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Sobre la esperanza

Los griegos, nuestros abuelos culturales, siempre relataban el mito fundacional de Pandora. Ella simboliza a la primera mujer, la cual recibió el mandato de no abrir nunca una caja encomendada a su cuidado. La curiosidad pudo más que ella, y la abrió, saliendo todos los males: la muerte, la violencia, la maledicencia, la muerte, y al final, como una luz tenue pero bella, la esperanza, dándonos consuelo y ganas de seguir.

Esto nos demuestra que la esperanza, que es esperar cosas buenas, es considerada como una virtud fundamental desde tiempos inmemoriales y en casi todas las civilizaciones que han existido sobre la faz de la tierra. La vida está llena de desafíos. Desde que uno nace, cada día trae nuevos retos, y es una lucha constante. Se lucha por vivir. Se lucha por sanarse. Se lucha por educarse. Se lucha por progresar. Se lucha, en fin, por tener acceso a cosas mejores, tanto físicas como espirituales.

Recordemos a San Pablo. En la Primera Carta de Corintios, en el himno al amor, el señala que hay 3 valores fundamentales: fe, esperanza y caridad (amor), siendo el principal ese último.

Creo, de corazón, si uno no tiene esperanza, es decir, no espera cosas mejores, la vida sería muy triste y pesarosa. Quien tiene esperanza tiene fe, que es creer sin ver, y puede soñar con cosas mejores. Esas cosas mejores son en todo sentido: amor, trabajo, dinero.

Se ha demostrado, además, que la esperanza y la oración sanan. Hay muchos casos, debidamente documentados, de personas con enfermedades graves, pero ellos con mucha fe, esperanza y oración, aparte, obviamente, de seguir los tratamientos médicos, se han restablecido por completo, y han sido ejemplo de la misericordia de Dios.

La esperanza hace que uno desee esforzarse y luchar por esas metas, que muchas veces, sin saberlo, son el plan que Dios tiene para nosotros. Y lentamente, ese batallar nos va puliendo y hace que seamos ejemplo para otros que empiezan a recorrer un camino similar al que hemos recorrido.

La esperanza es esa luz que tenemos todos que nos permite resistir todos los embates y lo que nos permite tornar a Dios y sabernos perdonados. Es ese puerto donde podemos recuperarnos y seguir la navegación, en pro de la consecución de esas metas caras a sus afectos.

Fuente:
Néstor Juan Saviñón

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