Pero ustedes servirán al SEÑOR su Dios. Él bendecirá tu pan y tu agua. Yo quitaré las enfermedades de en medio de ti. Éxodo 23:25
Ahora bien, el que planta y el que riega son una misma cosa, pero cada uno recibirá su propia recompensa conforme a su propio trabajo. 1 Corintios 3:8. Servir a Dios es un deleite, pero es un gran privilegio tener la bendición del Señor en todas las cosas. Incluso nuestras cosas más comunes se vuelven benditas cuando estamos consagrados al Señor. La bendición divina está en el hombre de Dios en todo, y permanecerá con él en todo momento. La bendición de la mesa no es por deuda, sino por gracia triple. Dios nos concede gracia para servirle, por Su gracia nos alimenta con pan, y luego, en Su gracia lo bendice.
¡Qué promesa es esta! Servir a Dios, en sí mismo, es un excelso deleite. Pero ¡qué inmenso privilegio es que la bendición del Señor descanse sobre nosotros en todas las cosas! Nuestras cosas más comunes se vuelven benditas cuando nosotros mismos somos consagrados al Señor. Nuestro Señor Jesús tomó el pan y lo bendijo; he aquí, nosotros también comemos del pan bendito. Jesús bendijo el agua y la convirtió en vino: el agua que bebemos es mucho mejor para nosotros que cualquier vino con el que los hombres celebran; cada gota contiene una bendición. La bendición divina está en el hombre de Dios en todo, y permanecerá con él en todo momento.
¡Qué importa si sólo contamos con pan y agua! Pues se trata de pan y agua benditos. Pan y agua tendremos. Esto está implícito, pues tienen que estar allí para que el Señor los bendiga. «Se te dará tu pan, y tus aguas serán seguras.» Con Dios a nuestra mesa, no solamente pedimos una bendición, sino que tenemos una. No es sólo en el altar, sino también en la mesa, que Él nos bendice. Él sirve bien a quienes le sirven bien. Esta bendición de la mesa no es por deuda, sino por gracia. En verdad, hay una gracia triple: Él nos concede gracia para servirle, por Su gracia nos alimenta con pan, y luego, en Su gracia lo bendice.