Es muy difícil en este siglo XXI, sustraerse a la carrera desenfrenada que la mayoría de las personas tienen tratando de alcanzar un bienestar personal que vaya más allá que la mera subsistencia. En definitiva, todos necesitamos y tenemos derecho a una vida digna donde todas nuestras necesidades y anhelos más legítimos sean satisfechos. La crisis económica que se cierne sobre el mundo desde hace varios años, sin duda afecta a muchos. Lo peor es la enorme contradicción que existe en el planeta entre los millones que se mueren de hambre, apenas sin posibilidades de subsistencia y la otra parte de la humanidad, que aunque tiene mucho, o tiene la posibilidad de obtenerlo, tampoco está satisfecha con lo que tiene y siempre quiere más.
Cuando Jesús nos dice que la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee, no quiere decir que la abundancia sea necesariamente mala; ni que la pobreza sea esencialmente buena. “La miseria tiene cara fea” reza un refrán utilizado con frecuencia entre nosotros y que expresa una tremenda verdad. La misma que repetimos los cubanos cuando ante nuestras carencias y dificultades con demasiada frecuencia decimos: no es fácil.
Aun así, lo cierto es que vivamos donde vivamos, es necesario desarrollar una filosofía de vida que no sucumba ante el deslumbramiento de las riquezas, porque ellas tampoco, por sí mismas, satisfacen las ansias espirituales del alma humana.
Jesús también habló de un hombre rico que había obtenido todo lo que quería, creyendo que su alma se llenaría con eso. Pero murió sin poder disfrutar sus pertenencias. El error es creer que las cosas materiales tienen la facultad de llenar nuestro vacío espiritual.
Compré en una librería en La Habana la biografía de la Teresa de Calcuta. Viviendo sencillamente con lo imprescindible, y ocupándose de las necesidades de los más pobres entre los pobres, esta mujer desafió al mundo diciendo que ella era inmensamente feliz. Su vida impactó a toda la humanidad porque vivió en la pobreza más absoluta. Logró hacer una obra inmensa entregando amor y cuidados a moribundos y leprosos. No digo a mis lectores que vayan a Calcuta y vivan, como hizo ella solo con tres mudas de ropa. Lo que pretendo enseñar es que la vía para sentirnos felices y satisfechos donde quiera que estemos, transita por el abandono del egoísmo intransigente que ha esclavizado a la humanidad, así como la seguridad de que estamos cumpliendo en nuestras vidas con el propósito para el cual Dios nos creó.
Jesús no se equivocó y debemos apropiarnos de su enseñanza. La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee. Si así lo crees será mucho mejor —y más seguro— para ti. No lo dudes.
¡Dios les bendiga!