“14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. 15 Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! 16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. 17 Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.” Romanos 8:14-17
El Espíritu Santo da testimonio de que tú eres hijo de Dios. Hay una relación entre la persona del Espíritu Santo y la consciencia que llega a tener el creyente acerca de su posición con Dios, de llegar a ser hijo de Dios.
Jesús nunca oró a Dios, él siempre oró al Padre; él dijo: Padre, gracias, porque tú siempre me escuchas. Lo que le molestaba a los fariseos era la relación que él clamaba tener con el Espíritu Santo. Jesús no oraba a un Dios distante; la única vez que oró a Dios fue estando en la cruz; se sintió tan separado del Padre que dijo: ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?
A través de todos los Evangelios, Jesús trató de llevar a la gente a entender la relación que tenemos con el Padre celestial; por eso, cuando les enseña a orar, lo primero que les dice es que, cuando vayan a orar, dirían: Padre nuestro que estás en los cielos. Aquella era una oración diferente; antes oraban a Jehová, pero Jesús clama que, cuando oremos, lo hagamos a nuestro Padre.
En una ocasión, Jesús les dice a sus discípulos: Ya no os llamaré más siervos, sino amigos. Bajo la ley, el hombre servía a la ley; pero Jesús les dijo que les llamaría hijos. No los podía llamar hermanos o hijos de Dios todavía porque él todavía no había muerto y resucitado ni se había presentado ante Dios. Así que los discípulos alcanzaron el mayor nivel de relación que se podía alcanzar en aquel tiempo, que era ser llamado amigo. Abraham llegó a ser amigo, mucho tiempo antes, por la fe. Y ahora hay un nivel más grande, que es llegar a ser hijos de Dios, y la manera en que somos hijos de Dios es a través de la salvación, del reconocimiento de Jesucristo como nuestro Señor y Salvador, y el Espíritu Santo es el que testifica a nosotros de esa relación.
En estos versos, Pablo habla en varios lugares. Dice que los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios; o sea que los que no son guiados por el Espíritu de Dios, no son hijos de Dios. Jesús dijo: Bienaventurados los pacificadores porque ellos serán llamados hijos de Dios; o sea, que los que no lo son, tampoco serán llamados hijos de Dios.
Estos versos que estamos viendo en Romanos 8, son precedidos de escritura tras escritura que lo que hacen es ir aumentando la revelación hasta traernos a estos versos en particular; los versos anteriores lo que hacen es ir preparando la plataforma para llevarte a entender que el mayor estatus que tú puedes tener en relación con Dios es llegar a ser un hijo de Dios. Pablo utiliza el título de hijo de Dios en varios lugares; y, en esta ocasión, dice que los que son guiados por el Espíritu, esos son hijos de Dios. O sea, que si tú no eres guiado por el Espíritu, no eres hijo de Dios.
Cuando tú llegas a tener la consciencia de hijo, una de las cosas más grandes que vas a tener en tu vida es sentido de seguridad. ¿Por qué es tan importante llegar a tener la relación de hijos para caminar seguros en esta vida? Muchos cristianos caminan inseguros, sin saber para dónde van, están inseguros del mañana, de su salvación, del trato de Dios con ellos. Pero, cuando tú eres hijo de Dios, de las primeras cosas que pasan en tu vida es que caminas con seguridad.
Jesús, antes de comenzar su ministerio, cuando fue a las aguas, lo primero que oyó fue a su Padre decirle: Tú eres mi hijo amado, en quien tengo complacencia. Jesús no había sanado a nadie, no había libertado ni salvado a nadie, y ya el Padre le dice: Me traes placer. El Padre le estaba diciendo: No me traes placer por lo que vas a hacer; me traes placer por lo que eres. Todos, de alguna manera u otra, siempre buscamos la aprobación de nuestro padre. En nuestra mente, buscamos esa admiración, ese respeto; y lo triste es que, en los tiempos que estamos viviendo, no tenemos los mejores padres, que den afirmación, por lo que muchos no tienen esa experiencia de ser afirmados. David, cuando fue a pelear con Goliat, ofrecían 3 cosas al que derrotara al gigante: La hija del rey, la silla al lado del rey, y que la casa de su padre fuera libre de impuestos; y la razón por la que David enfrentó a Goliat fue para que su padre fuera libre de impuestos. David comoquiera se iba a casar con alguien, no tenía que matar a Goliat para casarse; la silla del rey le iba a tocar comoquiera porque ya Dios lo había ungido. Lo que sí, en ese momento, él no podía tener de otra manera, era que su padre fuera libre de impuestos. Y David fue allí buscando la aprobación de su padre, la cual nunca tuvo; la única vez que David fue aprobado por otro hombre fue cuando Saúl, de un lado a otro del río, David le mostró un pedazo de su ropa y le dijo que le pudo haber matado y no lo hizo, y Saúl le gritó: Hijo, eres mejor hombre que yo. Toda persona desea escuchar de su padre, algún día, lo buen hombre o buena mujer que es. Gloria a Dios que, cuando tu padre terrenal falta o no hace lo que tiene que hacer, el Espíritu Santo te da testimonio de que tú eres hijo de Dios, y puedes tener una relación con tu Padre celestial, que te dice: No es lo que tú haces lo que hace que yo te ame; es quien tú eres; tú me traes placer.
Tú le traes placer a Dios, no por lo que haces, sino por lo que eres y por quien eres, y desde el cielo tú puedes oír la voz de Dios que te dice: Tú eres mi hijo amado, tú me traes placer.