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Saber morir bien

Para disfrutar la vida que Dios te da debes entender la muerte. Primero les diré lo que NO es la muerte: No es una enfermedad (aunque muchas veces morimos producto de una). No es una maldición (a pesar de que ciertas muertes así lo parecen). No es una casualidad (no obstante hay gente que, según nosotros ‘no le tocaba morir’). Tampoco es una tragedia (sin embargo hay muertes violentas). Les diré entonces lo que SÍ ES: La muerte es la finalización de una etapa, la transición a otra y el recordatorio de que somos finitos.

Acordemos estar de acuerdo con Séneca cuando sentenció: “Morir no es un castigo, es una ley”. Por otra parte Antonio Gala, en su poema nos declara una verdad: “La muerte comienza a la vez que la vida, son hermanas siamesas: vivimos muriendo y hemos de procurar morir viviendo; se trata de caminos internos que se baten en nuestro interior mucho más aún que en el afuera”. Y con esto ambos maestros nos dicen algo que es sabido desde siempre: ‘Todos vamos a morir (unos antes, otros después), y cada día que vivimos es un día que morimos’. Sin embargo, he aprendido que no todos viven la vida, muchos la desperdician a tal punto que cuando están por ser depositados en el cajón se dan cuenta que han vivido ‘más muertos que vivos’, pero ya es tarde para remediarlo. Por eso el patriarca dijo: “Señor, haznos entender que la vida es corta para así vivirla con sabiduría” (Salmos 90:12). Y ese entender la vida se lo debe hacer mientras vivamos, lo cual solo será posible cuando aceptemos la muerte como un obsequio, como la finalización de cargas, sufrimientos y dolores que ocurren a todos los humanos sin excepción. Como solía decir Amiel: “Saber envejecer es la obra maestra de la sabiduría y uno de los capítulos más difíciles del gran arte de vivir”. Pero envejecer amargado es la obra maestra del diablo.

Si bien entonces la muerte nos vendrá a todos (y de diferentes maneras y en edades distintas… ‘mors certa hora incerta’), perdámosle el miedo, hagamos de ella una bendición para nosotros y quienes nos rodean. Preparémonos para el día de nuestra partida, pero sin exagerar a tal punto de no disfrutar nuestra existencia, pero tampoco sin pensar en ella porque esto es el mal de la sociedad actual (la gente no quiere morir. Woody Allen lo grafica bien: ‘No es que me asuste la muerte, es que no quiero estar allí cuando llegue’).

Así como no podemos permanecer más tiempo del que quisiéramos en una fiesta por más buena que esté la comida, la conversación, la compañía (pues todos deben volver a sus rutinas); así mismo es nuestro viaje por la vida. Llegará el momento en que debamos levantarnos, agradecer al anfitrión y con una sonrisa despedirnos agradeciendo la hospitalidad.

Sea sabio, incluya en sus oraciones diarias el pedir a Dios le ayude a morir bien, agradecido, en paz, contento y en el tiempo que Él determine. Pídale irse lleno de gozo (aunque su cuerpo esté enfermo o sea molido en un accidente), y que sus seres queridos lloren solo lo justo y necesario -algo tan indispensable para enfrentar el duelo-, pero que sigan sus vidas, porque a fin de cuentas cuando muramos el mundo seguirá corriendo, gente naciendo y gente muriendo. La diferencia está en saber morir bien.

Para concluir (pues todo en esta vida tiene un principio y un fin), quiero terminar diciendo que Cristo, mi SEÑOR, venció la muerte y con ello nos dio autoridad para vencerla también. Les dejo tres versículos que dan cuenta de mi fe:

  • “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” (1ª Corintios 15:55).
  • “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Hebreos 2:14-15).
  • “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21).
Fuente:
Gabriel Gil

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