Con esta pregunta, dirigida a un grupo de niños discapacitados, comienza un anuncio en la televisión. Uno de los chicos da una respuesta que, a mi modo de ver, es brillante. Él dice: «Amor es que una persona como tú, se preocupe y ame a una persona como yo».
Esta breve respuesta encierra un amplio y profundo contenido. En realidad, la palabra amor es una palabra muy usada en la actualidad que cubre un amplio panorama que va desde «amar un helado de vainilla» hasta amar a Dios. La palabra se ha vaciado un poco de sentido, e incluso en muchos casos se ha convertido en una especie de rutina que repetimos, sin siquiera darnos cuenta de lo que decimos, y en muchos casos, se hace porque otros lo hacen, sin detenernos a pensar en lo que significa.
Un diccionario define esta palabra diciendo que: «Es un sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo». Otro explica el concepto de esta manera: «Es un sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y la unión con otro ser».
Alguien también escribió que «el amor es una decisión». El Diccionario bíblico ilustrado de B&H dice que: «El amor es la intención y entrega altruista, leal y benevolente hacia otra persona». Es necesario señalar que el concepto del amor está profundamente arraigado en la Biblia. Hasta el punto de que el apóstol Juan, en 1 Juan 4:8 dice que: «…Dios es amor».
En griego se usaban tres palabras para referirse a la palabra amor, de ellas solo se usan dos en el Nuevo Testamento: philleo y agapao. La primera para referirse al amor que se siente por un amigo o familiar, en Juan 5:20 se usa para expresar el amor de Dios el Padre hacia Jesús. La segunda con sus derivados se usa para expresar un amor incondicional, de manera especial hacia Dios.
En el Nuevo Testamento los apóstoles Juan y Pablo son los que usan y se refieren más ampliamente a esta palabra. Juan describe lo que es el amor y el apóstol Pablo expone sus características, es él quien señala que el amor es: «un fruto del Espíritu» (Gálatas 5:22), es decir, una muestra o prueba del obrar de Espíritu Santo en nuestras vidas. Es Jesús la mejor expresión del verdadero amor y es precisamente Él quien nos da un nuevo mandamiento: Juan 13:34: «…que os améis unos a otros«. Este nuevo mandamiento apuntaba a la «shema» Deuteronomio 6:4,5 que los judíos repetían y ponían en la entrada de sus casas.
Hoy día, se añade el aspecto comercial para celebrar el Día del Amor. En verdad, es hermoso que se celebre un día del amor, pero los cristianos estamos llamados a amar los 365 días del año, no solo un día. Cuando en la ciudad de Antioquía se les llamó por primera vez a los seguidores de Jesucristo «cristianos», fue para señalar que «parecían ‘pequeños’ Cristos». En realidad, nosotros estamos llamados a imitar a nuestro Señor en todo y a obedecerlo. El problema que tenemos con el mundo no es que tratemos de ser semejantes a Cristo, es que no logramos ser suficientemente semejantes a Él.
Amar a quienes nos aman es fácil, pero Jesús nos mandó a amar a nuestros enemigos, a aquellos que nos odian y nos maldicen, a los que hablan mal de nosotros y nos calumnian, a aquellos que propagan chismes en nuestra contra, a aquellos que aparentando ser ovejas son lobos que nos quieren devorar. ¿Difícil? Pienso que sí, es muy difícil, pero esa es nuestra meta. El apóstol Pablo en Romanos 12:9 nos da el tono cuando dice: «Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros». Dios nos mostró Su amor incondicional, cuando nosotros éramos enemigos de Él. Esto fue lo que hizo Jesús en la cruz del Calvario al perdonar a Sus ejecutores. Es muy agradable saber que somos perdonados, y eso mismo es lo que debemos hacer. Romanos 13:10 dice que: «El amor no hace mal al prójimo» … Pero no es tan fácil ni agradable cuando somos nosotros los que tenemos que tirar al olvido aquella ofensa de la cual nos hemos estado agarrando para ignorar y quizá hasta odiar un poco al ofensor.
Fue el apóstol Juan quien escribiera la descripción más sublime del amor de Dios que se haya escrito y que a la vez, establece la meta de la clase de amor que deberíamos sentir. Dice Juan: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16).
Sin dudas, es inimaginable entregar a un hijo para salvar a un enemigo arrepentido. Pero así es el amor de Dios.