Durante años he orado por personas, seres queridos, amigos, parientes y vecinos suplicando a Dios el milagro de su salvación. Tengo vecinos humildes, religiosos, huraños, simpáticos, antipáticos, indiferentes, serviciales, políticos, apolíticos, recatados y extrovertidos. Todas criaturas de Dios, todos necesitados de Dios.
A diferencia de Europa u otras regiones del mundo, el Caribe, y Cuba muy particularmente, es un país donde Ud. llega a conocer a su vecindad. Las carencias y las necesidades de toda una generación en Cuba ha generado paralelamente un sentido de solidaridad humana necesaria donde no es extraño que un vecino toque a la puerta para pedir ayuda solicitándote desde una aspirina hasta la donación de sangre para la operación de un familiar (no exagero).
Con frecuencia me preguntaba por mucho tiempo si alguno de ellos estaba en los planes de Dios. Reconozco que esta es la tendencia de nuestra propia humanidad: la selectividad. – Ah, qué bueno sería si Enrique el arquitecto conociera el evangelio, o Marta la peluquera que es tan servicial, o tal vez Luis que es un hombre enfermo y ha hecho tanto bien ayudando a los demás- Y así vamos por el mundo eligiendo mentalmente a los que quisiéramos que fueran salvos. Lo más triste es que los elegimos de antemano por las cosas buenas que hacen o lo que aparentan, y ponemos en segundo lugar su condición pecaminosa. El problema del hombre es el pecado y todos necesitamos de Cristo.
¿Cuál es la verdad? Lo cierto es que el plan de salvación de Dios es para todos. Toda persona que te rodea está en los planes de Dios, sin excepción. Si todos serán salvos o no, ese es un asunto de Dios y no nuestro. Cristo murió por todos y a veces nosotros queremos aplicar el poder de su sangre salvadora sólo a aquellos que amamos, a los que tenemos cerca, a los que, en nuestra necedad, creemos que pueden ser candidatos a ser parte de la familia de Dios según nuestras normas y deseos. Puro orgullo. Se trata de Dios, no de mí; se trata de la sangre del cordero que quita el pecado del mundo…de todo el mundo.
El toque de Dios para aquellos que nos rodean comienza por nosotros. Cuando compasivamente les vemos criaturas necesitadas de salvación y elevamos oración de misericordia clamando al Espíritu Santo que nos use para su gloria predicándoles la palabra. No pidamos poder, ¡ya lo tenemos! ¿Una unción especial? ¡Qué mejor unción que haber sido perdonados y aceptados por los méritos de Cristo y su victoria en la cruz! Dos palabras cuyo significado son vitales para el cristiano. Aquel que no haya experimentado el perdón de Dios y se sienta aceptado en su misericordia, adoptado como hijo legítimo, bendecido desde el corazón de Dios, no está totalmente apto para entender que sus manos, su mente y su corazón pueden ser canales de bendición para aquellos que quisiéramos ganar.
El toque de Dios comienza en una simple sonrisa, o una mano extendida; tiene el componente imprescindible de la oración ungida de la fe sobrenatural. He visto el quebranto de homicidas y he enjugado las lágrimas de “duros” rufianes arrepentidos, tocados por el Espíritu Santo de Dios. He alabado al Todopoderoso junto a Saulos que tuvieron su camino a Damasco, escarnecedores de la iglesia, siendo derribados al suelo por la luz de Su presencia. Tú también eres luz y tu manos pueden ser los instrumentos que Dios está anhelando para tocar algún corazón a tu alrededor.
¡Dios bendiga su Palabra!