Que tire la primera piedra el que diga que no tiene problemas. Los problemas son normales y cotidianos, son partes de la vida, nos acompañan a todos lados; al trabajo, al hogar…aun a la iglesia. La soberanía de Dios abarca todos esos problemas y su gracia es suficiente para darnos aliento ante cualquier dificultad. Dios dice «No temas, porque yo estoy contigo; no te desalientes, porque yo soy tu Dios» (Isaías 41.10ª).
Sin embargo el temor, las preocupaciones, la culpa, la angustia, entre otros, son siempre ladrones del bienestar espiritual y del gozo del Señor. El Espíritu Santo que habita en el interior del cristiano es responsable, si este lo permite, de transformar los sentimientos negativos y llevarlos a la sumisión de Cristo para hacernos mejor y permanecer en él. Dice el Señor: “Yo habito en lo alto y santo, y también con el contrito y humilde de espíritu, para vivificar el espíritu de los humildes y para vivificar el corazón de los contritos” (Isaías 57.15). Es que Dios nunca se equivoca. Al poner en boca de Jesucristo la inevitable realidad de que en el mundo habría aflicciones y angustias, querámoslo o no, sabía de antemano que con la prueba nos daría la salida (1 Co 10.13); que con el lloro se afirmará el gozo; que los problemas abaten, pero él nos lleva de su mano. “Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti. (Isaías 43.2)
Personalmente creo que el problema más serio que paraliza al cristiano es el desconocimiento de su propia identidad en Cristo y el permitir en ocasiones las intromisiones del viejo y antiguo “yo” que era esclavo del pecado, es decir las caídas, las penas, las culpas, los errores que nos identificaban como muertos espiritualmente. Todo el problema estriba en que no sabemos lo suficiente una razón divina que deberíamos poner como un sello en la frente: el viejo hombre (mujer) que era, fue crucificado en la cruz, morimos con Cristo y viviremos con él (Ro 6.6-8). Dios circuncidó el corazón humano así como la mente del cristiano por el poder de su Espíritu. Sólo hay que creerlo. Estamos guardados en Dios junto a Cristo, pero debemos recordar algo esencial para vivir: nuestra mente debe estar enfocada en las perspectivas divinas y no en la problemática humana. Dios lo explica mejor cuando dice: Concentren su atención en las cosas de arriba, no en las de la tierra, pues ustedes han muerto y su vida está escondida con Cristo en Dios. (Col 3.2-3).
El Señor tiene planes maravillosos para su pueblo. No lo dudemos. El futuro es su visión redentora para la humanidad, no la nuestra. Somos partes de su plan a pesar de nuestras debilidades. Él es más grande que cualquier problema, sean de la mente, o del cuerpo, o del espíritu. Dios se preocupa por lo que sentimos y por las maneras que nos comportamos en consecuencia. Una de las razones por las que él nos legó su Palabra es para proveernos de sendas de justicia y así transitar confiados en el proceso de madurez espiritual. Existe una mejor manera de vivir y de pensar. Enfocarnos en los problemas causará temores y angustias que son evitables si nos reorientamos sobre las coordenadas de la brújula de Su mente y la bendición de sus cuidados.
Hubo un tiempo – en mi adolescencia- en que vivía ensimismado y distraído, introspectivo y distante. Las causas verdaderas pude entenderlas con exactitud cuando Cristo me rescató de aquellas tinieblas que me sumían en un delirio entonces inexplicable y en una melancolía enfermiza. Era la manera de llamar la atención para aliviar mi autocompasión, era la búsqueda de afectos apremiantes que no tenía en mi hogar porque eran tiempos malos y los padres priorizaban la provisión para el estómago y no reparaban mucho en la necesidad de los amores a los hijos. Cristo comenzó la buena obra en mí hace algunos años y, como si su gracia fuera poca, me dio una compañera que ejerce la psiquiatría con una perspectiva cristiana para cuidarme en salud.
La convicción de que él nos ama, quitará toda angustia, nos ayudará a enfrentar los problemas a su manera y no a la manera nuestra y nos preservará para su gloria. Él ha prometido planes de bienestar para sus hijos; créalo o no, él venció al mundo. ¡Aleluya!
¡Dios bendiga su Palabra!