
Cuando una palabra confronta el corazón del pueblo, no siempre es fácil recibirla. Sin embargo, los ecos del pecado de Israel resuenan hoy con una claridad que no podemos ignorar. Esta reflexión no nace de juicio, sino de un anhelo profundo de restauración en la iglesia de Cristo.
Así como los profetas de antaño hablaban con vehemencia, no por deseo propio sino por obediencia al llamado divino, hoy también hay voces que claman en medio del desierto espiritual, señalando que los errores del pasado aún viven en prácticas, actitudes y corazones que se han alejado de la verdad.
Este llamado no pone en duda el ministerio de nadie, al contrario, lo afirma: quien proclama estas verdades lo hace con temor de Dios y con fidelidad a su Palabra. La iglesia necesita escuchar, no con orgullo herido, sino con corazones dispuestos a ser purificados por la luz del Espíritu Santo.
La historia de Israel es también una advertencia viva para nosotros. No estamos por encima de caer, pero sí somos invitados a volvernos a Dios con humildad, arrepentimiento y obediencia, para que su gloria se manifieste una vez más con poder entre nosotros. Misericordia y Paz