
El llamado de Cristo a sus discípulos no fue solo una misión para unos pocos, sino un encargo que abraza a todo creyente nacido del Espíritu. La Gran Comisión no es un mandato reservado a ministros o líderes, sino una tarea confiada a toda la iglesia: ser testigos fieles del Evangelio, enseñando a guardar todo lo que Jesús nos ha mandado.
Hoy vivimos el cumplimiento del anhelo de Moisés: que todo el pueblo de Dios fuera profeta, que todos hablaran impulsados por el Espíritu Santo. No hemos sido llamados a anunciar nuevas revelaciones ni a levantar palabras humanas, sino a proclamar la Palabra eterna de Dios con verdad, humildad y amor.
Cada uno de nosotros, como parte del cuerpo de Cristo, ha recibido poder para ser su voz en medio de este mundo que clama por redención. Ser embajadores del Reino implica vivir en obediencia, hablar con sabiduría bíblica, y llamar a otros a reconciliarse con Dios.