Salmo 42:5, 11 La palabra “alma” aparece 6 veces en este salmo, por lo tanto, este será el tema dominante. Note que el salmista le hace dos preguntas a su alma (vers. 5. 9) para indicarnos que nadie es inmune a esos momentos que sacuden las fibras internas. Los hombres que más cerca caminaron con Dios no escaparon a esta pregunta. Moisés, considerado entre los hombres más grandes que haya tenido la tierra, le preguntó a Dios se hizo esta pregunta (Números 11:12-15).
La carga de dirigir una congregación tan grande y tan llena de quejas y murmuraciones, le agobió de tal manera que quiso “tirar la toalla”. Elías, el hombre que mató a los cuatrocientos profetas de baal en el Monte de Carmelo, y quien, huyendo de la malvada Jezabel, no escapó a esa pregunta.
Después de un día de camino, y tirado debajo de un enebro, se hizo la misma pregunta. Job, el hombre más santo de la antigüedad, después de haber sufrido hasta el extremo por algo que no sabía dijo: “¿Hasta cuándo?”. Nadie escapa a esos momentos de perturbación del alma.
La pérdida de un trabajo, un accidente, un eventual divorcio, la muerte de un ser querido, etc., nos lleva a la pregunta de hoy. Esto nos lleva a un abatimiento del alma. ¿Por qué sucede? El abatimiento del alma es un sentimiento de desesperación horrible, de pasividad y de apatía.
Puede llegar a ser un continuo estado de tristeza, una actitud que nos dice que nada está bien o que nada vale la pena. Es como un sentimiento que a nadie le importo, que nadie me entiende o nadie me acepta. En este salmo vemos a un hombre “tocando fondo”, profundamente deprimido.
Al leer el salmo, pronto descubrimos que este hombre tenía una crisis familiar donde el blanco habían sido sus hijos. Y tenía una crisis en su gobierno producto de todo lo anterior. Nos hará muy bien estudiar al salmista y su pregunta y buscar en el mismo salmo una respuesta que nos ayude.
EN ESTA PREGUNTA SE NOS REVELAN TRES RAZONES DEL ABATIMIENTO DEL ALMA La ausencia del agua viva (vers. 1).
Nada es más desesperante que la sensación que produce la sed. Los expertos han dicho que lo máximo que una persona puede durar sin beber agua son tres días, y aunque ha habido sus excepciones, ese estado produce la muerte.
La desesperación de este ciervo por las aguas tenía que ver con dos enemigos: los externos (depredadores) que seguían su olor para devorarlo, y el otro era la sed interna que lo devoraba por dentro. “Las corrientes de las aguas” lo libraban de ambos enemigos, pues además de satisfacer su sed, esa misma corriente lo lavaba de su olor y los depredadores no lo conseguían.
Así que el salmista toma la figura del ciervo que busca “las corrientes de las aguas”, las que más satisfacen la sed, para comparar su ansia por la comunión con Dios. El salmista por ser un hombre de una profunda comunión con su Dios parece haber llegado a un momento de tal desesperación que siente que su alma se abate y se turba dentro de él por no encontrar el agua viva de la comunión son su Padre celestial.
Nada es más placentero que la comunión con Dios, pero de igual manera, nada es más triste y desesperante que estar fuera de ella. ¿Ha experimentado su alma este abatimiento? ¿Tiene esta clase de sed por la comunión con Dios? ¿Brama usted con este deseo en su corazón?
Sentirse lejos del Señor (vers. 2).
Si David escribió este salmo, ya sabemos la manera cómo el convocaba a la adoración en el santuario, diciéndonos: “Venid, aclamemos alegremente a Jehová; cantemos con júbilo a la roca de nuestra salvación… Venid, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor” (Salmo 95:1, 6). Pero ahora él no está en el centro de esa adoración, está lejos.
Alguna gran pena de su alma le hizo estar alejado de la adoración; se piensa que sería la persecución de Absalón. Y es tal su desesperación que mientras va hablando del dolor que le queja, exclama como lo hiciera el Señor camino a la cruz: “Dios mío, mi alma está abatida en mí”.
Amados, un dolor físico no puede ser comparado con el abatimiento del alma. Así que el camino para levantarse tiene que ver con la pregunta: “¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?”. Esta pregunta revela una lucha personal, pero también un firme deseo de no durar más tiempo en ese estado de alma.
Vea que no es Dios que le dice que regrese si no él mismo. Un genuino creyente jamás podrá encontrar descanso sino viniendo a su Señor. Y en esa turbación del alma lo que más conmueve son los recuerdos de las bondades de Dios (vers. 6). Un creyente sin la comunión con Dios es como oveja sin pastor, nada lo consuela.
Las nostalgias que atormentan (vers. 4).
El hombre que escribe este salmo está sigue sumido en un gran abatimiento que ahora lo lleva a evocar una profunda nostalgia de algo que anhela volver hacer. Y es que hay una “remoción interna” cuando evocas al pasado y lo comparas con la situación de lo que ahora te puede estar pasando.
