Cuando sirves a Dios religiosamente, lo haces porque sientes que debes hacerlo; otros le sirven porque quieren. Y los resultados más grandes están reservados para el que hace las cosas porque quiere. Cuando lo haces porque quieres, pones tu corazón. Dios le dijo a Caín: Si bien hicieres, ¿no serás enaltecido? Queriendo decir: Tú pudieras haber tenido los mismos resultados. Lo que tenía era que hacer lo correcto, y hacerlo porque quisiera hacerlo. Hay poder en el movimiento, en tomar acción; es parte de la fórmula para el éxito.
“8 Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda. 9 Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo. Y era día de reposo aquel día. 10 Entonces los judíos dijeron a aquel que había sido sanado: Es día de reposo; no te es lícito llevar tu lecho.” Juan 5:8-10
Los religiosos no se alegraron de que fuera sanado. Tampoco se alegraron de que aquel hombre fuese ahora proactivo en la sociedad. Uno de los problemas más grandes de la religión es que deja a la gente ser poco productiva. En nuestros países, carecemos de gente que quiera salir y producir. Tenemos que ser productivos. Tan paralítico está el que está sentado, como el que lo está ayudando y no lo está ayudando a levantarse. El que le ayuda lo que siente es satisfacción de ayudarle, pero no lo levanta para que se vuelva alguien productivo y sea testimonio ante la sociedad de que, cuando tomamos acción, nuestra vida puede cambiar.
De eso está llena la sociedad, y los religiosos contribuyen a eso. Se molestan con ministerios como el nuestro porque te retamos a que hagas algo más grande con tu vida, a que te atrevas a lanzarte, a crecer y entender que Dios tiene cosas más grandes para ti. Sin darnos cuenta, todos tenemos un lecho, un cuadrado donde nos paramos y estamos estancados. Por mejor que creas estar, tú también lo tienes, y hasta que no tomes responsabilidad y acción, no saldrás al lugar que Dios tiene para ti.
Hay diferencia entre querer y hacer, y esto hace diferencia también para aquellos que estamos observando. En una ocasión, nuestro Señor Jesucristo llegó a un lugar, y una mujer le lavó los pies. Unas versiones nos hablan acerca del pote de alabastro, un perfume caro; cada Evangelio describe cosas diferentes, nos dan diferentes perspectivas de un mismo hecho. Jesús entra a casa de Simón, y llegó aquella mujer. Simón era un fariseo religioso, y dentro de su mente y su corazón, comenzó a decir: Si este fuera profeta, sabría qué clase de mujer es esa, y no dejaría que le toque los pies. En otra versión, tenemos a Judas Iscariote; porque siempre hay un religioso y un Judas, el que todo lo ve por dinero. Lo que pensó fue: ¡Qué desperdicio! Pero es que, si lo vendían para darlo a los pobres, lo pondrían en la bolsa que Judas administraba, de donde podía entonces robárselo.
Así que tenemos un religioso, paralizado. Lo que mueve a Simón a un encuentro con el Señor son la apariencia y el orgullo. Simón quería tener en su casa a Jesús, porque Simón era movido por la reputación. En cambio, tenemos una mujer que se tira a los pies de Cristo, y no le importa lo que nadie piense.
Simón pensó: Tengo a Jesús en mi casa y voy a avanzar. Pero ahora, estaba preocupado de lo que la gente pensaría de Jesús. Entonces, comienza a pensar y a criticar. Y Jesús le pregunta: Si un hombre debe poco, y el otro mucho, y a ambos se les perdonan sus deudas, ¿quién amará más? Y Simón dijo: Al que se le perdonó más. Y Jesús dice: Entré a tu casa y no me diste agua ni beso. En otras palabras: No te metas con los que están haciendo. Esto es por si eres de los que creen que Dios no está pendiente a lo que tú haces. Cuando tú te metes con los que están haciendo, Dios te va a decir todo lo que tú no estás haciendo. Jesús dijo: No me diste agua ni beso ni aceite, pero esta mujer ha dado todo lo que tiene; ha hecho por mí lo que tú no has hecho.
Aquella mujer fue movida por el perdón de sus pecados. A Judas le movía el dinero, y ahora estaba cuestionando la dádiva de aquella mujer que había entregado todo. Pero estos dos hombres, Judas y Simón, estaban viendo a una mujer que estaba haciendo; y el problema es que los que hacemos les ponemos presión a los que solo miran y hablan. Los Abel le ponen presión a los Caín, y los Caín no aguantan presión, así que lo único que les queda es hablar mal de aquellos que hacen, no para que hagan otra cosa, sino para que dejen de hacer, porque ellos no están dispuestos a hacer lo que otros están haciendo por amor y por voluntad propia, porque no tienen la misma fuerza que los mueva, como sí la tenía aquella mujer.
Esa mujer estaba agradecida porque Dios había perdonado sus pecados. A Judas le movía el dinero. Y muchos piensan que el dinero no los mueve, pero todos vamos a trabajar un gran número de horas semanalmente, por dinero. Tú has ido enfermo a trabajar porque, si no, no te pagan. Soportas un jefe insoportable, por dinero. Soportas clientes insoportables, por dinero. ¿Por qué te molesta que otros den, si no es tu dinero? ¿Qué te importa a ti lo que dé otro? Te importa porque te pone presión, y es más fácil echarle la culpa a otro porque te pone presión, que aceptar tu responsabilidad.