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Un fin a la guerra

¡Oh, que estos tiempos felices ya hubiesen llegado! En el momento presente, las naciones están fuertemente armadas, e inventan todavía armas más y más terribles, como si el principal objetivo del hombre sólo pudiese ser cumplido destruyendo a miríadas de sus semejantes. Sin embargo, la paz prevalecerá un día; sí, y prevalecerá de tal manera que los instrumentos de destrucción serán moldeados con otras formas y utilizados para mejores propósitos.

¿Cómo se dará esto? ¿Por el comercio? ¿Por medio de la civilización? ¿A través del arbitraje? No lo creemos. La experiencia pasada nos impide confiar en instrumentos tan débiles. La paz será establecida únicamente por el reinado del Príncipe de Paz. Él ha de enseñar al pueblo por Su Espíritu, ha de renovar los corazones por Su gracia, y ha de reinar en ellos por Su poder supremo, y entonces ellos cesarán de herir y matar. El hombre es un monstruo una vez que su sangre está hirviendo, y solamente el Señor Jesús puede convertir a este león en un cordero. Al cambiar el corazón del hombre, sus pasiones sedientas de sangre son dominadas. Que cada lector de este libro de promesas ofrezca hoy una oración especial al Señor y Dador de Paz, para que ponga prontamente un fin a la guerra, y establezca la concordia en el mundo entero.

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