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Pero ahora mis ojos te ven

Muchos de nosotros fuimos criados en ambientes religiosos en nuestros hogares. En Cuba se habla de una religiosidad popular. Ese brebaje de religiones donde lo tradicional venido de África y el animismo llegado de Francia de la mano de Allan Cardec, se funde con el credo apostólico-romano y se complica mucho más con la inserción de las sectas y sociedades secretas –herencias también africanas y europeas -. En mi niñez el abecedario comenzaba con la cruz de Cristo. Los niños decíamos Cristo, A, B, C, D… y así hasta llegar a la Z. Cristo primero y después las letras. Al igual que en toda la América Latina, el cubano promedio era religioso. Cuando visitábamos a los abuelos, era casi obligatorio pedirles la bendición a los ancianos antes de marcharnos. -La bendición abuela-. –Que Dios me lo bendiga-. Los ambientes familiares estuvieron durante mucho tiempo marcados por aquel tipo de religiosidad, pero de la Biblia jamás se hablaba y Dios resultaba ser un hombre bueno que cuidaba a la gente, pero no se veía por ninguna parte, sino en lo altares hechos por manos de hombres. Aparecía en las navidades en forma de un niñito, pero el resto del año se desaparecía. ¿Alguna coincidencia con la realidad y la vida real en tu país o en otro que conozcas? Así lo recuerdo yo y esto es muy personal.

Después llegaron los aires ateístas a mi tierra y las cosas se pusieron feas. Creer en Dios era una ofensa al materialismo y a sus dioses (Marx, Engels, Lenin). Si decías que creías en algo fuera de este contexto, estabas condenado a una vida miserable, eras un excluido social. Un grito como de guerra irrumpió en la vida de los cubanos, era como una advertencia para todos: “la religión es el opio de los pueblo”, y firmaba un tal Vladimir Ilich Lenin, un líder ruso que aparecía en los libros de textos como un dios abrazando a los obreros y a los niños con una mirada tierna y compasiva.

Como en una buena parte de este mundo de hoy, Dios fue sacado de las escuelas y de la vida del hombre y Cristo nos fue presentado por aquellos años como un héroe de novela de final feliz, irreal y místico. El hombre instituyó leyes y resoluciones para suplantar la Ley de Dios, pero de nada sirvió. Por lo menos en Cuba los cristianos decimos hoy: Dios nunca se fue de esta tierra. Hoy por hoy, el cristianismo (el del señorío de Cristo sin acompañantes y no otro) se fortalece cada día y el crecimiento que ha propiciado Dios es notable. Las propias autoridades del país estiman que algo más del 10% de los cubanos son cristianos fieles y organizados y esto significa que somos más de 1 millón en una pequeña isla del Caribe con apenas 11 millones de personas.

Dios se ha glorificado en la aventura del hombre por negarlo o sustituirlo. Por estos días se desarrolla un Censo en mi país. Antes – en Censos anteriores en Cuba- el censado debía contestar una pregunta en los formularios de rigor: -¿Tiene Ud. (o practica) alguna creencia religiosa? ¿Cuál?-. Hoy, esa pregunta parece ser no muy importante porque si se hiciera, podría haber muchas sorpresas.

Todavía hay muchas sociedades que se precian de ser cristianas, pero se han quedado en lo que han oído de Dios y perdieron la visión del todopoderoso. Ojalá sea un mal temporal como lo fue en Cuba. Yo era uno de los que sabían de Dios sólo de oídas pero no lo había visto hasta que Él se fijó en mí hace apenas 10 años. ¡Yo tenía tanta necesidad! Me subí al sicómoro de la gracia para verlo pasar (¡cuántas veces pasó por mi lado y me escondí para que no me viera!) y sucedió el milagro.

El 10 de Octubre, los cristianos en Cuba hemos celebrado el Día Nacional de Oración por la Salvación Espiritual de Cuba. Te invito a recordarnos en tu oración. Yo también estaré orando por las naciones que perdieron sus ojos para ver a Cristo, o por los que nunca los han tenido para verlo pasearse por el lindero de sus destinos. Que algún día puedan decir como Job: De oídas había oído de ti, pero ahora mis ojos te ven. Por tanto, me retracto, y me arrepiento en polvo y ceniza. (Job 42:5-6). Yo lo hice, y desde entonces, a pesar de los tropezones en mi caminar con Cristo, mis ojos “le han visto” más de una vez. Para el que cree en Dios y le ama por fe, su presencia se hace visible.

¡Que Él te bendiga!

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

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