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Que no se apague el amor

Apocalipsis 2:1-7. Para los tiempos cuando Juan escribe esta era la ciudad más importante, no sola desde el punto de vista de su posición estratégica y cuna de una gran cultura y de negocios, sino como uno de los más grandes campos misioneros debido a su estado de inmoralidad. Éfeso era el punto de encuentro de todos los caminos conocidos por el imperio romano.

Fue Éfeso la más grande ciudad de toda el Asia. Fue ella una ciudad libre según el decreto político del imperio por el servicio que presentaba al mismo. Eso la hacía receptora y a la vez propagadora del más grande comercio antiguo. Pero también ella era la depositaria y guardiana de Artemisa, la muy famosa Diana de los efesios, la gran diosa a la que Pablo se enfrentó durante sus viajes misioneros (Hechos 19). Era como decir la virgen de Guadalupe para los mexicanos o la virgen de Coromoto para los venezolanos.

En tal escenario se levantó una iglesia. Los elogios que el Señor le dice revelaban el enorme trabajo que estaba haciendo en medio de semejante paganismo. No era fácil presentar el evangelio en tales condiciones. Pero esta iglesia lo había hecho muy bien. Y si no fuera por la queja del Señor, esta sería la tercera iglesia en quien el Señor no encontró falla alguna.

Sin embargo, el haber abandonado el primer amor fue su gran falta. Ellos, por lo tanto, estaban haciendo un gran trabajo, pero sin la motivación del amor, la virtud más importante en la vida de una iglesia. Lo que descubrió el Señor en la iglesia de Éfeso sirve de advertencia para la iglesia de hoy. Es bueno saber si el trabajo que hacemos carece de amor. El mensaje aplicado para nosotros es acerca de nuestra auténtica lealtad. Veamos por qué no debe apagarse el amor en la iglesia del Señor. Por qué el amor debe ser su más grande característica.

Por la identificación de Cristo con la Iglesia que no se apague el amor

Una de las cosas más notorias del mensaje con lo que el Señor dirige al “ángel” de cada iglesia es la particular forma como él se identifica con ellas. Cada iglesia conoció, a lo mejor por su propia condición, una función nueva de su Maestro.

El que tiene las siete estrellas en su diestra. 

Apocalipsis 2:1a. La palabra “estrellas” es una referencia a las iglesias mismas. Es una gran noticia el saber que el Cristo resucitado y victorioso sostiene a sus iglesias con la diestra de su mano.

La palabra “agarrar” en esta oración es una de las más fuertes en el griego. Esto hace notar el control absoluto que el Señor tiene sobre todas las iglesias. Esto produce seguridad y confianza en el trabajo. Así fue cómo Juan identificó al Señor desde el principio (1:16).

Tales palabras traen gran tranquilidad y afirmación por cuanto reflejan la protección que Cristo proporciona y el control que él tiene de las iglesias y sus ministros, así como su interés por los que están al frente de ella.

El que anda en medio de los siete candeleros.
Apocalipsis 2:1b. El candelero es la iglesia y a través de ella se expande la luz. El que Cristo se mueva en medio de estos candeleros nos recuerda que Jesús es una presencia activa. No adoramos a un Cristo muerto. Por otro lado, el candelero no es la luz, es el lugar donde se pone la luz. La función de la iglesia es proyectar al que anda en medio de sus candeleros. Es reflejar a Cristo en todo lo que hagamos.

El que Cristo ande en medio de ese candelero es una garantía de su presencia, poder y dirección. Si bien es cierto que el “ángel” al que se dirige el Señor podía ser el pastor que cuidaba a la iglesia, la presencia de Cristo en medio de ella es su mayor garantía que nada prevalecerá contra ella. Es la garantía que lo que ella hace como su trabajo evangelístico de alcanzar al perdido, está debidamente respaldado. No estamos solos.

Por el trabajo hecho hasta ahora, que no se apague el amor

Se define con un “arduo trabajo”
Apocalipsis 2:2.  Cuando uno compara el reconocimiento que el Señor hace a la iglesia de Éfeso con el de la Laodicea, pronto ve un abismo de diferencia con las palabras “yo conozco tus obras…”. Para la primera esto implicaba un gran elogio, para la última una reprimenda.

Nadie podía tildar a la iglesia de Éfeso como negligente en el trabajo. En tal iglesia el trabajo no se detenía. Había un programa con un calendario de actividades.  ¿Quién no quisiera haber pastoreado una iglesia como aquella?  El Señor que caminaba en medio de ella notó “su arduo trabajo y paciencia”.

Esto revelaba que ella era fiel en la práctica. La palabra “trabajo” aquí traduce un gran esfuerzo acompañado de sufrimiento. Era una iglesia que no se había desmayado. No muchas iglesias son elogiadas así. La ciudad de Éfeso sabía que en su seno había una iglesia que le estaba haciendo la vida imposible a los adoradores de la diosa Diana.

Se define con un sufrimiento y paciencia
Apocalipsis 2:3. El sufrimiento fue notorio debido a la resistencia idolátrica que hacían. También tenían una gran paciencia y firmeza en la doctrina. Ellos no toleraban las desviaciones doctrinales ni los que propagaban tales enseñanzas, a quienes llamaban falsos apóstoles y mentirosos.  Al parecer la iglesia tenía un gran programa de educación teológica y a lo mejor una muy buena “escuela dominical”.

