Cuando nos acercamos al Padre, debemos pedir confiadamente y con audacia, pero en primera instancia, es preciso reconocer su señorío. Debemos acatar humildemente su voluntad si Él decide llevarnos por un sendero diferente.
«Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación. Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios». Con esas hermosas palabras de adoración comienza el salmista el maravillo Salmo 90. Todo este salmo rebosa de un sentido de reverencia y asombro ante el poder y la santidad de Dios.
Con ese mismo sentido de adoración y reverencia debemos nosotros comenzar nuestras oraciones. Antes de pedirle al Señor cualquier cosa, lo primero que tenemos que hacer es postrarnos en espíritu ante Él, reconocer su poder y señorío, y abandonarnos a su soberana voluntad. Una vez registrada esa entrega total, podemos traer ante Él nuestra propia agenda y nuestras necesidades.
Es importante que comencemos nuestras oraciones dando gloria y honra al Señor. De esa manera declaramos que El es mucho más importante que nuestros anhelos y necesidades personales. Lo ponemos a Él en el primer lugar y reconocemos que nuestras esperanzas están fundamentadas únicamente en Él. Además, al comenzar poniendo el enfoque sobre Él y sobre su gloria, esto aumenta nuestra fe y nos capacita para creer que en Dios todas las cosas son posibles.
En el Padrenuestro, la oración modelo ofrecida por Jesús para enseñar a sus discípulos a orar, el Señor comienza, “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre” (Mt 6: 9). De esa manera el Señor dejó implícitamente asentado el principio de comenzar nuestras oraciones dando gloria al Padre. También dejó establecido el principio prioritario de que la voluntad de Dios sea hecha, antes que la nuestra (“Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”.)
Toda nuestra vida, nuestras oraciones, esfuerzos y servicio, deben estar saturados de ese sentido de reverencia que refleja el salmista. Todo es para su gloria. Si vivimos así, le seremos agradables. Si oramos así, nuestras oraciones tocarán su corazón, y recibiremos las peticiones que presentamos ante Él.