Éxodo 14 es uno de los pasajes más memorables en toda la Escritura. Allí se nos relata la ocasión en que el pueblo de Israel se encontraba literalmente entre la espada y la pared. Detrás de ellos, tenían la espada del ejército de Faraón. Dios le había endurecido el corazón al monarca egipcio, para que renegara de su promesa de dejar ir al pueblo hebreo. Ahora, venía lleno de ira para destruir al pueblo de Dios con su poderoso ejército. Delante de ellos, los hebreos tenían una pared de agua, el infranqueable Mar Rojo, la cual les impedía el paso.
Todo parecía perdido. Los judíos, como tantas otras veces en el futuro, comenzaron a renegar de Dios y a quejarse. En ese mismo momento, Moisés comenzó a infundirles ánimo, llamándoles a mantenerse firmes y poner la mirada en la fidelidad de Dios: “Y Moisés dijo al pueblo: No temáis; estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros; porque los egipcios que hoy habéis visto, nunca más para siempre los veréis. Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos”.
[pull_quote_center]Pero Moisés dijo al pueblo: «No teman; estén firmes y vean la salvación que el SEÑOR hará hoy por ustedes. Porque los Egipcios a quienes han visto hoy, no los volverán a ver jamás.» Éxodo 14:13[/pull_quote_center]
Moisés invitaba al pueblo a no ceder al pánico, a no comenzar a correr indisciplinadamente de un lugar a otro. Debían permanecer firmes, honrando con su fe y su aplomo al Dios poderoso que los había sacado de Egipto con mano firme y brazo extendido. Cualquier otro tipo de comportamiento de parte del pueblo hubiera sido una deshonra para el Dios de Israel.
Muchas veces, permanecer firme es una forma poderosa de glorificar a Dios. Con esa postura, declaramos nuestra confianza en su fidelidad y poder. Además, es una manera de preservar nuestra propia dignidad como soldados en el ejército del Dios vivo. El mantenernos firmes en nuestra posición, parados sobre las promesas de Dios, es la única postura honorable para un hijo o una hija de Dios, aun cuando la carne nos invita a tirar la espada, dejarnos poseer por el pánico y abandonar huyendo el campo de batalla. Para el soldado cristiano la huida, simplemente, no es una alternativa.
En el salmo 11 el rey David, un guerrero experimentado y valiente, declara: “En Jehová he confiado; ¿Cómo decís a mi alma que escape al monte cual ave”? En otras palabras, si verdaderamente hemos confiado en Jehová, tenemos que encarar al enemigo y mantener firme nuestra profesión de fe. Cualquier sugerencia de huir debe ser recibida como un verdadero insulto.
Si nos paramos firmes sobre la palabra de Dios, cultivando una postura de paz y confianza en sus promesas, inevitablemente veremos su salvación en nuestras pruebas y dificultades.
Por tanto, sométanse a Dios. Resistan, pues, al diablo y huirá de ustedes. Santiago 4:7