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Recuperando el deber de la gran comisión

Más de doscientos años después de su publicación, la Investigación de William Carey (1761-1834), conocido como el «padre» de las misiones modernas, sigue siendo un escrito con poder para motivar a la obra misionera. Este poder no proviene de su ingenio, pues Carey se basó en una argumentación sencilla que obtiene fuerza justamente de su simplicidad y franqueza. El argumento se resume en el título: Una investigación sobre la obligación de los cristianos de utilizar medios para la conversión de los paganos.

La Investigación marcó el inicio del movimiento moderno de misiones, como también de la sociología como disciplina académica. Carey realizó una revisión de los esfuerzos misioneros previos que constituye «el primer intento moderno de hacer una lista de los misioneros del mundo. Los datos no estaban fácilmente a mano, ya que nadie más estudiaba en ese entonces este aspecto de la historia».1

Una comisión vigente
Dentro de la denominación bautista a la que William Carey pertenecía se llevaban a cabo debates de gran importancia sobre la oferta gratuita del evangelio. Carey deseaba superar aquellas discusiones teológicas para argumentar a favor de llevar el evangelio a tierras extranjeras. Deseaba dar pasos concretos.

Carey entendía que la comisión apostólica debe aplicarse en el sentido más amplio, tanto cronológica como geográficamente. Es decir, la Gran Comisión requiere la predicación del evangelio a toda criatura, en todo lugar, y continúa vigente hasta la segunda venida de Cristo.

Carey objetaba el punto de vista hipercalvinista de que si Dios tiene la intención de salvar a los paganos, de un modo u otro los llevaría al evangelio o el evangelio llegaría a ellos. Esta forma de pensar todavía era muy fuerte entre algunos bautistas. Sin embargo, la soberanía de Dios no debe convertirse en una excusa para desobedecer el mandato de Dios.

El ataque de Carey estaba dirigido específicamente contra la opinión de que la Gran Comisión había expirado con la muerte de los apóstoles. Así describe el pensamiento de su época:

Parece existir la opinión en la mente de algunos de que, debido a que los apóstoles eran oficiales extraordinarios y no tienen sucesores apropiados y debido a que muchas cosas que eran correctas para ellos serían totalmente injustificables para nosotros, por lo tanto, no puede ser inmediatamente obligatorio para nosotros ejecutar la Gran Comisión.2

Carey respondía diciendo que, si la Gran Comisión se limitaba a los apóstoles, entonces también se limitaba el mandato de bautizar y la promesa de Su presencia hasta el fin del mundo. Por lo tanto, la Gran Comisión solo podía ser sustituida por una revelación adicional que, por supuesto, no existía.

En ausencia de una «contra-revelación», lo único que podría hacer que la Comisión no fuera de cumplimiento obligado (vinculante) sería la imposibilidad física de ponerla en ejecución. Por ejemplo, no era obligación del apóstol Pablo predicar a Cristo a los habitantes de la isla de Jamaica pues no conocía tal lugar, ni tenía los medios para llegar allí.

Esto nos lleva al corazón del pensamiento de Carey. Su misiología giraba en torno a la interacción entre tres conceptos: el deber, el uso de medios y el rol de la providencia divina. Aquí abordamos el primer concepto, dejando el resto para entregas siguientes.

La motivación misionera
¿Qué nos motiva a emprender el camino sacrificado de las misiones? En general, se habla de dos motivaciones. Para algunos prima la gloria de Dios; para otros, la compasión por los perdidos. Carey reconoció la importancia de ambas motivaciones, pero puso su énfasis en una síntesis: el deber.

Algunos teólogos sugieren que la motivación principal es el aumento de la gloria de Dios. Carey alude a esto cuando afirma que el esfuerzo misionero es la respuesta adecuada al mandato del Señor de que Sus discípulos «oren para que venga Su reino y se haga Su voluntad en la tierra como en el cielo».3

Años más tarde, haría una declaración más explícita en una carta donde describe la resistencia al evangelio entre los brahmanes de la India:

No tengo ninguna duda de que al final el Dios de toda gracia ejercerá Su poder omnipotente y vindicará Su autoridad, y establecerá la gloria de Su propio nombre en este miserable país; nuestras labores pueden ser solo como las de los pioneros que preparan el camino, pero la verdad prevalecerá (énfasis añadido).4

En 1821 escribió a su hijo Jabez, quien servía como misionero en otra provincia de la India. Carey lo motiva a pensar en la gloria de Dios en medio de las adversidades:

Sé que las dificultades de los primeros que se comprometen en esta obra son grandes, y siento mucho que te encuentres solo en ese vasto terreno, pero estoy seguro de que el Señor puede darte fuerzas según tu día y que sostendrá a todos los que, con la vista puesta en Su gloria, se comprometen en Su gloriosa obra (énfasis añadido).5

La importancia de la compasión
Carey también veía la compasión como un factor importante para realizar el esfuerzo misionero. En su Investigación apelaba a los «sentimientos de humanidad».6 Sostenía que la motivación misionera debía derivar de la consideración del estado de indigencia e incivilización de la mayor parte de la humanidad.

Los relatos de la «ignorancia o la crueldad de la humanidad deben suscitar nuestra compasión y provocarnos a colaborar con la Providencia en la búsqueda de su bien eterno».7 A quienes sostenemos una teología reformada, no debería darnos vergüenza admitir que la compasión nos motiva. Al sentir dolor por los que se pierden, imitamos a nuestro Señor, quien lloró por la incredulidad de Jerusalén (Lc 19:41).

La motivación suprema del deber
En el deber encontramos el argumento teológico supremo para el esfuerzo misionero. La gloria de Dios proporciona una motivación legítima para las misiones, al igual que la compasión por las almas de las personas perdidas. Pero las palabras de alabanza a Dios o la preocupación por los perdidos serán inútiles si no van acompañadas de obediencia activa y concreta a la Gran Comisión.

Podemos entender este argumento de deber como una extensión del debate teológico que recuperó la libre oferta del evangelio. El hiper calvinismo había perdido de vista la compasión debido a sus excesos racionalistas. Andrew Fuller y otros hombres entendieron que el meollo del problema era una falta de claridad en cuanto a lo que las Escrituras demandan de la iglesia. En el Nuevo Testamento se encuentran mandamientos claros sobre la predicación del evangelio y el arrepentimiento de los pecadores.

La gloria de Dios es el fin supremo de todo lo que existe y la Gran Comisión sirve como una especie de principio regulador: si queremos glorificar a Dios debemos hacerlo de la manera que Él nos indica, lo que incluye anunciar Sus virtudes a las naciones. Si llenamos nuestra boca de alabanzas, pero no nos esforzamos en las misiones, nos volvemos como los que dicen «Señor, Señor» y no hacen lo que Él dijo (Lc 6:46).

En palabras de William Carey: «Si quieres acelerar el Reino, sal a hacerlo tú mismo. Solo la obediencia racionaliza la oración; solo las misiones pueden redimir tus intercesiones de una falta de sinceridad.

 

Fuente:
SAM MASTERS

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