Sin embargo, lo que te hizo feliz en un momento no puede constituirse en un indicador para vivir la vida del presente. Vivir de los recuerdos es cargar con el pasado acuesta. Es verdad que algunas experiencias de lo que hicimos en otros años pudo ser mejor que las de hoy, pero la vida no se detiene.
A lo mejor el recuerdo de nuestros países nos lleva a una incontrolable nostalgia hasta llegar a decir: “Me acuerdo cuando fui a mi pueblo y estaba tan bonito todo, me acuerdo cuando en mi país era un ingeniero y ahora lo que soy es un obrero, me acuerdo aquellos cuando trabajaba como profesor y ahora lo que hago es limpiar casas, o, me acuerdo de mi ex-esposo o ex-esposa, o me acuerdo de mi casa, de mi carro, de mis amigos…” hasta llenarse de nostalgia, que, en lugar de hacerme bien, me hace mal. Cuando las cosas no salen como quería, puede atacarnos la frustración y se abata el alma. Esto profundiza nuestro estado.
EN ESTA PREGUNTA DESCUBRIMOS LOS TRES INTENSOS SUFRIMIENTOS DE UN ALMA ABATIDA
Alimento de lágrimas (vers. 3).
Este versículo pareciera contradecir una popular canción que dice: “Ni una lágrima más”. Por lo general las lágrimas se asocian con la pena, pero lo cierto es que cualquier emoción puede provocar lágrimas. Hay lágrimas de tristeza, de rabia, de despecho, pero también hay lágrimas de alegría, de admiración. Aquí tenemos a un hombre llorando intensamente.
En su propia autobiografía nos dice que pasaba “día y noche” en este estado. Su ser fue estremecido por abundantes lágrimas cuyo origen tuvo que ver con una fuerte depresión del espíritu. ¿Se ha alimentado alguna vez solo con sus lágrimas? ¿Han sido ellas su pan de día y de noche?
La Biblia ha descrito el llorar para la noche y la alegría para el día. Y hay situaciones donde el llorar sustituye el alimento. Hay un abatimiento del alma que parecieran no tener consuelo. Sin embargo, la promesa para aquel que llora en su soledad es que el Señor convertirá sus lágrimas en gozo (Isaías 61:3) y muy pronto ya no habrá más lágrimas (Apocalipsis 21:4). Pero mientras esperamos ese día el alma abatida podrá decirle al Señor: “Pon mis lágrimas en tu redoma” (Salmo 56:8). Las lágrimas son reales. El abatimiento del alma tiene en los conductos lagrimales su vía de escape.
“¿Dónde está tu Dios?” (vers. 3b).
Esta pregunta que hacían sus adversarios tenía que acentuar más el abatimiento de su alma. El salmista vivía oprimido por la gente que se burlaba de él y lo ridiculizaba al preguntarle qué había pasado con el Dios de su paz y de su confianza.
En una crisis del alma es donde se pone a prueba el temple del cristiano. Y si alguien no es capaz de soportarla, sino que la exterioriza con los que no saben de las bondades divinas, entonces el reproche a su fe aumentará su dolor.
Cuando un creyente está deprimido lo último que quisiera es que alguien se burle de él preguntándole dónde está el Dios del cual habla y a quien adora. Algunos como si fueran enviados del mismo Satanás vienen, a lo mejor después de una gran pérdida, y te dicen: “A ver ahora que perdiste el trabajo ¿dónde está tu Dios? Ahora que tu hijo ha muerto ¿dónde está tu Dios? Ahora que has quedado solo ¿dónde está tu Dios?”. Y así, mientras la persona lo que más necesita es de consuelo, su abatimiento se acentúa. Ah, pero el creyente sí sabe dónde está su Dios, la fuente final de su consuelo. Él sabe que su Dios no se ha perdido.
“Todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí” (vers. 7).
Aunque el salmista no vivió la misma experiencia de Jonás (2:3), su condición emocional y espiritual es como si anduviera en un descenso vertiginoso, que al ser echado en el “mar del abatimiento”, siente que todo lo malo de ese momento pareciera arrastrarle y llevarle de un sitio para otro.
¿Qué estaba pasando con el salmista? Él era la causa de sus propios males. Cuando le preguntamos a nuestra alma por qué te abates o te turbas dentro de mí, debemos hurgar en lo más profundo para descubrir que muchos de nuestros males tienen que ver con nuestra condición; que hay algo en nosotros que está impidiendo que Dios nos bendiga.
Si las “ondas y las olas” están pasando sobre nuestra vida, ¿por qué no buscar en el interior lo que está haciendo mal que retiene la bendición del Señor? Jonás sabía que él era el responsable que esas ondas pasaran por él. Dios no ha cortado su brazo para bendecirnos, pero nuestros pecados pudieran haber hecho separación entre los dos (Isaías 59:1-2). Algunos sufrimientos del alma los provocamos nosotros mismos. Por qué no buscamos en nosotros mismos.
