
Hoy muchos en el Cuerpo de Cristo sufrimos como Jeremías: vemos la doble vida, el engaño y la apariencia, y nuestro corazón se duele porque amamos a la Iglesia de Cristo. No es un dolor humano, es el fuego del Espíritu ardiendo en los huesos de un remanente que no calla, que gime y ora por un despertar.
Este es un llamado a todos: no endurezcamos más el corazón. No vivimos de apariencias ni de lo que brilla hacia afuera, mientras adentro se apaga la verdad. El Señor está levantando un pueblo limpio, humilde y sincero que será Su testimonio en medio de la confusión.
El remanente no está solo: Dios está escuchando nuestras lágrimas y pronto responderá con poder. Sigamos firmes, porque la gloria venidera será mayor que la primera.
«Y dije: No me acordaré más de Él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos, traté de sufrirlo, y no pude.»Jeremías 20-9



