Estoy seguro que en algún momento de su vida ha escuchado decir a personas que les gusta ir a la iglesia porque allí se respira paz, armonía, tranquilidad. Eso es cierto, pero a menudo puede ser desilusionante. La iglesia somos los redimidos por la sangre de Cristo, pero aún estamos todos muy lejos de la perfección.
Verdaderamente a la iglesia se debe ir a buscar a Dios y a encontrarse con su hijo Jesucristo. Él es la paz. “La paz les dejo; mi paz les doy” (Juan 14.27a). Quien vive en el Espíritu goza de paz sobrenatural (la que “sobrepasa todo entendimiento” (Flp 4.7)). No es la iglesia la que produce paz, sino la presencia del Espíritu en la vida de cada uno de sus miembros. Cuando los redimidos dan fe de la presencia de Dios en sus vidas y testimonios, entonces la iglesia se convierte en una casa espiritual –con paredes o sin paredes-, un lugar de refugio para los pecadores que buscan la gracia de Dios, para aquellos que vienen cargados (producto del pecado) y cansados (de todos sus afanes) y aceptan la gracia de Dios en sus vidas por medio de la fe en Jesucristo.
[pull_quote_center]Diles a los Israelitas: ‘Designen las ciudades de refugio de las cuales les hablé por medio de Moisés, para que huya allí el que haya matado a cualquier persona sin intención y sin premeditación.’Josué 20:2[/pull_quote_center]
Dios no pasa por alto absolutamente nada que interfiera en sus planes de redención para la humanidad. Tres mil años atrás Dios le ordenó a Josué que estableciera ciudades de refugio en los territorios conquistados y repartidos entre las tribus de Israel. Refugio para pecadores, específicamente para los homicidas que “accidentalmente y sin premeditación” (Josué 20.3) habían causado la muerte a otra persona. Allí debían esperar un veredicto que los condenara o los absolviera. Una estrategia de Dios para que no proliferara la violencia y la muerte con la presencia entre el pueblo de homicidas sin control. Un decreto de misericordia y gracia para el pecador que nos trae a la mente “cuando todavía estábamos muertos en nuestros delitos y pecados” y el Señor se acercó a brindarnos el mejor refugio.
El Señor le ha dado una provisión extraordinaria a la iglesia para que el pecador arrepentido pueda encontrar en Jesucristo su único refugio. La iglesia se convierte en ciudad de refugio cuando Jesús es el centro de todo lo que hace y visiona, cuando protege al desamparado y provee espiritualmente para que sus miembros anhelen crecer hasta la estatura de Cristo.
Existen quienes, solapados bajo una nube de confusión e incertidumbre, vienen a la iglesia buscando otro tipo de refugio y no a Cristo y pretenden adquirir una nueva identidad e imagen a través del contacto y la convivencia con cristianos que les permita mantenerse “a flote” en las aguas turbulentas del mundo. Son los “refugiados” por conveniencia, los que van y vienen, pero jamás permanecen; los inmigrantes del mundo que no hacen patria en la casa de Dios ni en ninguna parte.
[pull_quote_center]La paz les dejo, Mi paz les doy; no se la doy a ustedes como el mundo la da. No se turbe su corazón ni tenga miedo.
Juan 14:27[/pull_quote_center]
Entre aquellas ciudades de refugio establecidas por Josué y la iglesia del Salvador del mundo hay una diferencia fundamental: en las primeras, el asesino que era declarado culpable era entregado al justiciero para que le aplicara venganza; en la iglesia del Dios vivo y en Cristo, el asesino, aun siendo hallado culpable conforme a las leyes del mundo, es perdonado y encuentra la salvación. Todo cristiano, sin excepción, estuvo destituido de la gloria de Dios cuando era esclavo del pecado. La gracia liberadora de Jesús nos hace aceptos y justos delante del Padre cuando abrazamos al Hijo por medio de la fe y confiamos nuestra vida solamente a él.
También los buenos soldados de Cristo pueden caer. La guerra espiritual es de vida o muerte y la iglesia, tanto el individuo como la congregación de creyentes, debe convertirse en ciudad de refugio llena de amor y gracia para los heridos que vienen buscando consuelo y ayuda. Si Dios lo hizo por nosotros un día, mucho más nosotros hoy le debemos al prójimo y a nuestros hermanos caídos en la batallas de la vida, una alta cuota de misericordia. La iglesia –tú yo- es también refugio para los pecadores que se arrepienten, de manera que no es patrimonio exclusivo para los redimidos, sino también para los irredentos que buscan el rostro de Dios y el amparo del único que trae paz, consuelo y amor.
¡Dios bendiga su Palabra!
Lectura sugerida: Josué 20