EN ESTA PREGUNTA ENCONTRAMOS LAS TRES SALIDAS PARA EL ABATIMIENTO DEL ALMA
Esperar en Dios (verss. 5, 11)
El hombre que escribe este salmo está profundamente abatido, pero sabe que todavía no se ha terminado todo. Es por eso por lo que en medio de sus intrigantes preguntas, tales como: “¿por qué te has olvidado de mí? ¿Por qué andaré yo enlutado por la opresión del enemigo?” vers. 9; o la misma pregunta de nuestro tema, él dice: “Espera en Dios porque aún he de alabarte”.
Hermanos aquí yacen todas las respuestas a nuestras desesperanzadas preguntas de por qué se abate nuestra alma. Alguien ha dicho que el camino para olvidar nuestras miserias es recordar al Dios de nuestras misericordias. Es cuando decidimos esperar en Dios tomando el camino correcto de regreso.
Cualquier otro atajo que se haga antes es invitar una derrota en la vida. No se anticipe a lo que ya Dios le tiene preparado. Aunque sienta que su alma está abatida, no haga nada que interrumpe el plan de Dios. Espere en él (Hebreos 11:1). No ayude a Dios en su plan. Isaías 28:16 dice que él que cree, no se apresure. El diablo trabaja a corto plazo, más Dios quiere que esperemos en él, a largo plazo. La espera en Dios no nos deja sin respuestas.
Confiar en sus misericordias (vers. 8).
Cuando el desánimo se ha apoderado de nosotros nada será mejor que afirmar el gran amor que Dios nos tiene vers. 8: “De día mandará el Señor su misericordia…”. Note lo extraordinario de esta oración. La Biblia relaciona las misericordias de Dios con las mañanas. Ya el profeta de antaño había dicho: “Porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana…” (Lamentaciones 3:23).
¿Por qué esta aseveración? Porque se trata de una provisión oportuna, tempranera, antes que comencemos el día. Bien pudiera usted estar pasando por un estado de desánimo, e incluso de depresión de acuerdo con el tono de este salmo, pero nunca faltarán las misericordias del cielo. En los versos 5 y 11 el salmista llama a Dios como “salvación mía y Dios mío”.
De manera que, aunque en sus preguntas pareciera sentirse abandonado por su Dios, nunca deja de creer en la soberanía absoluta de Dios sobre toda su adversidad. Pudiera ser que “tus ondas y tus olas” pasen sobre ti, pero tus misericordias están presentes.
Pudiera ser que “ande enlutado por la opresión del enemigo”, pero de “día mandará el Señor sus misericordias”. Pudiera ser que algunos me pregunten: “¿Dónde está tu Dios?”, pero de “día mandará Jehová sus misericordias”. He aquí la medicina para mi alma abatida.
Canto en la noche en lugar de lágrimas (vers. 8).
La otra parte de este texto dice: “Y de noche su cántico estará conmigo, y mi oración al Dios de mi vida.”. ¿Siente usted que su alma está abatida y turbada? Entonces, levántese en alabanzas a su Dios. Ninguna medicina cura más rápido el desaliento en un cristiano que el sacrificio de la alabanza que traemos al caer la noche.
¿Por qué el salmista habla de una alabanza por la noche? Porque si hay alguna hora cuando el desánimo, la soledad y la melancolía trabaja más, es por la noche. Cuando nuestra alma está abatida y turbada, nada le hace más bien que cantarle al Señor. Pablo y Silas estaban presos por causa del Señor. Aunque era cierto que sus almas pudieron estar atribuladas por la opresión del enemigo, ellos “cantaban himnos a la media noche” (Hechos 16:25).
El salmista está buscando una esperanza llena de júbilo. Por lo tanto, esta es una oración-canción y una canción-súplica, una canción al “Dios de mi vida”. Es decir, una canción rogando por su vida. ¿Sabe usted cuánto poder hay en la alabanza y en la oración? Capaces de vencer a un ejército.
Por qué cree usted que en el libro de Job se pregunta: “¿Dónde está Dios mi Hacedor, que da cánticos en la noche…?” (Job 35:10). Porque en la canción de la noche solo Dios es el canto. Se cantará de su amor y de su obra.
Apreciado hermano, ¿por qué te abates? ¿Por qué estas turbado? ¿Por qué andas como enlutado todo el día? ¿Dónde está el Dios todopoderoso que cambió tu vida? ¿No te ha declarado su amor eterno? ¿Acaso no te ha dicho que el no es hombre para mentir ni hijo de hombre para arrepentirse? ¿Por qué te abates? ¿Por qué te turbas?
¿En quién has puesto tu confianza? ¿Por qué temes lo que te puede hacer el hombre? Observa que el salmista después de predicarse así mismo dice: “Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío”.
Dios y solo Dios es quien transforma el abatimiento de tu alma. El salmista, a lo mejor pasando por una experiencia parecida, dijo: “Saca mi alma de la cárcel para que alabe tu nombre” (Salmo 142:7).