Una de las misericordias más grandes que tú puedes tener con alguien en tu vida es, aunque sea por unos minutos, bloquear todo a tu alrededor, y decirle a una persona: tú eres ahora lo más importante. Eso es lo que a veces la iglesia no comprende. Nos enfocamos única y exclusivamente en la dádiva externa que podemos dar porque, sin darnos cuenta, es lo más fácil. Lo damos, lo enviamos y nos sentimos bien con nosotros mismos, pero detener tu mundo alrededor para sentarte y escuchar a alguien, conlleva tanto de ti; pero el día que tú seas misericordioso con alguien, alguien será misericordioso contigo.
Hay mucha gente que te ha herido, pero ten por seguro que Dios siempre traerá a alguien que se saldrá del camino, simplemente para sentarse contigo y decirte: hoy, lo más importante eres tú.
Bienaventurados los misericordiosos porque ellos recibirán misericordia.
Ese es el clásico ejemplo de los fariseos, del buen samaritano; aquellos que eran levitas, aquellos que eran líderes, veían a alguien necesitado y lo dejaban en la calle. En la parábola del buen samaritano, en el libro de Lucas, los religiosos pasaron delante de alguien que estaba en el suelo, que había sido robado y maltratado, y simplemente siguieron su camino porque era más importante su camino, su prestigio, lo que ellos pensaban, dejarles saber al mundo que los otros estaban mal y ellos estaban bien y que de ninguna manera se iban a contaminar; antes que detenerse por un momento en el camino y simplemente extender misericordia a esa persona. El hecho de que tú estás bien o estás del lado de la justicia, a un cristiano no le debe quitar el corazón de tener misericordia con aquel que está del otro lado.
El hecho de que tú estés haciendo las cosas correctas delante de Dios, de que estés tratando de vivir esa vida ordenada delante de Dios, de vivir una vida correcta y hacer las cosas bien, no te da el derecho de que aquel que no lo esté haciendo de la forma correcta o como tú piensas que se deberían hacer, tú no le puedas extender misericordia y, por un momento, ponerte en sus zapatos y poder ministrar a su alma.
Nunca llegues al punto de orgullo, que el ego nunca se te suba a la cabeza de manera tal que no puedas extender misericordia a aquel que la necesite.
¿Por qué se hace tan complicado y tan difícil, muchas veces, el poder extender misericordia? Porque juzgamos siempre demasiado rápido. Las primeras impresiones marcan nuestros corazones automáticamente, marcando y nublando nuestros pensamientos. Automáticamente, nos separamos de los demás, ponemos barreras; y lo interesante es que vivimos en un mundo que quiere ser tolerante, y cada vez más nos volvemos intolerantes a los demás.
Pero la historia es la misma a través de los tiempos. Jesús se sale del camino para hablar con la mujer samaritana, y cuando llega donde ella, es ella quien pone barreras: ¿cómo tú, un judío, le pides de tomar a una samaritana? Automáticamente, la barrera, el prejuicio. Los discípulos pensaron mal de Jesús porque esta mujer era bonita, atractiva, y él estaba allí solo hablando con ella. Automáticamente, el prejuicio; se juzgó la situación y se llegó a la conclusión. Es bien triste que en nuestra sociedad, automáticamente, lleguemos a conclusiones tan rápido. La realidad es que hoy no se le pasa juicio a la gente en la corte, sino en la prensa, en la calle, en las redes sociales; creemos tan rápido lo que cualquier persona dice de otro, creemos tan rápido y tomamos por cierto lo que es la experiencia de otro acerca de alguien más. No nos ponemos en los zapatos de la otra persona ni somos capaces de preguntar ni de tratar de indagar; simplemente, pasamos juicio.
Si algo tenemos que aprender día tras día es a tener paciencia, sabiendo que la verdad siempre saldrá a la luz; saber que la Biblia dice: por sus frutos, los vas a conocer. Y los frutos toman tiempo en mostrarse, en poderlos mirar. Si algo tenemos que tener es paciencia de no juzgar nada de primera intención. Seamos sensatos, inteligentes, misericordiosos; démosle el beneficio de la duda siempre a la gente, pongámonos en la posición de los demás, entendamos de dónde vienen. Y si no tienes el tiempo para descubrir de dónde vienen y cómo piensan, y lo único que puedes hacer es orar, pues ora por esa persona. Di: Señor, obra, envíales a alguien que pueda tener misericordia, que cuide de ellos, que les guarde. Ponlos en tus oraciones.
Todos hemos cometido el error de automáticamente decir cualquier cosa. Ya estamos tan prejuiciados por nuestra mentalidad, que oír un argumento de cualquier otra cosa se nos hace difícil. Ponemos nuestro filtro de manera tal que señalamos a todo el mundo por igual. No buscamos razón y no miramos realmente las diferentes perspectivas que tenemos que ver para extender la misericordia a través de la cual Dios puede llegar a la vida de tanta gente.
Por supuesto, para hacer todo esto, hacen falta varias cosas en tu vida. Lo más importante que hace falta para tú ser misericordioso con otro, es entender la misericordia que Dios ha tenido contigo, entender cómo Él ha cuidado de ti. Muchos cristianos no lo entienden porque, para nosotros, este mundo es tan real, que no entendemos de dónde Dios nos ha librado. A veces, la gente no comprende la misericordia de Dios sobre sus vidas.
A veces decimos creer en el Señor Jesús pero no entendemos lo que implicó el entregar su vida por nosotros, de qué nos libró, de dónde te libró. Él no te libró meramente de la pobreza; hay algo más grande que la pobreza, que la enfermedad, algo más duro que todas tus circunstancias naturales. Dios te ha prosperado y te ha bendecido, pero lo más grande es que Él te rescató de una humanidad sin Dios, una humanidad separada de Dios, una eternidad separado de Dios. Eso es lo duro. Y Su misericordia te alcanzó, llegó a tu vida y te transformó.