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Renovando nuestro primer amor

Cuando conocemos al Señor y comenzamos nuestro caminar con Él se produce una especie de fascinación que envuelve todo nuestro ser. El Espíritu de Dios, que conoce los avatares del corazón recién redimido, perdonado y que ahora se siente elevado y aliviado de las cargas agobiantes del mundo, comienza a hacer la obra de sanidad en nuestro interior y nuestro espíritu se rinde irremediablemente al Cristo y a su iglesia y el mundo se nos vuelve otro nuevo, contamos los días para que llegue pronto este domingo que se tarda en llegar una eternidad, extrañamos la comunión y el abrazo fraterno de la última vez, la alabanza que escuchamos en casa es como tonada energizante que vigoriza los sentimientos y el deseo de ejercer la caridad a cuantos se aparecen. Es como si tomáramos cada día el cielo por asalto y ya vemos a ángeles a nuestro alrededor y a Cristo a nuestro lado y la iglesia nos parece el paraíso terrenal repleto de hombres y mujeres llenos del Espíritu que rebozan copas de santidad. El amor se nos desborda por los cinco sentidos; nuestra perspectiva de la realidad se descubre diferente. Es el clímax del amor, de nuestro primer amor por Cristo.

Si alguna vez usted ha puesto en duda el celo de Cristo por el amor de su iglesia y de sus hijos, los capítulos 2 y 3 de Apocalipsis le pueden arrojar luz sobre el tema y le ayudarán a comprender verdades espirituales que posiblemente despierten en Ud. nuevamente el fervor, la entrega, la pasión, la devoción y el entusiasmo de aquellos primeros tiempos en que se sentía vestido de Cristo de la cabeza a los pies. Él nos conoce y sabe cuándo nuestras obras, aun llevando ciertos rasgos de autenticidad y de sinceridad cristiana, se desvisten del amor hacia Él y se convierten en pura rutina, en una especie de práctica automática y formalista que sólo cubre y satisface las apariencias, pero no descubre nuestro verdadero corazón.

No debemos engañarnos. De alguna manera, todos abandonamos ese primer amor en determinado momento y la Biblia nos desafía no solamente a hacer memoria de aquellos tiempos en que la Palabra de Dios no cesaba de ser proclamada por nuestras bocas, sino a volver a buscar y experimentar ese fervor que consumía nuestro interior y glorificaba a Dios. La indiferencia, la apatía, la negligencia, la pereza son pecados que desagradan a Dios y nos desvían del hermoso camino de la santidad. Somos retados cada día a mostrarle al mundo el fruto del Espíritu que se produce en nuestro ser. Definitivamente el fruto del amor, del amor hacia nuestro Padre celestial y por el prójimo, es y seguirá siendo el mayor resorte que nos impulsará a mayores conquistas en nuestra vida cristiana. Pero no se trata del amor del “aquí y ahora”, sino del amor que procede de aquella ternura sobrenatural que se manifestaba “al principio” en la gracia y el Espíritu de Cristo visibles en cada uno de nuestros actos. La vida cristiana es una constante guerra espiritual contra el pecado, la carne – esa parte de nosotros que puede ser influenciada por las pasiones mundanas y nos incita a rebelarnos contra Dios, alejarnos de Él y hacer nuestra voluntad-, y el mundo, que claman a gritos porque regresemos a las obras de maldad y perversión, nos olvidemos de este primer amor y convirtamos nuestro andar cristiano en una mera rutina religiosa y legalista donde se hacen las cosas por puro compromiso.

Cristo nos llama a no abandonar nuestro primer amor y se entristece cuando ponemos otros intereses y prioridades en el lugar que sólo le pertenece a Él. Cuando esto sucede, cuando intentamos excusar nuestra pereza y deponemos las armas espirituales que una vez nos hicieron fuertes y piadosos por aquel amor original y genuino que provocó el encuentro con Jesús; cuando comenzamos a desestimar en nuestras mentes y corazones el gran regalo de la salvación y del perdón que recibimos por gracia, ahí mismo comienza este proceso de abandonar aquel amor que una vez nos oprimía el pecho de gozo e inmensa paz. ¿Recuerdas la vez primera que sentiste el abrazo tierno de tu Padre celestial en momentos que lo buscabas con fervor y pasión total? ¿Recuerdas cuando por primera vez buscaste como un mendigo hambriento el alimento de la Palabra de Dios y escuchaste su voz? ¿Recuerdas cuando viste el rostro de Dios en oración sublime o te morías por servir al necesitado movido por la gloria de Dios en tu vida?

El mensaje a volver al primer amor que sentíamos por Jesús cuando le conocimos, es válido para estos tiempos. Hay iglesias y cristianos que han dejado de reflejar la luz de su Señor porque olvidaron su entrega, ya no se aman los unos a los otros, no comparten el evangelio de la Salvación y sobre todas las cosas, no se arrepienten de sus pecados. Cristo nos recuerda: “el que recibe mis mandamientos y los obedece, demuestra que de veras me ama. Y mi Padre amará al que me ama, y yo también lo amaré y me mostraré a él” (Juan 14:21 DHH). Apropiémonos de esta hermosa promesa del amor de Dios y de nuestro amor por Él. Volvamos al primer amor, a la semilla, allí donde sólo cuenta la devoción, el fervor de la entrega y la perfecta comunión con el Espíritu de nuestro redentor. No es una alternativa, sino más bien debiera ser tu eterna, mi eterna, nuestra eterna vocación. ¡Dios te bendiga!

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

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