En nuestra vida pasan cosas como estas y no siempre estamos preparados para enfrentar un plan B, lo digo por experiencia personal, cuesta mucho aceptar que las cosas no salgan como las concebimos y estoy segura que esto no me sucede solamente a mí; la impaciencia ha sido mi compañera por mucho tiempo y doy gracias a Dios porque de alguna manera ha trabajado en esta área de mi vida y la ha ido transformando.
Siempre que mis planes daban al traste, me airaba, invadida por una sensación de malestar profundo y lo peor, comenzaba a luchar contracorriente y con mis propias fuerzas para al final terminar desfallecida y frustrada.
En el andar con Cristo uno aprende a reposar ante los giros bruscos e inesperados de nuestros planes y los “¿porqué?” se van desvaneciendo siendo sustituidos por la fe. Comenzamos a decir “Señor, tú tienes algo mejor” o “Esto no era de tu agrado” y nos sometemos a su voluntad con plena conciencia de su omnisciencia o ¿no sabrá el creador lo que conviene a su creación?
Seamos cautelosos con los planes, estos deben ser presentados a Dios en oración y Él irá mostrando su voluntad. Con certeza puedo decir que cuando nuestro plan no es conforme a la voluntad de Dios, no prosperará y no lo culpemos a Él por esto, como algunos tienen por costumbre, sino meditemos en lo que seguramente nuestro Padre nos está protegiendo porque ni siquiera en nuestras oraciones pedimos siempre lo que nos conviene (Romanos 8.26)
Incluso en algunas iglesias se cometen errores como llevar una contabilidad para saber a cuantas personas le predica cada hermano, viví esa experiencia en una iglesia en la que el saludo antes de entrar era: “Mi hermana, ¿a cuantas personas le predicó esta semana”? La primera vez que esto me sucedió quedé turbada y no supe qué contestar, en ese tiempo yo trabajaba como Psiquiatra en una consulta en la cual veía 20 personas diariamente y a todas de una forma u otra les hablaba del Evangelio, pero si yo decía eso, ¿realmente me hubiesen creído?
Hoy no me importaría responder porque mi compromiso es vertical y sé que Dios sabe todo de mí y es lo que importa, pero pienso en todos los hermanos que aun hoy pasan por estas situaciones y se sienten muy mal cuando tienen que decir -“A uno” o en el peor de los casos mentir para mitigar la vergüenza ante los hombres, pero ¿qué de la vergüenza para con el Padre por mentir?
La sensación de ser juzgado con una mirada de desconfianza es fatal para algunas personas, no hagamos nunca a un hermano pasar por esto, Dios sabe todo de él y es Dios quien añade a su iglesia a los que van a ser salvos (Hechos 2.47).
No podemos predicar por cumplir una norma o un plan, proclamar el Evangelio es mucho más que una meta, es una necesidad de todo cristiano y más aun, es nuestra razón de ser.
Pongamos nuestros planes siempre ante el Rey para que Él sea quien los apruebe y no te rebeles cuando decida que deben ser cambiados, solo Él sabe lo que conviene a su pueblo y sus planes son perfectos.