Los presidentes de Estados Unidos, por lo general, se hacen millonarios, luego de su retiro, dando charlas. Fácilmente, levantan cientos de miles de dólares por una charla de menos de una hora. Pero Jimmy Carter decidió dedicarse a dar clases en la escuela bíblica dominical de su iglesia. ¿Imaginas que tu clase bíblica te la diera un Presidente de los Estados Unidos? Habiendo sido Presidente, él se sujetaba a su pastor. No iba a ningún lugar, si su pastor no lo enviaba.
Antes y durante su presidencia, él tenía una costumbre muy curiosa. De tiempo en tiempo, llamaba a alguien de manera aleatoria y le decía: esta noche quiero dormir en tu casa. Él quería mantener el contacto con el pueblo y ver lo que el pueblo vivía. Si recibieras esa llamada, ¿qué preparativos harías? ¿Estaría tu casa arreglada para recibirlo?
Si sería impresionante recibir al Presidente en tu hogar, cuánto más impresionante debe ser para ti pensar que en tu hogar habita la presencia de Dios. ¿Es tu casa digna de recibirle? ¿Está lista para recibirle? Dios se goza en lo simple siempre que sea lo mejor que tienes, pero ¿lo deseas al grado tal que le demuestres que lo quieres en su casa?
Hay una actitud que tú debes tener para poder disfrutar realmente de la presencia de Dios.
“Después le apareció Jehová en el encinar de Mamre, estando él sentado a la puerta de su tienda en el calor del día. 2 Y alzó sus ojos y miró, y he aquí tres varones que estaban junto a él; y cuando los vio, salió corriendo de la puerta de su tienda a recibirlos, y se postró en tierra, 3 y dijo: Señor, si ahora he hallado gracia en tus ojos, te ruego que no pases de tu siervo. 4 Que se traiga ahora un poco de agua, y lavad vuestros pies; y recostaos debajo de un árbol, 5 y traeré un bocado de pan, y sustentad vuestro corazón, y después pasaréis; pues por eso habéis pasado cerca de vuestro siervo. Y ellos dijeron: Haz así como has dicho. 6 Entonces Abraham fue de prisa a la tienda a Sara, y le dijo: Toma pronto tres medidas de flor de harina, y amasa y haz panes cocidos debajo del rescoldo. 7 Y corrió Abraham a las vacas, y tomó un becerro tierno y bueno, y lo dio al criado, y este se dio prisa a prepararlo. 8 Tomó también mantequilla y leche, y el becerro que había preparado, y lo puso delante de ellos; y él se estuvo con ellos debajo del árbol, y comieron.” Génesis 18:1-8
En todos estos libros lo que vemos es la obra redentora de Cristo a través de tipos. Pero no es en esto que vamos a enfocarnos. Hablemos de cuando Dios visita tu casa. Dios no quiere que tu casa sea un hotel, un lugar donde Él pernoctar para luego seguir; Él quiere que sea morada, un lugar donde Él pueda habitar. Pero hablemos de las visitas de Dios que la Biblia nos muestra, entendiendo que cuando Cristo dice que se va, lo que añade es: los voy a hacer moradas. Él hace de ti su morada. Todo esto, teológicamente hablando, es muy profundo. Pero veamos unos detalles.
Dios visita a Abraham; más adelante, a Sara; luego, a Jacob. No visita de esta misma manera a Isaac; se le apareció Dios, pero para decirle que no fuera a Egipto. A través de estas visitas, vemos la construcción de la permanencia de Dios con nosotros.
La historia del momento en que Dios visita a Abraham es un clásico ejemplo de un verdadero servicio hospitalario. Los judíos son hospitalarios, les gusta tener la casa llena. Esta historia nos muestra la disposición de servir de Abraham, nos muestra el esfuerzo de la hospitalidad, y vemos que ser hospitalario es también costoso. Tú no debes nunca perder tu disposición a esforzarte y a pagar el precio. Sé hospitalario.
Lo que vemos en Génesis 18, nadie debate que fue un encuentro de Abraham con Dios. Dice claramente que Jehová se le apareció. Pero ¿dónde se encontraba Abraham? Abraham estaba sentado a la puerta de su tienda en el calor del día. En el capítulo anterior, Abraham se había circuncidado, tenía la señal del pacto; ya tenía a Agar y a Ismael, y tenía un pacto; dios le había dicho: voy a hacer algo contigo. Venía de varias cosas que ya estaban pasando en su vida, pero él se encontraba a la puerta de la tienda, esperando algo que iba a pasar.
