Si los pastores evangélicos se meten a políticos, sufre la iglesia y sufre la sociedad civil.
Iglesia y Estado son dos esferas de intervención sobre la sociedad, y no se deben confundir. La misión del Estado es promover el bien común de la ciudadanía (Rom.13.3-4), mientras que la misión de la Iglesia es formar discípulos según el modelo de Jesucristo (Mt.18.19-20). El Estado opera sobre la esfera de las leyes y la coerción (Rom.13.4), mientras que la iglesia opera sobre la esfera de la conciencia (Hch.4.19-20). El Estado exige que la Iglesia, en cuanto institución social, se someta a las regulaciones generales (Mr.12.17), a la vez que la Iglesia ejerce una voz profética para denunciar cuando el Estado se aleja de los principios de justicia (Stgo.5.1-6).
Lo que conviene al Estado es que los pastores, como representantes del reino de los cielos, se mantengan al margen de la política partidarista a fin de cumplir imparcialmente su misión profética. Lo que conviene a la Iglesia es que los gobernantes, como representantes del orden legal, no se inmiscuyan en los problemas de conciencia a fin de no caer en el totalitarismo.
La Biblia tiene suficientes indicaciones sobre la conveniencia de que los pastores no se metan en política partidarista.
En primer lugar, “no se puede servir a dos señores” (Mt.6,24), por lo que mal haría un pastor ‘dedicado a tiempo completo’ entreteniéndose con política partidarista, pues, o descuida su espacio como pastor, o descuida su oportunidad de hacer campaña. Es lo que luego dice Pablo con toda claridad: “Ninguno que milita se embaraza en los negocios de la vida a fin de agradar a aquel que lo tomó como soldado” (II Tim.2.4).
En segundo lugar, ‘no es justo descuidar el trabajo de discipulado por el ajetreo político’ (Hch.6.2). El dilema no oscila entre pecado o virtud, sino de una correcta división del trabajo, pues no se pueden jugar todas las bases, sobre todo si se quiere jugar bien. La sociedad necesita pastores imparciales que sepan pastorear a los políticos de todos los bandos, y no solo a los que siguen alguna bandera.
En tercer lugar, el pastor tiene que resistir a la tentación del poder, como lo hizo Jesús (Jn.6.15). Va a ocurrir muchas veces que el político se quiera aprovechar del prestigio de un pastor exitoso, pero es más probable que el pastor termine enlodándose a que el político realmente mejore su imagen pública. Lo mismo ha sucedido con muchos artistas al meterse a políticos: al final se desprestigian tanto que ni siquiera su mismo partido los puede aprovechar. Fue por eso que Jesús afirmó de forma tajante: “mi reino no es de este mundo” (Jn.18.36).
En cuarto lugar, algunos pastores ignoran “el poder del evangelio”(Rom.1.16), y suponen que la política es el único medio de transformar la sociedad. En realidad, la necesidad más grande que tiene cualquier país es la de formar ciudadanía responsable, y esto se ajusta perfectamente a la misión de la Iglesia. La crisis política actual no es solo de los políticos, sino principalmente de las iglesias que no han sabido discipular y ser voz profética de Dios en medio de una sociedad perversa.
En quinto lugar, es muy mala exégesis (Deut. 17.14-15) la consigna de votar por un ‘hermano’.
Lo que ese pasaje reclama es soberanía, y no afiliación religiosa. Si los católicos solo votan por católicos, pierden los evangélicos, y si los evangélicos solo votan por evangélicos, no actúan correctamente. Lo que menos importa en estas elecciones es el calificativo religioso de los candidatos. “Por sus frutos los conoceréis” (Mt.7.20) dijo Jesucristo. Lo importante, en consecuencia, no es el color con que yo me pinto, sino la manera como yo actúo.
En estas elecciones, por lo tanto, no se trata de votar por pastores ni por cuestiones de religión, sino por propuestas y el expediente de cada candidato.