Muchas cosas pueden hacerse pasar por verdaderas, pero fallan cuando se examinan más de cerca. Jesús aborda este desajuste en un episodio impactante de los evangelios: la maldición de la higuera (Mt 21:18-22; Mr 11:12-14, 20-25). Vemos en este milagro que lo que está en juego no solo es el hecho de que la higuera no produce fruto, sino que da una impresión de ser fructífera y no lo es.
Análisis del episodio
Jesús entra en Jerusalén en medio de la exaltación de las masas reunidas para la Pascua. Por la mañana, mientras viajaba desde Betania, vio una higuera «con hojas». A estas alturas de la primavera, la mayoría de las higueras no habían desarrollado frutos maduros (Mr 11:13). Pero este árbol en particular llama la atención de Jesús porque ya estaba cubierto por completo de hojas. Es una higuera precoz. Su follaje indica que iba a tener higos tempranos.
Con esa expectativa, Jesús inspecciona el árbol. Se siente inmediatamente decepcionado. Lleno de hojas, pero no hay ningún fruto. Toda la expectativa, ninguna satisfacción.
En un sorprendente giro, Jesús maldice el árbol y hace que se marchite desde las raíces, para que no vuelva a dar frutos. Nos toma por sorpresa; esto parece sorprendentemente fuera del carácter de Jesús, el que recibe a los niños, el sanador compasivo y el que calma las tormentas.
¿Qué aprendemos de esta peculiar escena?
A primera vista, es una lección sobre el poder de la oración fiel (Mt 21:20-22). Pero hay algo más entre bastidores. La maldición de la higuera, una especie de parábola, es también una sobria advertencia para nosotros, al menos en dos sentidos.
1. La falta de frutos conduce al juicio
En todo el Antiguo Testamento se describe a Israel como la viña, el árbol o la plantación de Dios (Jue 9:8-15; Is 3:14; 5:1-7; Jr 12:10; Ez 17:2-10; 19:10-14). Como cualquier israelita dedicado a la agricultura sabía, las primicias de la cosecha pertenecían a Dios (Éx 23:19; Neh 10:35-37), lo que ayuda a conceptualizar su relación con Dios: como Su propia plantación especial, debían dar fruto espiritual como pueblo del pacto (Sal 1:3; Jr 17:8-10). La fecundidad de Israel (literal o no) no es la base de su relación con Dios, ya que es Dios quien da la fecundidad (Dt 7:13; 28:4). La falta de fruto es una señal de la maldición de Dios por su rebelión (Dt 11:17).
Esta metáfora fundacional de la salud espiritual de Israel florece vívidamente en la era profética. Había llegado el momento de que el pueblo de Dios diera el fruto que bendijera al mundo (Is 27:6). Varias veces los profetas describen a Dios inspeccionando a Israel en busca de «higos tempranos», como señal de fecundidad espiritual (Mi 7:1; Jr 8:13; Os 9:10-17), pero no encuentra «Ni higo temprano que tanto deseo». Así, en los dos exilios (el asirio y el babilónico), Dios derrama la maldición de la esterilidad (Os 9:16) e Israel se convierte en un higo podrido (Jr 29:17).
Pero no todo está perdido. Dios promete que un día volverá a plantar a Israel y volverá a producir higos sanos (Jl 2:22; Am 9:14; Mi 4:4; Zac 8:12; Ez 36:8).
Con este trasfondo de imágenes en la mente de los discípulos de Jesús se habrían encendido inmediatamente las bombillas al recrear la historia de Israel al maldecir la higuera.
La higuera infructuosa nos remite a puntos anteriores del ministerio de Jesús, cuando el pueblo de Dios fue llamado a producir frutos espirituales (Mt 3:8-10; 7:16-20; 13:8; Lc 3:7-9). Jesús buscó a los hijos de Dios con compasiva seriedad (Lc 13:34). Las multitudes judías, reunidas para celebrar el pasado acto de redención de Dios (la Pascua/el éxodo), aclamaron a Jesús como «rey» mientras encabezaba un nuevo éxodo en un asno cargado de significado (Zac 9:9).
