“Cuando los filisteos capturaron el arca de Dios, la llevaron desde Eben-ezer a Asdod. 2 Y tomaron los filisteos el arca de Dios, y la metieron en la casa de Dagón, y la pusieron junto a Dagón. 3 Y cuando al siguiente día los de Asdod se levantaron de mañana, he aquí Dagón postrado en tierra delante del arca de Jehová; y tomaron a Dagón y lo volvieron a su lugar. 4 Y volviéndose a levantar de mañana el siguiente día, he aquí que Dagón había caído postrado en tierra delante del arca de Jehová; y la cabeza de Dagón y las dos palmas de sus manos estaban cortadas sobre el umbral, habiéndole quedado a Dagón el tronco solamente. 5 Por esta causa los sacerdotes de Dagón y todos los que entran en el templo de Dagón no pisan el umbral de Dagón en Asdod, hasta hoy.” 1 Samuel 5:1-5
Los filisteos se llevan el arca del pacto, a modo de molestar al pueblo de Israel. Aquello era como llevarse la bandera de tu país, era lo más grande. Ellos no se lo llevaron porque apreciaran la presencia, sino por el oro; era para ellos un botín de guerra. Pero la estatua de su dios caía ante la presencia.
Así como los filisteos, hay quienes aprecian más el oro de la presencia, que la presencia. Aprecian más la experiencia, que la presencia. Eventualmente, son los que se caen y hay que levantarlos; luego se les cae la cabeza, las manos, porque no entienden la relación de lo que están buscando.
Tú no puedes apreciar más la experiencia que la presencia. Eres privilegiado de escuchar palabra regularmente; en aquellos tiempos, eso no pasaba. A Abraham, Dios le hablaba cada diez, doce, trece años. Abraham tenía que vivir con una palabra de Dios por diez años; así que él tenía que caminar con Dios, haciendo lo mismo por diez años, hasta que Dios le volviera a hablar y volviera a darle otra instrucción. Tenía que mantenerse obedeciendo la misma palabra, sin ver nada, sin oír nada, con la promesa de hace quince años; y luego, cuando Dios le habla, le repite la misma promesa. Eso es lo grande de la fe de Abraham, que seguía creyendo sin experimentar y sin ver.
Muchos dejan de asistir a la iglesia o buscan una nueva porque ya no sienten lo mismo. La pregunta es si la iglesia es la culpable o si no sientes lo mismo porque tú has cambiado. Por lo general, se le echa la culpa a la iglesia, pero evalúa si no eres tú quien tiene que madurar porque la experiencia que buscas no la vas a encontrar porque no estás en ese grado. Tu experiencia tiene que ser otra. Y tu deseo debe ser encontrarte con la presencia de Dios, tener intimidad con Él.
Una cosa es llamarle a alguien conocido, otra es llamarle amigo. Y cuando tú llamas a alguien amigo, tú esperas unas cosas de él por ser tu amigo, porque no puedes madurar en una relación, sin obtener mayores beneficios, diferentes experiencias, pero con diferentes responsabilidades. Y a eso a lo que todos tenemos que aspirar y llegar.
Dios llamó a Abraham su amigo porque Él sabía que Abraham enseñaría a sus hijos a seguirle. Abraham haría algo que no todo el mundo iba a hacer; había aceptado la responsabilidad de hacer algo que más nadie en ese tiempo estaba dispuesto a hacer.
Madura en tu relación con Dios. En tu desarrollo con Dios, aunque de vez en cuando experimentarás experiencias similares a las primeras que tuviste con Él, tu relación con Dios no depende de eso. Tu relación con Dios depende de la constante búsqueda de estar y hablar con Él. Tu experiencia tiene que ser otra.
¿Por qué debes buscar llegar a esa experiencia? Cuando tú vives en intimidad con Dios, conoces y puedes hacer su voluntad. Es en tus periodos de intimidad con Dios donde conoces su voluntad para tu vida, y ahora sabes lo que tienes que hacer. La voluntad de Dios no te la tiene que dar un profeta, sino Dios mismo en intimidad con Él. Dios te da palabra profética cuando la necesitas, pero no deberías necesitarla porque lo conoces a Él. Dios te da esos momentos, no para que dependas de ellos, porque puede que no se repitan en años, así que tú no puedes depender de ellos para entonces decir que tienes una relación con Dios. Tienes que buscarlo a Él. Pero hay quien busca una experiencia para conocer la voluntad, sin darse cuenta que conocer la voluntad es para los privilegiados que tienen una relación con Dios, porque cuando tú intimas con Dios, conoces lo profundo de Él.
No hay nada como cuando tú estudias en tu casa para que Dios te hable, y la palabra que se predica cuando tú vas a la iglesia te lo confirma; Dios te habla y hace una combinación entre la revelación que Él trae a tu vida desde el altar, combinado con tu proceso de intimidad. Pero aquel que únicamente depende de lo que se predique desde el altar, debe siempre recordar que, aunque es lo que Dios está diciendo, lo está diciendo a través de la mente del predicador. O sea, que hay un filtro de por medio. Lo más grande es cuando tú lo oyes directamente de Dios, y cuando vas a la iglesia se confirma. Esa combinación de cosas es la que hace que tu vida sea más profunda y que conozcas más.
La mente humana degrada, le resta al mensaje de Dios. Cuando dependes de una palabra filtrada por la mente de otro, lo que recibes es una parte de lo que Dios quiso decir. Pero si Dios te habló algo en tu interior, y tú no tenías palabras para expresarlo, pero vas a tu iglesia y el mensaje que se habla conecta con lo que Dios ya puso en tu interior, entonces la cosa es diferente. Es en tu momento de intimidad donde tú realmente conoces lo profundo de Dios.