Traigo buenas noticias. ¿Conoces al Jesús de la Biblia? ¿Tienes una relación personal con Él?- Mi hermano F.B. sabe cuándo hacer las preguntas. Para los cristianos profesos las respuestas podrían ser sencillas; para el incrédulo religioso que no conoce a Cristo, evidentemente, no.
En el mundo son muchos más los religiosos que creen en cualquier cosa menos en el único Dios verdadero y en su hijo Jesús. Por eso siempre valdrá la pena sumergirse en la oscuridad religiosa del mundo intentando plantar la semilla del Evangelio. Aun siendo Cristo rechazado, la semilla puede haber caído en buen terreno y el Espíritu de Dios tiene poder para desatar las almas vencidas por la epidemia mundial de la muerte espiritual.
Escamas cayendo de los ojos para ver por primera vez la luz; lágrimas de gozo y gratitud a Dios. Cristo haciéndose visible en la predicación de la Buena Noticia. Declaración de guerra espiritual contra las huestes de las tinieblas. Irritación del diablo por invadir su territorio. Y el Señor, irresistible, haciendo reconocer al impío y al religioso sin Cristo, su condición de desnudez y perdición.
-¿Cree en Dios?
–Sí, creo.
-¿En el Dios de la Biblia?
– ¿Y ese quién es?
– ¿Cristo?
– ¡Ah, sí, he oído hablar de él! Es que “yo creo en Jesucristo, pero a mi manera”.
Mi hermano F.B. se rasca la cabeza y entiende el desafío. Sólo de mirarnos un instante, sabemos que debemos abrirnos paso entre la multitud para llevar al paralítico a los pies de Jesús, aunque haya que abrir un agujero en el techo para lograrlo. A pesar de los escribas de estos tiempos. A pesar de la multitud que se detiene a las puertas de la salvación, pero no da el paso definitivo. Una multitud que quisiera probar a Jesús “a su manera”, pero prefiere continuar de paso por la vida como oveja que no tiene pastor. Ahora veo un significado evangélico a aquella expresión del que dijo una vez que “la religión era el opio de los pueblos”. Sin Cristo en el centro de la salvación, la religión estalla de emociones, pero se queda sólo a nivel de la corteza cerebral y produce los efectos del opio.
Casi todo el mundo se piensa justo, intachable, sin necesidad de sanidad en el alma. Una buena parte dice conocer a Cristo y por eso se declara cristiano. Mi hermano F.B. lo sabe y repite una y otra vez las mismas preguntas:- ¿Pero… tiene Ud. una relación personal con Jesús?-. -¿Camina Ud. con Él?-
Se requieren claras respuestas. Es el momento decisivo. Vemos descender al Espíritu Santo cuando la gente calla la respuesta que no puede dar y comienza su tarea graciosa de convencer de pecado al pecador.
-¿Quisiera Ud. comenzar hoy una relación personal con Cristo?- Pregunta F.B. con ternura.
-¡Ah, ahora entiendo que se trata de Cristo y no de mí! ¿Necesito hacer algo para establecer esa relación?- -¡No, ya Cristo lo hizo todo en la cruz, Él pagó lo que Ud. no podría pagar ni con su propia vida! Usted sólo necesita aceptar Su amistad por medio de la fe!- afirma el evangelista F.B. con delicadeza y seguridad. F.B. y yo conocemos el silencio que produce el Espíritu cuando comienza a trabajar en el corazón que está a punto de rendirse por el poder del Evangelio y la gracia arrolladora.
Apocalipsis 3.20 suena como dulce susurro de Dios al oído del pecador que se arrepiente. El ambiente de llena de muchos “amén”, de lágrimas y gemidos y gozo del corazón. Mi hermano F.B. sonríe y me invita a salir afuera. Oración de gratitud inevitable. Sentimos el abrazo del cielo que ni él ni yo merecemos y las fuerzas renovadas para tocar la próxima puerta y hablarle a la gente del Señor. Se trata de Jesús; de su historia, de su inclinación por dar vida al que estaba muerto, gozo al falto de esperanza, luz al que habita en las tinieblas.
¡Dios te bendiga!