
Pablo fue elegido para ver y oír al Señor que le hablaba desde el cielo. Esta elección divina fue un elevado privilegio para Pablo; pero no tenía el propósito de acabar allí, sino que tenía por propósito que ejerciera una influencia sobre otros; sí, sobre todos los hombres
Es a Pablo a quien el mundo le debe el Evangelio en esta hora.
Nos corresponde a nosotros, en nuestra medida, ser testigos de aquello que el Señor nos ha revelado, y es a nuestro propio riesgo que ocultemos esa preciosa revelación. Primero, hemos de ver y oír, pues de lo contrario no tendríamos nada que decir; pero cuando hayamos hecho eso, debemos estar ansiosos de dar nuestro testimonio. Ha de ser personal: La Chequera del Banco de la Fe. Ha de ser por Cristo: «Serás testigo suyo.» Ha de ser constante y completamente absorbente; hemos de ser esto por encima de todas las otras cosas, y excluyendo muchas otras cosas. Nuestro testimonio no ha de ser para unos cuantos selectos que nos reciban alegremente; sino a «todos los hombres», a todos los que podamos llegar, jóvenes o viejos, ricos o pobres, buenos o malos. No hemos de quedarnos callados nunca como esos que son poseídos por un espíritu mudo; pues el texto que está ante nosotros es una orden, y una promesa, y no debemos perderla: «Serás testigo suyo». «Sois mis testigos, dice Jehová.»
¡Señor, cumple esta palabra para mí también
					
				


