
El profeta Ezequiel transmite en este pasaje un mensaje poderoso de renovación y restauración espiritual. Dios habla directamente a Su pueblo prometiendo o no solo liberación, sino una transformación total desde lo más profundo del ser. Tres elementos resaltan en esta promesa divina: la purificación, la renovación del corazón y la impartición del Espíritu Santo. Ezequiel 36-25-28
Purificación y limpieza
«Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias.
Este acto simboliza el deseo de Dios de lavar a Su pueblo de toda impureza y pecado. Para nosotros, esta promesa revela que, sin importar nuestras fallas, Dios está dispuesto a limpiarnos y darnos un nuevo comienzo.
Es un llamado al arrepentimiento sincero, a la transparencia delante de Él y al anhelo de una vida íntegra y consagrada.
Un corazón nuevo y un espíritu nuevo
«Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros.»
La obra de Dios no es superficial: es profunda, radical y completa.
El corazón de piedra representa la dureza, la indiferencia, el orgullo y la falta de sensibilidad espiritual.
El corazón de carne simboliza sensibilidad, compasión, obediencia y amor.
Dios quiere hacer esa obra en cada uno de nosotros, recordándonos que nuestra relación con Él debe ser genuina y no de apariencias.
La presencia del Espíritu Santo
«Pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos.»
Dios no solo transforma nuestra naturaleza interior, sino que nos capacita con Su Espíritu para vivir conforme a Su voluntad.
No caminamos solos: Su Espíritu nos fortalece para obedecer, vencer tentaciones y reflejar Su carácter en nuestra vida diaria.
Vivir conforme a Sus preceptos
«Haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos.»
La transformación verdadera se evidencia en la conducta. Dios espera que, con el corazón renovado y guiados por Su Espíritu, vivamos en santidad, justicia y fidelidad.
Aplicación a nuestras vidas
Esta palabra nos invita a examinar nuestro corazón¿Le hemos permitido a Dios limpiar nuestras impurezas?Hemos renunciado a los ídolos ,emocionales, espirituales o internos que nos alejan de Él, Estamos permitiendo que el Espíritu Santo nos transforme día tras día?
La vida cristiana no es una lista de reglas, sino un proceso continuo donde Dios moldea lo más profundo de nuestro ser y nos forma conforme a Su propósito.
En lo práctico, esto implica orar por un corazón sensible, dejar atrás actitudes endurecidas y permitir que Su Espíritu nos renueve cada día.
Una llamada final a la consagración
Esta reflexión se enlaza con lo que pude escuchar en un sermón y llamado que hizo el apóstol Maldonado sobre la consagración y el apartarnos para Dios en este final de año.
La Palabra confirma este llamado: Proverbios 30-33 nos muestra que así como la mantequilla sale al batir la leche, la ira y el mal surgen cuando el corazón no es tratado. Romanos 8-29 afirma que hemos sido llamados para ser conformados con la imagen de Su Hijo. Corintios 1-26-31 declara que Dios escoge lo débil, lo vil y lo menospreciado para que nadie se gloríe, sino que Cristo sea nuestra santificación. Lucas 14-16-30 nos recuerda que muchos reciben la invitación, pero solo los dispuestos, los apartados, los que renuncian a estorbos, entran al banquete del Reino.
En este tiempo, Dios está llamando a Su pueblo a consagrarse, a apartarse de lo que contamina y a preparar el corazón para lo que viene.
Su deseo sigue siendo el mismo: transformarnos, limpiarnos, renovarnos y hacernos caminar conforme a su Espíritu.
Que esta promesa de Ezequiel sea nuestra oración en estos días finales del año
«Señor, dame un corazón nuevo y renueva un espíritu recto dentro de mí.»