Y el SEÑOR preguntó a Satanás: «¿De dónde vienes?» Entonces Satanás respondió al SEÑOR: «De recorrer la tierra y de andar por ella.» Job 1:7
Sean de espíritu sobrio, estén alerta. Su adversario, el diablo, anda al acecho como león rugiente, buscando aquien devorar. 1 Pedro 5:8
El mal está en todas partes, como los virus. Es una red tramposa e invisible que puede causar enfermedad o muerte. La vida es peligrosa y frágil, pero podemos pedirle a Dios que nos proteja. Reconocer nuestra fragilidad nos ayuda a buscar refugio en la misericordia de Dios. La persona soberbia y confiada en sí misma no tiene defensas contra los peligros de la vida, mientras que la persona humilde y consciente de su debilidad encuentra refugio en Dios.
El mal es como los virus ciegos e indiferentes que pueblan el mundo. Están por todas partes. No nos tienen ni amor ni odio. Son totalmente indiferentes a nosotros. Pero si un día se tropiezan con nosotros, pueden contaminarnos con una enfermedad, o en ocasiones acarrearnos la muerte.
Este mundo caído está saturado por el mal. El mal es el aire que respiramos. Es una red tramposa e invisible extendida por todas partes. Si no nos cuidamos, podemos fácilmente caer en sus hilos venenosos y perder hasta la vida. El ser humano es una criatura eminentemente frágil. Mientras está en el mundo, atraviesa un bosque lleno de fieras implacables, expuesto al peligro hasta el día de su muerte.
Me recuerda las palabras del apóstol Pablo, describiendo las peripecias de su propia jornada ministerial: “en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos” (2 Corintios 11:26).
Ciertamente, la vida es un terreno peligroso, y no hay ser humano que pueda salir de este mundo sin oler a humo. Es, simplemente, un gaje del oficio de ser humano. Ser hombre o mujer es ser frágil, propenso a equivocarse, expuesto a caer en algún momento en una zanja en una noche oscura. Tarde o temprano nos tropezaremos con una de esas bestias hambrientas del bosque, que querrá destrozarnos e ingerirlos, no porque nos odia, sino simplemente porque tiene hambre.
Por eso Jesús dice, “líbranos del mal”. Nos está enseñando a reconocer nuestra fragilidad inherente, en un mundo lleno de peligros, y a pedirle a Dios que siempre nos proteja, que nos cubra con su coraza de protección cuando salgamos a la calle, o durmamos sobre nuestra cama, o simplemente llevemos a cabo las labores normales de la vida cotidiana.
Sabia es la persona que reconoce cuán frágil es, y cuán desesperadamente necesita la protección de Dios mientras respira. El salmista dice: “Hazme saber, Jehová, mi fin, Y cuánta sea la medida de mis días; Sepa yo cuán frágil soy”. No lo dice porque sea un masoquista que quiere cultivar un sentido de baja autoestima. Lo dice porque sabe que hay mucha sabiduría en admitir nuestra fragilidad y refugiarnos preventivamente en la misericordia de Dios. En esa actitud humilde hay refugio contra los peligros de la vida.
La persona soberbia y demasiado confiada en sí misma no tiene amortiguadores contra los peligros y acechanzas de la vida. La persona humilde y consciente de su debilidad que se encomienda constantemente a la protección de Dios, por otra parte, siempre hallará refugio en los brazos de su poderoso Padre celestial.