“ Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel.” Isaías 7:14
“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.” Isaías 9:6
Durante el tiempo de los profetas, la promesa era que Jesús, el Mesías, llegaría. Entraría dentro de un cuerpo, nacería de una virgen, tomaría forma de hombre, viviría entre nosotros; Emmanuel, Dios con nosotros; caminaría con nosotros, en nosotros. El Dios al que tú le sirves, se metió en tus zapatos, pasó por lo que tú pasas, vivió lo que tú viviste; el dolor, la amargura, la traición. Y la diferencia entre él y tú, y es que él tuvo victoria sobre toda tentación, sobre todo aquello que tú, como humano, puedas pasar. Tú no tienes un Dios distante, sino uno cercano, que conoce cada una de tus penas, tus dolores, tus angustias; uno que puede decir: Te comprendo, yo pasé por eso, vas a tener la victoria porque yo sé lo que es estar en la posición que tú estás.
Eventualmente, esa palabra profética de Isaías se cumple en María, a través de la persona de Jesús, y durante 33 años y medio, el pueblo lo experimentó, lo vivió. Lamentablemente no todo el mundo lo entendió, pero tuvieron la oportunidad de experimentar lo que era Dios viviendo a plenitud en la vida de un hombre. Un hombre lleno de todo poder y autoridad, que ninguna necesidad o problema lo podía detener; los demonios y el enemigo tenían que someterse a él, a su palabra; no importa lo que el mundo tratara de hacer, nada podía detenerlo. Un hombre que no bajó el estándar nunca, sino todo lo contrario.
Muchos, cuando se debate acerca de la ley y la gracia, piensan que el periodo de gracia es más fácil porque no estamos atados a la ley; pero el problema es que aquellos que dicen que no estamos bajo la ley, tampoco viven bajo la gracia, porque piensan que vivir en gracia es libertinaje, cuando la gracia lo que hizo fue subir el estándar. La ley era fácil cumplirla, porque te prometía un resultado específico por cada cosa que hicieras. Era fácil cumplir con eso; tú sabías lo que tenías que hacer y, si lo hacías, estabas bien. Pero, en el periodo de la gracia, ya Dios no mira meramente lo que haces; así que, tenemos que cumplir con la ley, pero ahora con los motivos y el corazón correctos. La ley te decía que ofrendaras, y no importaba si lo hacías lleno de odio; si ofrendabas, tenías resultados. Pero, cuando Jesús vino a la tierra, ahora, cuando ofrendas, si te acuerdas que tienes algo en contra de un hermano, deja tu ofrenda en el altar, ve y arréglate con tu hermano, y entonces regresa a presentar tu ofrenda. No es que no lleves la ofrenda, que no cumplas con la ley, sino que, cuando lo hagas, sea con el corazón correcto. Hay quienes justifican el no hacer ciertas cosas, pero la fe sin obra es muerta. Y, para Dios, no es meramente lo que hacemos, sino el corazón con que lo hacemos.
Tu corazón cuenta más para Dios, el estándar es más alto, más poderoso; y esa fue la diferencia de Jesús. La diferencia de la presencia de Dios en esta tierra es que el estándar de vida que él trajo fue mayor, porque ahora el motivo, la razón, el corazón era el correcto. Ya no era cumplir meramente con la ley, sino cumplirla con el corazón. Por eso Jesús dijo: Bienaventurados los mansos, los humildes. Él hablaba de la bendición de tener el corazón correcto. Y una de las cosas poderosas cuando la presencia de Dios está en tu vida, es que tus motivos comienzan a cambiar. ¿Cómo tú sabes que Dios está en alguien? No es por lo que hace –porque lo que hace te puede confundir – es por los motivos del corazón.
Todos, en algún momento, hemos estado desilusionados, cuando descubrimos las intenciones detrás de las acciones de algunas personas. Tus hijos, cuando pequeños, te dan besos de gratis; ya cuando grandes, hay un motivo detrás de esos besos; tú te preguntas: ¿Qué querrá? Lo grande es que tú, como padre, aceptas el beso, aunque hay un motivo detrás, porque tú lo que quieres es el beso. ¿Cuántas cosas habrás recibido Dios de ti, aunque las hayas hecho con el corazón incorrecto, solo porque quiere recibirlas de ti? Pero tienes que saber que a Él no le engañas.
Una de las cosas que más nos desilusiona es descubrir la gente que hace cosas que tú pensabas que venían de una sincera amistad, de un amor sincero, para descubrir que, detrás de todo, había agendas ocultas. Y el dolor es haber sido engañados, porque pensabas que lo que hacían era con la intención correcta. Jesús vino a subir ese estándar. En la iglesia, aceptan tu ofrenda, pero no se trata de que la iglesia reciba tu ofrenda, sino de si Dios la aceptó. Porque, aunque reciban tu ofrenda, la iglesia no puede juzgar tu corazón; la iglesia ha sido llamada a amarte; pero tienes que sabes que con quien tienes que trabajar es con Dios; y si algo grande hace Dios en el hombre es cambiar los motivos, y cuando los motivos cambian, tus acciones toman nuevo significado.
Lamentablemente, muchos dicen tener a Dios en su corazón, pero sus motivos siguen siendo los mismos; motivos egoístas, mentes perturbadas, ensañados con los demás. No te quejes tanto tú de que nadie se pone en tus zapatos; de vez en cuando, ponte tú en los zapatos de otro. Ten compasión de los demás y recuerda que la promesa más grande del Dios al que tú sirves es Emmanuel, Dios con nosotros; Él se metió en tus zapatos para que algún día tú te metas en los zapatos de otro. ¿Tú quieres demostrar a Dios? Comprende a otros, ama a otros, no juzgues ni condenes a otros, ora por otros.