Los errores doctrinales no encontraban cabida en aquella vigorosa iglesia. Ellos aborrecían la obra de los nicolaítas . 6, que pretendían confundir a los fieles. ¿Qué más se le podía pedir a una iglesia como esta?  Pero el asunto es que no es suficiente hacer un gran trabajo, ser celoso por defender la doctrina, preocuparse por las cosas externas de la iglesia, y descuidar lo que debiera ser más importante; eso es, el amor.

Por la exhortación que se le hace

Se le recuerda que debe arrepentirse
Apocalipsis 2:5.  He aquí el camino de la restitución. El mensaje hermoso de las Escrituras es que siempre apuntan hacia la restauración. La Biblia nos presenta a un Dios que “reprende y castiga a todo el que ama”, pero que tiene un firme propósito en restaurar al caído. A la iglesia de Éfeso le dice tres cosas que son notorias para recuperar el amor perdido:

1). Recuerda de dónde has caído.
Ve al momento y la acción que te hizo apartar de este amor. Recuerda el gozo que tuviste antes y el deleite que disfrutabas por causa del amor a Cristo y su obra. Recuerda todo lo que el Señor ha hecho en ti y “no olvides ninguno de sus beneficios”. También recuerda la pasión por Cristo y las almas que has tenido.

Este es un llamado para ir de regreso al momento donde se ha fallado. Para llegar a la causa misma que nos produjo la caída que nos ha llevado a perder el primer amor. A veces sufrimos de amnesia espiritual y el Señor nos lleva a esos momentos donde le fallamos para que reconozcamos nuestra condición espiritual.

Arrepiéntete.
La palabra para arrepentirse es “metanoia” en griego. Siempre está asociada con un cambio de actitud. Con dar media vuelta a lo que se está haciendo mal y levantar el rostro hacia arriba, donde está Cristo sentado. Dejar de amar a Dios después de haberle conocido es un pecado del que hay que arrepentirse. Dejar de tener amor por los que están sin Cristo es un pecado del que hay que arrepentirse. Por lo general estos son los grandes pecados de los santos. El creyente también tiene de qué arrepentirse. Si nuestro amor no tiene la intensidad de la que él mismo nos demanda, debemos arrepentirnos.

Haz las primeras obras.
La iglesia de Éfeso fue fundada por Pablo, pastoreada por Timoteo, liderada por Apolos. Aquellos fueron tiempos de gloria. La manera cómo se enfrentaron a la idolatría hablaba de una iglesia con una pasión por el Señor que ahora se le reclama para que regresen.  ¿Y acaso no es esto lo que se espera de cada creyente? ¿No es cierto que la fuerza de la costumbre y la rutina en la vida cristiana hace que nos olvidemos de nuestras primeras obras?  Vuelve a ese primer amor impulsado por tu corazón amoroso. Regresa a tu tiempo de gozo en el servicio.  Reconcíliate con él y con su obra. No dejes que te quiten tu candelero. Tú has sido llamado para ser un instrumento de luz.

Por la recomensa que le espera
Apocalipsis 2:7Hace apenas unas semanas se celebraron las Olimpíadas de Tokio 2020. Muchos fueron eliminados. Algunos ganaron medallas de bronce y de plata, mientras que muy pocos ganaron medallas de oro.

Para algunos ha habido gozo, mientras que para otros han sido notorio las lágrimas y la frustración. Las olimpíadas nos recuerdan la importancia de la competencia y de la necesidad de la disciplina para obtener el galardón. En el caso de la vida cristiana nadie apuesta para ser eliminado.

Nuestro objetivo es el triunfo. ¿Qué les espera a los vencedores cristianos después que hayan competido legítimamente?  El Señor dice: “Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios”.

El “árbol de la vida” es símbolo de provisión. Dios jamás defraudará a su pueblo cuando este sufre necesidad. El fruto del jardín de Dios le está asegurado a todos los triunfadores. Dios espera que su pueblo viva en victoria.

Son los victoriosos los que se le abre camino a ese árbol de la vida. Al principio se le prohibió a Adán y a Eva, por causa del pecado. Sin embargo, ahora se les promete a todos los triunfadores.

Que no se apague el amor
El texto termina diciendo: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”. ¿Qué le está diciendo el Espíritu Santo a nuestra iglesia hoy día? ¿Cuál es el mensaje que quiere comunicarle?

Le está diciendo que revisemos cuáles son nuestras verdaderas motivaciones en el servicio al Señor. Todo trabajo y celo que tengamos por la obra no debería sustituir la prioridad de mi amor.

Recordemos la pregunta que le hizo el Señor a Pedro, “¿me amas más que esto?”.  Mientras el Señor andaba en aquel candelero alabando la gran obra de la iglesia, notó que había “fisura en su costura”. Descubrió que algo se había perdido en el proceso. Que algo había sido abandonado mientras se dedicaban al trabajo y a la defensa doctrinal. La queja del Maestro es que habían dejado el primer amor. Pero ¿a qué amor se refería Jesús? Seguro que era el “amor de los amores”. Porque no hay amor más grande que el divino.  ¿Qué hay en mi vida que ha substituido el amor a Cristo?

Dejar el primer amor es dejar de amar lo que debiera ser lo primero en vida. ¿Qué nos motiva? La tradición y la religiosidad nos esclavizan; necesitamos un cambio de vida.

Fuente:
pastor Julio Ruíz | Venezuela

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