Dios ha diseñado a sus hijos para experimentar lo sobrenatural, pero como Dios es justo, también creo que el conocimiento de Dios es lo que permite que se vivan experiencias que confirmen la presencia de Dios en el caminar espiritual.
Dios anhela que le conozcamos tal y como él es, no sólo por sus cualidades divinas. La teología tiene que encarnarse en el Dios personal que trata con cada uno de nosotros. Pero, ¿tratamos nosotros con Dios, escuchamos su voz, caminamos con él?
Cuando Job entendió el propósito de Dios para su vida; después de pasar aquella terrible prueba que Dios le puso para probar su fidelidad, pudo decir con gozo. “He sabido de ti sólo de oídas, pero ahora mis ojos te ven” (Job 42.5). El significado de esta bella afirmación de Job es la siguiente: yo había escuchado hablar de ti, de tu poder, de tu amor, de tu fidelidad, de tu gracia, pero ahora, a pesar de todo, he llegado verdaderamente a conocer quién es mi Dios, lo he experimentado en mi desgracia, en mi sufrimiento, he reclamado su cuidado, y aunque me he enojado con él, aunque he protestado sobre mi condición y todas las cosas que he pasado, ahora todo lo vivido me ha hecho conocerte, verte con mis propios ojos, ver la manifestación de tu presencia en mi vida de manera real.
Job alababa a Dios y decía “Yo sé que mi Redentor vive…y al final se levantará sobre el polvo” (Job 19.25). Sólo se puede hacer esta afirmación cuando se ha experimentado la manifestación sobrenatural de Dios en la vida cristiana, cuando le conocemos personalmente tal como él es.
Si alguien percibió lo sobrenatural en su vida, ese fue Moisés. Moisés fue el hombre elegido por Dios para liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Cuando sintió el llamado de Dios para esa misión, le dijo: “Por favor, Señor, nunca he sido hombre elocuente. Ni ayer ni en tiempos pasados, ni aun después de que has hablado a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua.” (Éxodo) 4.10 Pero el Señor le dijo, tú eres el líder, tú y tu hermano Aarón guiarán a mi pueblo hasta la tierra prometida y Moisés le dijo: “Si tu presencia no ha de ir conmigo…no nos saques de aquí” (Éxodo 33.15) Y aquí vemos a Moisés demandando de Dios su manto sobrenatural para hacer la obra y realizar la misión.
No siempre experimentamos el fluir de Dios en nuestro caminar; a veces parece como que Dios se ha se ha apartado y es entonces cuando nuestra fe se pone a prueba. Como dice el himno que tanto nos gusta (Alaba a Dios) “…cuando él queda en silencio, es porque está trabajando”. Sí es verdad, quizás es así, pero lo cierto es que los silencios de Dios no siempre manifiestan que Dios está obrando. Dios quiere que vivamos vidas comprometidas, que nos esforcemos por conocerle, que busquemos su rostro, que nos consumamos buscando su presencia, porque Dios ve también cuando no somos fieles, que no le anhelamos, que no le buscamos, y entonces se aleja, se queda en silencio para provocar en nuestro ser la necesidad de su auxilio, de su consuelo; para que sintamos que sin él, no tenemos verdadero gozo, paz y refugio.
¿Y qué pasa con la iglesia como cuerpo de creyentes que busca la manifestación del Espíritu en cada uno de los fieles? ¿Qué tenemos que hacer para que su rostro y corazón sean atraídos y reanime nuestros desganos e infidelidades? ¿Será que hay algún becerro de oro escondido en los atrios de su iglesia? ¿Será que Dios está esperando que demos un paso de fe? ¿Será que no le conocemos lo suficiente en el plano personal y como cuerpo de Cristo; que no somos capaces de oír su voz, de discernir correctamente como iglesia nuestra necesidad de provisión divina? ¿Será que no estamos trabajando con sabiduría de lo alto entendiendo que él espera de sus hijos – templos del Espíritu Santo donde habita el Dios de Israel, el ungido de Dios, Jesucristo, el Redentor y Salvador del mundo- compromisos, entrega total, anhelo por su palabra, búsqueda en oración?
Yo estoy convencido de que Dios quiere bendecir a la Iglesia, pero necesitamos ponernos a cuentas con el Señor, personalmente y como cuerpo. Yo no creo que Dios está esperando que se construyan templos- hecho de manos humanas- para glorificarse. Dios no limita su gracia a la dimensión de los atrios de su iglesia. Lo que Dios quiere es sometimiento, humillación, búsqueda de su presencia.
Jesús quiere reencuentros con él, anhela vivencias con un Padre que se ha manifestado en su hijo Cristo para nuestro bien, que nuestra alma le alabe, y nuestro espíritu encarne la verdad de que somos hijos del Altísimo y que nada ni nadie puede separarnos de su amor.
¡Dios bendiga su Palabra!