El Señor llama a los discípulos a irse de vacaciones, buscar un lugar de retiro y los invita a pasar un rato juntos descansando. La vida cristiana tiene que ser una vida balanceada.
No todo es simplemente servir, servir, trabajar, trabajar, y aún en el mundo secular también o en el trabajo, en el hogar, las amas de casa o lo que sea. Hay que sacar tiempo para descansar, relajarnos, cargar las baterías y volver entonces a la carga con nuevas fuerzas.
Eso es una ley inevitable de la vida en general, y ciertamente también de la vida cristiana y el ministerio. Y tenemos que darnos oportunidades unos a otros para tomar esos tiempos de descanso.
Interesantemente lo que pasa aquí, revela algo acerca de la persona de Jesús que quiero compartir con ustedes también.
Ellos se montan en una barca, van en dirección a ese lugar de retiro pero ¿qué pasa? Esa multitud que sabe de la Palabra de vida que encierra el ministerio de Jesús, los milagros maravillosos que Él hace, las sanidades que Él hace, las sanidades que maravillosas, descubren que el Señor ha salido y que va hacia el otro lado del lago, y se apresuran entonces, se corre la voz y ellos corren al otro lado del lago.
Y cuando el Señor llega allí y quizás está preparándose para salir con los discípulos hacia ese lugar apartado que han acordado visitar por un tiempo, descubre que hay una gran multitud que lo está esperando, hambrienta y deseosa, y necesitada de esas palabras de vida que Él puede darles.
Es interesante la reacción del Señor en ese momento.
Yo me imagino que en el primer instante quizás hubo una reacción de un poquito de molestia de parte de Él. Yo me hubiera sentido así. Quién sabe si ni siquiera eso experimentó, pero la verdad es que de momento se le aguaron todos los planes al Señor de descanso, y esas vacaciones tan necesitadas de momento se ven interrumpidas por una gran masa humana que está necesitando ministración de parte del Señor.
La reacción de Cristo es lo que más me interesa analizar. Es una de compasión y de misericordia, algo que lo caracterizaba a Él una y otra vez. Dice que: El Señor viendo esa gran multitud que había llegado desde las ciudades y se había juntado a Él, y que estaba esperándole, “tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tenía pastor.»
Esa fue la reacción del Señor una y otra vez cuando la gente vino a él. Vimos antes cómo, cuando la mujer con el flujo de sangre se acerca a Él, y lo importuna con su necesidad, el Señor responde en una manera gentil y misericordiosa. Cuando los amigos del paralítico bajan el lecho de su amigo por el techo, el Señor, en vez de rechazarlos, accede a su petición apremiante. Cuando la mujer siro-fenicia también importuna al Señor con su necesidad, él le concede su petición.
El Señor una y otra vez atiende con misericordia a la gente alrededor de Él. Aún sus mismos discípulos no fueron tan misericordiosos.
Cuando Bartimeo por ejemplo comienza a gritarle al Señor: “Señor Hijo de David, ten misericordia de mí, sáname”, la gente le dice a Bartimeo: cállate, deja al Señor tranquilo. Está demasiado ocupado. Cuando los niños se acercan al Señor para ser bendecidos, los discípulos los distancian pensando que son meros niños y que el Señor no tiene interés en esas criaturas infantiles. Pero el Señor los corrige.
En este mismo texto que estamos discutiendo veremos más adelante cuando el Señor se identifica con la necesidad de comida de la multitud y los discípulos le dicen: despídelos y que compren comida por otra parte.
Pero yo veo siempre esa compasión, esa misericordia que movió al Señor a ir más allá del momento y que nos dice algo acerca del corazón de Jesús. Es un corazón compasivo, es un corazón misericordioso, es un corazón que se apiada de nuestras necesidades y nuestra condición.
Uno de mis versículos favoritos está en el Salmo 103, que dice: “Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen”.
Una y otra vez el Señor nos invita a acercarnos a él con ese sentido de confianza. Tenemos un Padre que sabe que nosotros estamos hechos de un material muy quebradizo. Somos humanos. Por eso ese mismo Salmo 103 dice que: “Él conoce nuestra condición”. En inglés dice: “Porque Él conoce nuestro marco”. Él conoce la estructura misma de nuestro ser, se acuerda de que somos polvo.
El Señor sabe que somos niños muy débiles y muy frágiles. Y nos trata de esa manera. Y nosotros tenemos que ver al Padre siempre viéndonos de esa forma. Cuando le fallamos al Señor, cuando hemos querido servirlo y hemos fallado, recordemos que el Señor es misericordioso y compasivo. Nunca rechaza al que se acerca a Él con un espíritu humilde. El Señor no nos rechaza o desprecia cuando manifestamos nuestra humanidad o nuestra imperfección, Él siempre nos ve con compasión, y está dispuesto a atender nuestra necesidad. Acerquémonos confiadamente al trono de la gracia, y recibiremos oportuno socorro.