
En la Biblia hay una historia que siempre estremece mi corazón de madre. Es la historia de una viuda en Sarepta que estaba viviendo su hora más oscura.
Había una sequía terrible. Ella miró en su alacena y vio la realidad: solo le quedaba un puñado de harina y un poco de aceite. Su plan era desgarradoramente simple: preparar esa última comida para ella y su hijo, comerla, y luego echarse a morir. Ya no tenía esperanza. Ya no tenía recursos.
Y justo en ese momento, el profeta Elías llega a su puerta y le pide algo impensable: «Hazme a mí primero una pequeña torta cocida» (1 Reyes 17:13).
Imagínate eso. Ella estaba en su límite, necesitaba ayuda, necesitaba que alguien le diera a ella. Pero Dios le pidió que ella diera lo único que le quedaba.
¿Te has sentido así últimamente?
Quizás no te falta harina en la alacena, pero te faltan fuerzas en el alma. Sientes que estás en las últimas. Quieres que alguien venga a orar por ti, que alguien te escuche, que alguien cargue tu peso. Piensas: «No tengo nada para dar. Estoy vacía. Necesito que me den a mí».
Pero el reto que quiero lanzar hoy, basado en lo que aprendemos en Una Madre de Rodillas, es radical: Tu milagro no empieza cuando recibes, sino cuando das de tu escasez.
La viuda dio su última comida, y la harina no escasee ni el aceite menguó.
Hoy quiero desafiarte a hacer lo mismo. Aunque sientas que te queda la «última gota» de energía emocional, úsala para bendecir a otra mamá.
¿Conoces a alguien que está pasando por una prueba difícil? No esperes a estar perfecta para ayudarla. Llámala hoy. Escúchala. Ora por ella.
Usa ese poquito de aceite que te queda para ungir la vida de otra persona.
Es un principio espiritual poderoso: cuando tú te ocupas de la casa de otros a través de la intercesión, Dios se ocupa de la tuya. Cuando riegas a otros, tú también eres regada (Proverbios 11:25).
En Una Madre de Rodillas, te enseñó que la oración no es solo pedir para nosotras; es un arma de guerra que se activa cuando nos paramos en la brecha por los demás . A veces, la mejor manera de luchar por tus propios hijos es arrodillarse a orar por los hijos de tu amiga.
No te guardes ese último puñado de fe. Siembralo en la vida de alguien más.
Te sorprenderás al ver que, al terminar de orar por ella, tu propia vasija se habrá llenado de nuevo.
Oración-
Padre Celestial, confieso que me he sentido vacía y he estado esperando que otros vengan a llenarme. Pero hoy, decido seguir el ejemplo de aquella viuda. Te entrego mi «poquito». Te doy mis últimas fuerzas y mi tiempo para bendecir a alguien más. Pongo a un lado mi propia necesidad para interceder por la necesidad de mi hermana. Sé que mientras yo cuido de otros en oración, Tú cuidas de mí y de mi casa. Multiplica mis fuerzas. En el nombre de Jesús, Amén.
Amada, la intercesión es el secreto para que el aceite nunca se acabe en tu casa. Si quieres aprender a usar la oración como una llave que abre los cielos, no solo para ti sino para tus generaciones, Una Madre de Rodillas es tu guía.
con amor y oraciones,



