Hace poco tuve el privilegio de ministrar a un hermano que padecía temporalmente de una profunda depresión motivada por gravísimos problemas familiares. Edmundo no podía entender que, siendo cristiano, estuviera sometido a tan dolorosa prueba con sus seres más amados. Oré con todo mi corazón para que Dios nos guiara en aquel difícil trance y enseguida le propuse que me diera todos los motivos de su desgracia. Increíblemente Edmundo se quejaba a Dios constantemente, su autoestima estaba por el piso y sus palabras salían de su alma contaminadas con una doble porción de mundana banalidad vertiendo juicios sobre sus parientes –también cristianos – que no le correspondían. Al concluir su discurso contra él mismo y contra su mundo, comenzó a llorar y entonces le pregunté: Edmundo, ¿conoces tu identidad? ¿Has perdido la noción de quién eres? ¿Sabes que eres aceptado en Cristo tal y como eres y que Él está en medio de ti? La respuesta me desconcertó: ¡No, no sé de qué me estás hablando!
[pull_quote_center]Les daré en Mi casa y en Mis muros un lugar, y un nombre mejor que el de hijos e hijas. Les daré nombre eterno que nunca será borrado.Isaías 56:5
Ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino que han recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos: «¡Abba, Padre!»
Romanos 8:15[/pull_quote_center]
Esta es la respuesta de muchos cristianos como Edmundo. Nunca entendieron el sentido de las Buenas Noticias en Cristo Jesús. Jamás han comprendido que el ser aceptos en Cristo nos ha dado una nueva identidad por la que debemos de andar siempre con la frente en alto y en posición erguida. El cristiano, pues, no debe decir nunca que su autoestima está baja. ¿Quieres mayor estima que el ser aceptos en Cristo y por Cristo? ¿Para qué necesitas flagelarte autoestimándote negativamente si el que tiene que estimarte te cree la niña de sus ojos desde que se entregó en la Cruz? Él te estima, se deleita en ti con gozo porque eres su hijo y esa identidad es única, es privilegiada, no todos la tienen. Somos libres, sin culpa, porque su sangre nos limpió y eso no tiene vuelta atrás. Podemos caer, tener problemas, sufrir en momentos de desolación. Pero Dios estará ahí, a nuestro lado. Él sólo quiere que recuerdes tu identidad y el precio que pagó en la cruz para liberarte de toda carga y pensamientos inocuos.
El amor de Dios comienza con la aceptación. Él nos afirma, nos da poder para cambiar nuestro lamento en gozo y destruir las barreras de nuestra incredulidad. ¡Hemos sido aceptados en el Amado de Dios! Así que no hay que andar quejosos ni reclamando promesas pues todas son tuyas – ¡todas!- si eres consciente del Padre que tienes, si tienes claro cuál es tu verdadera identidad, tu real sustancia como escogido de Dios, si eres obediente. Dice la Palabra: “Porque el Espíritu que Dios les ha dado no los esclaviza ni les hace tener miedo. Por el contrario, el Espíritu nos convierte en hijos de Dios y nos permite decirle a Dios: ¡Papá!” (Romanos 8:15)
¡Dios te bendiga!