La restauración escatológica ha llegado. Todo se está alineando. Los frutos de Israel se cosecharán ahora; la bendición se derramará ahora. Mientras que el resto de las naciones, las otras higueras, aún no están en sazón, este árbol está «con hoja». Tanto Mateo como Marcos, al «intercalar» el episodio de la higuera, enfocan el objetivo en el lugar en el que todo se desarrollará: Jerusalén.
- Mateo: Jerusalén → Higuera → Jerusalén
- Marcos: Higuera → Jerusalén → Higuera
Salvo que no hay fruto. La higuera ha fracasado una vez más. La celebración de la Pascua, el tumulto, las multitudes, los cantos; todo es un espectáculo. Jesús entra en la casa de oración de Dios y la encuentra como una «cueva de ladrones» (Mr 11:17). Mucha acción, mucho ruido, pero ninguna justicia. Hojas, pero ningún fruto.
Por lo tanto, al inspeccionar el árbol sin fruto, Jesús vierte el juicio divino a través de dos actos-señales: el acto futuro de maldecir el templo y la metáfora promulgada de maldecir el árbol.
2. Piensa en tus propios higos
Pero no todo está perdido. Cuando los discípulos le piden a Jesús que les explique lo que acaba de ocurrir, Él cambia de tema y habla de la oración. ¿Por qué? Aunque todavía no lo entienden del todo, ellos serán los nuevos cuidadores del pueblo de Dios (Mt 21:33-45). Serán el instrumento mediante el cual Israel se transformará, cuando el núcleo judío de seguidores de Cristo extienda sus ramas por todo el mundo y dé fruto en todas las naciones (a partir de Hechos). Como enseña Jesús aquí, lo harán por el poder de la oración fiel.
Por lo tanto, la maldición de la higuera no se refiere solo al Israel histórico. Se trata de nosotros. Se trata de todo el pueblo de Dios a lo largo del tiempo.
La expectativa del Antiguo Testamento de que el pueblo de la alianza de Dios diera frutos no se marchitó en aquel camino entre Betania y Jerusalén cuando aquella pobre higuera encontró su destino rápido. De hecho, el mandato de que el pueblo de Dios dé frutos espirituales se ha intensificado en la nueva era, no se ha debilitado (Jn 4:36; 15:2-16; Ro 1:13; 6:21; Gá 5:22; Fil 1:11; 4:17; Heb 12:11; Stg 3:17). No para ganarse el afecto de Dios por la jardinería, sino para producir aquello para lo que nos hizo (re)nacer.
Este pasaje no solo nos recuerda que un cristiano, por definición, debe producir frutos espirituales (aunque solo sean pequeños higos tempranos). También trata de la amenaza y la tentación de las falsas pretensiones de fruto.
La higuera, al igual que los bulliciosos patios del templo durante la Pascua, estaba dando un buen espectáculo y eso era aún peor. Una cosa es la falta de frutos fuera de temporada. Otra cosa es carecer de ellos mientras se finge tenerlos.
Así que estemos advertidos.
Nuestra vida personal puede parecer que está «en hoja». Nuestras hojas pueden parecer las de una supermamá, un ganador, una familia perfecta, el mejor cristiano con una agenda repleta de actividades ministeriales. Pero la raíz puede estar marchita. Puede que no haya fruto de santidad ni intimidad con Dios. Lo que es peor: nuestras hojas pueden incluso engañarnos.
Nuestras iglesias pueden estar haciendo lo mismo. Las hojas de una iglesia pueden parecer impresionantes: asistencia en crecimiento, campañas importantes, pastores inteligentes y música impresionante. Pero ¿qué encontrará el Señor al inspeccionarla de cerca? ¿Encontrará solo hojas? ¿O encontrará también higos?