El pueblo de Israel se encontraba exiliado en Babilonia. Lejos de su tierra, de sus costumbres y de todo lo que conocían como hogar. Era un tiempo difícil, marcado por el dolor, la incertidumbre y la pérdida. En medio de ese caos, el profeta Jeremías llevó un mensaje directo del corazón de Dios:
“Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis.” (Jeremías 29-11)
Era una promesa que rompía la desesperanza. Dios no había olvidado a Su pueblo. A pesar de todo, seguía obrando detrás del telón de la historia. El exilio no era el final.
Hoy, siglos después, ese mismo mensaje sigue vivo. También nosotros atravesamos momentos donde la vida parece perder sentido: sueños que se rompen, planes que se detienen, oraciones que parecen no tener respuesta. Pero Jeremías 29-11 resuena con fuerza para cada uno de nosotros: Dios tiene pensamientos de paz, no de mal. Él no se ha retirado del control de nuestras vidas, ni se ha desentendido de nuestros dolores.
Esta promesa no nos libra de pasar por el fuego, pero nos asegura que el fuego no nos destruirá. Que hay un “fin esperado”, un propósito divino que supera nuestras circunstancias presentes.
Confiar en el plan de Dios no siempre es fácil. Pero es ahí donde la fe se vuelve más real: cuando decidimos creer aun sin entender, descansar cuando todo dentro de nosotros quiere correr, y esperar cuando parece que nada se mueve.
Hoy, este versículo no es solo un mensaje bonito para colgar en la pared. Es un ancla para el alma. Una invitación a seguir adelante con esperanza. Porque incluso cuando tú no ves salida, Dios sigue viendo el propósito.
Gracias, Señor, por tus pensamientos de paz. Ayúdame a confiar, incluso cuando el camino no tenga sentido. Amén