cristiana, la segunda venida de Cristo es el evento más esperado de la historia, y necesitamos mantener puesta nuestra mirada en ese objetivo. El pensamiento de que Cristo puede regresar en cualquier momento, es una toma de conciencia purificadora y preservadora para el creyente (1 Jn 3.2, 3).

No existe una “fórmula mágica” para el crecimiento espiritual, pero estos sencillos pasos que se encuentran en los versículos  20-23 de Judas, pueden servir como guía cuando nos esforzamos por proteger nuestra fe de las trampas del mundo.

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