Lo primero que tú tienes que tener es la actitud de que algo va a ocurrir. Nada de lo que te ha pasado, nada de lo que has hecho hasta hoy, nada de lo que has trabajado y de lo que Dios ha hablado contigo te debe desanimar. Todo lo contrario; todo eso lo que debe es ponerte a la expectativa de que algo va a pasar. Sin importar el calor del día, las cosas que estén pasando; tu actitud tiene que ser: si me dijiste que ibas a hacer algo, algo vas a hacer, y aquí estoy esperando a la puerta, listo para cuando te me aparezcas, para cuando tenga un encuentro contigo, para cuando te vea, ir a tu encuentro y recibir lo que tienes preparado para mí.
“2 Y alzó sus ojos y miró, y he aquí tres varones que estaban junto a él; y cuando los vio, salió corriendo de la puerta de su tienda a recibirlos, y se postró en tierra,” Génesis 18:2
Abraham tuvo la actitud de esperar con expectativa, y la de correr a recibirlos. Demostró pasión. Se postró en un acto de humillación. Era Dios quien había llegado allí. Cuántas veces se habrá aparecido Dios y tú, por estar encerrado en la carpa, no lo has visto. De la misma manera que Dios no se mete en la cueva con Elías, y hace que él salga de la cueva para hablarle, Dios nunca le habló a Abraham en su carpa; siempre lo provocó a salir para tener un encuentro. Pero qué triste que estés esperando y cuando Él aparezca no estés corriendo y no tengas la actitud correcta de humillarte delante de Él. Dios está aquí. La pregunta es cómo está tu corazón. ¿Reconoces que lo necesitas, que es lo que estabas buscando?
En el siguiente verso, pasó de estar humillado, a la actitud de un siervo, para rogarle: no pases de tu siervo. Ten la actitud de decir: que no pase esta semana sin que algo cambie en mi vida. Cuántas cosas pasan delante de ti, y tú no aprovechas la oportunidad. Pasan cosas delante de ti de parte de Dios y tú te mueves a lo próximo. Pero esta oportunidad, tú no la puedes dejar pasar porque no se repite; vendrán otras, pero esta, no se repite.
El día que tienes la oportunidad de un encuentro con Dios, tú no lo puedes dejar pasar.
Abraham había entendido algo que no todos entienden; para que el Señor se quede, hay algo que todos tenemos que hacer. Nunca se ha tratado de que Dios no quiera encontrarse con nosotros, sino de que decimos que queremos encontrarnos con Él, pero no hacemos lo que tenemos que hacer para que se quede.
Tres cosas demuestran esta actitud de Abraham. Ya Abraham sabe que es Dios; él ya estaba con la expectativa de que algo ocurriera, y salió con pasión al encuentro, y se humilla; pero eso es solo el comienzo.
Estás esperando que algo pase, sales corriendo y tienes un encuentro; la pregunta es si se queda aquello que está pasando. Y la respuesta es que se queda, si tú haces que se quede. De lo contrario, pasa lo que Dios tiene para ti.
En Génesis 18, vemos un momento en que se le aparece Dios a Abraham “y he aquí tres varones que estaban junto a él.” Abraham salió corriendo a la puerta a recibirlos, les ofreció y buscó agua, lavó sus pies, trajo pan, corrió por vacas y dio un becerro tierno al criado para prepararlo.
La única manera en que tú demuestras que verdaderamente quieres que Dios se quede es por cuántas veces corres de un lado a otro buscando y haciendo lo que tienes que hacer para los preparativos.
Corre, haz y dalo todo con tal que aquello que Dios tiene no vaya a pasar sin quedarse. Que lo que está pasando aquí y ahora no se vaya de tu casa. Tienes que estar dispuesto a limpiar los pies, limpiar tu casa, tu vida; tienes que estar dispuesto a correr; y tienes que estar dispuesto a amasar pan nuevo y buscar un becerro tierno, a dar lo mejor porque hay algo que Dios quiere hacer en tu vida y la de los tuyos.
8 Tomó también mantequilla y leche, y el becerro que había preparado, y lo puso delante de ellos; y él se estuvo con ellos debajo del árbol, y comieron.” Génesis 18:1-8
En otras versiones, ese último verso, dice: se mantuvo de pie debajo del árbol. Luego de correr de lado a lado, Abraham se quedó de pie porque, si necesitaban algo más, él estaría listo para salir corriendo a buscarlo. Esto fue Abraham, el padre de la fe; pero a veces nosotros tenemos actitudes incorrectas. Dios está sentado hoy en el trono, y tú deberías estar de pie, diciendo: dime, Señor, para dónde tengo que correr, qué tengo que hacer, para dónde tengo que ir; porque lo que está pasando, de mi casa no se va.
¿Estarás tú dispuesto a hacer lo que se requiere de ti para que Dios y lo que Él tiene para ti no solo pase sino que se quede en tu vida?