
En este 16 de agosto de 2025, cuando conmemoramos 162 años del inicio de la Guerra de la Restauración, la nación se viste de banderas, discursos y actos solemnes para celebrar su historia y renovar sus promesas de progreso. Sin embargo, las palabras del profeta Isaías resuenan con fuerza a través de los siglos:
¿Para qué me sirve la multitud de vuestros sacrificios? dice Jehová. No me traigas más vana ofrenda… Cuando multipliquemos la oración, yo no oiré; llenas de sangre vuestras manos… Lavaos y limpiaos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda.(Isaías 1-11-17)
Dios no se complace en celebraciones que solo viven en el protocolo mientras la corrupción se esconde bajo alfombras, la injusticia se pasea libremente y la pobreza grita desde los barrios olvidados. Él no busca himnos patrios entonados con labios que ignoran al necesitado, ni desfiles que marchan sobre el silencio de los oprimidos.
El verdadero honor a Dios y a la patria no se mide en discursos de ocasión, sino en la justicia que se practica, en la compasión que se extiende y en la verdad que se defiende, aunque duela.
Hoy, más que una fecha para conmemorar, el 16 de agosto debe ser una cita divina para decidir: ¿seguiremos celebrando sin cambiar, o escucharemos el clamor de Dios para restaurar nuestra nación?
Porque toda independencia sin justicia es sólo una libertad aparente, y toda celebración sin arrepentimiento es un acto vacío.
En este día, desde la voz profética de la Palabra, declaramos: es tiempo de lavarse, limpiarse y volver a Dios. Que la nación elija restauración, o se encontrará con su ruina. Jehová ha hablado.