
Esta madrugada, en una visión, pude ver cómo las olas del tiempo y las circunstancias se agitaban fuertemente mientras caminaba. En medio de aquel escenario, una bocina resonaba con gran fuerza, proclamando: «Oremos por misericordia». A su alrededor, muchas voces se unían en un clamor desesperado, gritando: «¡Sana nuestra tierra!».
Este llamado no es casualidad. Es el palpitar de los hijos de Dios que nos hemos puesto en la brecha, clamando y orando por la restauración de nuestro pueblo, nuestras familias y nuestras naciones. Es un eco del llamado eterno de Dios a Su pueblo, reflejado en 2 Crónicas 7:14:
«Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieran en sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra.»
Dios nos está llamando a una intercesión profunda, a levantar un clamor sincero por Su misericordia. Las olas representan las pruebas y desafíos que enfrentamos, pero la bocina es la voz profética que nos urge a despertar, a unirnos en oración y a buscar su rostro con mayor fervor.
No podemos permanecer indiferentes. Es tiempo de doblar rodillas, de clamar con fe y de interceder con pasión por nuestra tierra. El Señor está atento al clamor de Sus hijos, y Su misericordia es más grande que cualquier tormenta.
Que esta visión nos impulse a permanecer firmes en la brecha, orando sin cesar, creyendo en Su fidelidad y proclamando Su sanidad sobre las naciones. ¡Sana nuestra tierra, Señor!