A pesar de sus tropiezos (¿qué líder no los tiene?), Josué era un hombre de oración que confiaba en las promesas del Señor. Imagino a Josué en medio de las batallas en momentos en que la espada del adversario se le venía encima recordando la voz del Señor alentándole de manera sobrenatural: «recuerda, no te abandonaré. Esta es mi promesa hasta el final. Sólo sé valiente y continúa esforzándote».
Nadie nace líder. El líder se hace. Quizás haya habilidades y atractivos que señalen ciertas aptitudes para liderar, pero es el carácter lo que define un liderazgo centrado en la voluntad de Dios. La iglesia necesita a ambos, a hombres con carisma y a hombres con carácter, pero preferentemente a estos últimos porque son los mejores candidatos para guiar a otros. ¿Por qué? Porque le confieren una enorme importancia a la humildad, porque saben depender absolutamente del poder de Dios para que él haga Su obra de redención y salvación. Josué sabía que las victorias que dejaba atrás y las conquistas de territorios enemigos a filo de espada, no eran un producto de su liderazgo obediente, sino de depender del poder de Dios.
Los amorreos huían despavoridos del ejército del Señor, pero era necesaria la intervención divina para que se consumara la victoria total. Y Josué clamó a Dios pidiendo lo que parecía imposible en presencia de todo Israel: “Sol, detente en Gabaón, y tú luna, en el Valle de Ajalón (Josué 10.12). De inmediato vino la respuesta de Dios: “Y el sol se detuvo, y la luna se paró…” (Josué 10.13a). El Señor estaba peleando por su pueblo, de manera que cualquier milagro puede suceder. Y este es un mensaje para la iglesia de Jesucristo y muy especialmente para los intercesores; para los hombres y mujeres de oración.
El Josué arrepentido de su falta al hacer alianza con los gabaonitas sin consultarle, oraba ahora confiado en medio del combate clamando por la acción divina para lograr la victoria. Una lluvia de granizos azotó al enemigo y oscureció el día alargándose la noche. El ejército de los 5 reyes más poderoso de todo el territorio quedaba tendido en el campo de batalla porque Dios combatía por su pueblo. Israel no olvidaría aquel día. La iglesia que ora es como un Gilgal de milagros. El líder que ora por lo sobrenatural y extraordinario con humildad y fe, recibe respuestas de tamaño Dios…si su fe pone a Jesús en el centro, si clama porque la voluntad de Dios sea propicia. Yo lo he visto en más de una ocasión. ¿Usted no?
Dios escucha la oración que nace de un corazón humillado y que confía en su poder para hacer lo imposible en favor de sus hijos, quita los temores para avanzar y crecer en la maduración espiritual sin perder la perspectiva de la meta que es Cristo, nuestra esperanza; confunde a los que intentan remover los cimientos fundados en la Roca y finalmente, toma la justicia de su mano con actos portentosos para destruir todo lo que impide el avance de su Reino. Por amor a su novia, la iglesia, Él puede detener el sol en su cenit y la luna en la cúspide de la montaña. Pero ¡cuidado!; no se trata del que ora, no se trata de la oración, sino de Jesús, de la voluntad de Dios. Él es siempre fiel, el consumador de la fe. Todo es cuestión de fe.
Cada día en Cristo es una nueva oportunidad para glorificar a Dios y adorar al que vive por los siglos. Adora al Señor en medio de tus batallas. ¡Búscale Iglesia, porque él no deja de pelear un instante en favor de ti!
¡Dios bendiga su Palabra!