“Un Clamor por mi Nación” 120 voces en adoración, 70 chofaristas, 72 pastores en adoración y la participación especial de los creyentes es la cita esìritual que tendrá lugar el sábado 13 de octubre de 9 de la mañana a 4 de la tarde en El Anfiteatro Parque Del Este.
La Palabra de Dios dice en 2 Crónicas 7:14 –es Dios quien habla- “si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Crónicas 7:14).
Como hijos de Dios necesitamos levantar un clamor diario delante de la presencia del Señor. Gracias a ese clamor que elevó el pueblo de Dios en Egipto, Dios les respondió y mandó un libertador, manifestó Su poder y las plagas demostraron que Él era el Dios del Universo. Aun el hecho de que el mismo Mar Rojo se separase para que el pueblo de Dios pudiese escapar de la amenaza del ejército del Faraón, indicaba que Dios tiene poder de intervenir en la historia de un pueblo que clama a Él, lo busca de todo corazón, se aparta de los malos caminos, se humilla, pues sólo la bendición puede venir del Señor.
Cada uno de nosotros necesitamos levantar delante del Señor a nuestra Nación todos los días en oración por la paz de nuestro país. Jesucristo es presentado como el ‘Príncipe de paz’ y si permitimos que Él reine en Argentina, la promesa mesiánica es que ‘lo dilatado de su imperio y la paz no tendrían fin’ (Isaías 9:7).
Cuando oramos “por todos los que están en eminencia”, Dios nos promete que vamos a “vivir quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad” (1 Timoteo 2:2).
Al levantar nuestra Nación delante del Señor tenemos que pedir que la paz de Dios se manifieste en cada esfera del país. Que Su paz traiga reconciliación. Yo veo que cada vez son más las peleas (lo más cómico es que son del mismo bando). Necesitamos paz en nuestro país.
La Palabra de Dios declara en el Salmo 122: “Sea la paz dentro de tus muros, Y el descanso dentro de tus palacios. Por amor de mis hermanos y mis compañeros Diré yo: La paz sea contigo”. Tenemos que comenzar a proclamar la paz de Dios; esa que “sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4:7), que va más allá de la lógica, que sólo se puede lograr confiando en Dios. ¡Que esa paz esté dentro de nuestros muros, que nos dé descanso en cada uno de nuestros ‘palacios’ (legislativo, ejecutivo, judicial)! Que la paz del Señor se manifieste en todas las áreas: social, industrial, artística, profesional, educacional, y que podamos vivir en paz, que seamos agentes de paz.
Leemos en la Palabra de Dios que Jesús dijo (San Mateo 5: 9): “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. Como hijos de Dios tenemos que ser agentes de paz, de reconciliación; hombres y mujeres que van a clamar a Dios para que Él derrame de Su paz, para que establezca Su imperio de paz en Argentina y en los demás países. Dios inunde de paz todas las esferas de nuestro país.
En este tiempo de clamor delante de Él tenemos que pedirle al Señor no solo paz, sino justicia. Había una viuda que iba delante del juez a diario; e insistía en pedirle: ‘hazme justicia de mi adversario’. Todos los días: ‘‘hazme justicia de mi adversario’, ‘hazme justicia de mi adversario’… Y dice que no era un juez justo, no era un juez que temiese a Dios, pero como esta mujer iba todos los días, y pedía, tarde o temprano ese juez injusto dio un veredicto a favor de ella para que ya no le haga la vida imposible. Jesús (que está contando esta parábola en San Lucas 18) refiere que el juez pensaba: ‘no sea que [esta mujer] viniendo de continuo, me agote la paciencia’; me resulta muy interesante el interrogante que se hace el Señor -pregunta que va dirigida a ti y a mí, ahora- “¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia” (vers. 7 y 8a).
Si clamas al Señor de día y de noche, Dios te va a responder pronto, y pronto te hará justicia.
Última pregunta del Señor y es la que me conmueve: “Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” (vers. 8b).
Podemos pedir por paz, clamar por justicia; podemos ser insistentes de día y de noche frente a nuestro juez, pero para ver la victoria, para ver una Nación inundada de paz, donde la violencia desaparece, donde no se halle más la injusticia, tenemos que ser hombres y mujeres de fe. Que creamos que tenemos la misma autoridad que tenía Jesús; Él nos dijo: ‘todo lo que pidieres al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo” (San Juan 14:13); “Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis” (San Mateo 21:22).
Muchas veces oramos, y nuestra oración a veces es más una apologética por cómo está el país, que una palabra profética enunciando qué es lo que Dios quiere hacer a nivel nacional; aprendamos a declarar bendición y a proclamar un nuevo destino para nuestra Nación.
¡Es hora de empezar a orar por nuestra Nación con fe! Orar creyendo que la mano del Señor se va a mover, que la injusticia va a desaparecer, que Dios va a levantar jueces conforme a Su corazón, hombres y mujeres que van a juzgar con justo juicio, con rectitud, que no van a juzgar según sus ojos, sino con equidad.
Es hora de creer que Dios va a levantar un estandarte de paz y justicia, y la mano del Señor se va a mover transformando nuestra desesperanza en esperanza. ¡Tenemos que tener fe!
Te invito a orar con fe para que Dios transforme nuestra Nación:
Señor: proclamamos dentro de los muros de nuestra Nación que Tu paz hoy reina en cada corazón; reina en la mente de Tus hijos; reina en la mente de los gobernantes. Señor, te pedimos que levantes jueces y oficiales justos en todas las tribus, provincias, pueblos que juzguen al pueblo con justo juicio. Trae paz y trae justicia a nuestra Nación, que hoy se produzca una transformación en la atmósfera de nuestro país, que nazca la esperanza nuevamente en los corazones creyendo que viviremos en paz y en justicia porque Tú extiendes Tu mano de favor. Lo declaramos en el Nombre de Jesús. Amén y amén.