“4 Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda;” Génesis 4:4
El primer hombre que Dios pone en la lista de fe de Hebreos 11 es a Abel, y lo que Abel hizo fue adorar a Dios por fe; No conquistó una ciudad por fe ni venció un ejército ni prosperó por fe; Por fe, agradó a Dios cuando adoró. El problema de muchos es que quieren usar la fe para conquistar, prosperar, alcanzar grandes cosas, sin entender que lo primero para lo cual debes usar tu fe es para adorar. Si tú no usas tu fe para adorar, no hay forma que puedas usarla para conquistar una ciudad; Una fe que no adora no puede conquistar nada. Definitivamente, la fe sí te ayuda a construir un arca y salvarte de un diluvio y salvar tu familia; Te ayuda como a Sansón, que a pesar de tu pecado, tu problema, te levanta y te da la victoria; Te ayuda como a Abraham, a prosperar y alcanzar la promesa de Dios; Como a Sara, a dejar de ser estéril y recibir la promesa; Te ayuda como a Gedeón, a conquistar ciudades y tener victorias; Como a Moisés, a cruzar el mar, cruzar los problemas y obtener las promesas de Dios; Pero esa fe no puede estar en tu vida, si lo primero que tú no haces es adorar por fe. Dios celebra al primer hombre que, por fe, se atrevió a adorarle. Cuando lo primero que tú haces es adorar a Dios, entonces sí puedes tener la fe de tener éxito en tu trabajo, de que Dios te va a prosperar, a darte éxito en todo lo que emprendas. Pero tu fe tú no la puedes usar para alcanzar grandes victorias, si primero no la usas para adorar a Dios, rendirte y presentarte delante de Él con tu mejor adoración.
Hay dos tipos de adoradores: Los Caín, y los Abel. Ambos adoran, presentan ofrendas, pero no tienen los mismos resultados; Porque lo que cambia tu vida es encontrarte con el Dios Todopoderoso, y tú te encuentras con Él cuando vas con el más sincero deseo de adorarle.
A través de toda la Biblia, vemos la batalla entre estas dos naturalezas en el interior del hombre: Caín representa la naturaleza carnal; Abel, la espiritual. Vemos la pelea entre Ismael e Isaac; El hijo de la esclava, y el de la libre. Cuando te conviertes al Señor, eres hijo de la libre; Pero dentro de ti esta la batalla, entre la mente de esclavitud y la de libertad; Y tú tienes que dejar ir a Ismael de tu vida, y vivir únicamente por la naturaleza de la conciencia de Isaac: Que tú eres hijo de Dios. Vemos la misma batalla entre Jacob y Esaú; Unos gemelos que pelean todo el tiempo. Esaú representa al hombre carnal, el que quiere las cosas temporeras, en vez de las cosas eternas. Jacob no parece el más espiritual y su nombre es estafador, pero vivía por fe, estaba dispuesto a luchar por lo que otros menospreciaban; Lo que Esaú no quería, él lo apreciaba, lo deseaba, lo buscaba y estaba dispuesto a hacer todo lo necesario para alcanzarlo. Vemos la pelea entre los hijos del mismo Jacob, los hijos de Raquel y los de Lea. Los de Lea, venden a José y lo envían a Egipto; La batalla y la lucha entre las dos naturalezas; Pero, al fin y al cabo, los hijos de Lea tuvieron que arrodillarse ante José, porque cuando el hombre espiritual permanece firme, la carne eventualmente tiene que rendirse delante de ti y del Dios Todopoderoso; Pero esa es la batalla que todos tenemos, esa lucha interna. Y, lamentablemente, muchas veces, el hombre carnal es el que gana en tu vida. Más triste es cuando hay quien lleva tiempo en la casa del Señor, y va a adorar a Dios domingo tras domingo, pero sin darse cuenta – porque no está consciente de lo que está haciendo – en vez de ir con una ofrenda como la de Abel, su adoración le huele a Dios como la de Caín. Y la única razón es porque ahora todo lo que Dios te pide que tú hagas se convierte en algo gravoso, o difícil de hacer.
“3 Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos. 4 Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe.” 1 Juan 5:3-4
Comenzamos a servir a Dios de todo corazón; Pero, luego, ir a la iglesia es un problema. Comienzas a pensar que, después de quince años de servirle, Dios debería entender que te quedes un domingo, que Dios entiende todo lo que tú pasaste en la semana, que tú necesitas sacar tiempo con tu familia, que tú necesitas ese espacio de descanso. Ahora, orar es un problema; Cuando no tenías nada, pasabas horas orando; Pero, ahora, es un problema orar quince minutos. Es como cuando, todo lo que les pides a tus hijos, para ellos, es un problema; Les pides un vaso de agua o que limpien el cuarto y, para ellos, tú eres un fastidio. Para tus hijos, eres una molestia porque estás pendiente a sus celulares, a dónde están, cuándo llegan. Y, cuando se le mete en la cabeza a un joven que el papá lo que hace es agravarlo, molestarlo y que lo que está haciendo no es para el beneficio de ellos, ahí vienen la rebeldía, el coraje, ahí es que se van; Y eso es lo que le pasa a la gente carnal, poco a poco pierden la pasión de adorar a Dios de todo corazón y lo que Dios te pide que tú hagas, se vuelve gravoso. Ir a la iglesia, orar, diezmar y ofrendar, se convierten problemas. En sus mentes, Dios debería entender. Se quieren justificar con que Dios está en todas partes. Seguro que Dios está en tu casa… y también está en la barra; Está en todos lados; Pero el que te sacó de la barra, no te sacó para llevarte a tu casa. Si Dios está en todo lugar, ¿por qué, entonces, tener que ir a la iglesia? Es tu demostración de fe, tu forma de salir de la comodidad, de dejarle saber a Dios que tu vida le pertenece, que tú no le sirves porque te es cómodo, que no le adoras simplemente cuando te conviene, cuando estás descansado, cuando has dormido toda la noche; No funciona así. Tú no puedes tener una relación dando las cosas a medias. El problema viene cuando, en cualquier relación, las cosas se vuelven gravosas. Cuando novios, no te molestaba que te llamaran 24 horas al día; Pero ahora que llevas 20 años de casado, necesitas espacio. ¿Qué espacio necesitas? Espacio, ¿para qué? Te molesta que llame a cada rato, pero antes no te molestaba; Ahora, como para ti es seguro que le tienes, en tu mente, no hay nada que hacer para mantener la relación; En tu mente, debe estar allí porque es tu cónyuge. Pero no funciona así, en ninguna de nuestras relaciones; Ni en tu trabajo ni en la casa de Dios ni en ningún lugar.
La única forma de tú mantener una verdadera relación con Dios, es entendiendo que todo lo que se te pide que hagas es para tu bien, para tu beneficio, para demostrar tu compromiso con el Dios Todopoderoso.