Articulos

Para que el mundo crea

A veces obramos como si el Dios que tenemos fuera diminuto. Hay una preciosa alabanza de un adorador latino que, como si el propio Dios estuviera hablándole al que la escucha, pregunta Dios ¿Qué imagen me vas a hacer si no sabes mis medidas?

La primera vez que oí aquello, recordé los muchos altares donde yo mismo acomodaba a los dioses -que una vez adoré – a las dimensiones del atrio hecho por manos humanas. Yo no me canso de disfrutar a mi Cristo y darle gratitud por lo que hizo por mí. Sí, nuestro Dios no tiene medidas; no hay vara, ni codo que lo pueda medir. Él rompió todos los moldes de la imaginación humana y no hay medida exacta para calcular su plenitud. Pero esto no basta como concepto; hay que trabajar sin descanso para que el mundo crea.

El mundo, que según el Diccionario Hispano-Americano de la Misión, es ‘la esfera de la sociedad humana que reúne todas las fuerzas operativas que se oponen a la voluntad de Dios’, continúa su curso desenfrenado en franco desafío al poder, majestad y plenitud de Cristo, y se resiste a creer. Muchos vienen a las iglesias como si fueran oficinas de trámite con acceso directo a Dios para buscar solución a sus problemas, pero cuando les hablas de Cristo y les invitas a la reflexión sobre su pecado y a procurar una nueva vida abundante, te improperan en la cara y se mueven hasta la próxima iglesia. Muchos tienen éxitos y logran resolver sus problemas materiales de vez en cuando, pero jamás llegan a creer; nunca alcanzan a conocer a Cristo y se pasan la vida peregrinando oficina tras oficina (de iglesia en iglesia) en busca de un Dios cuyas dimensiones ya calcularon de antemano. Sí, yo sé tanto como Ud. que la obra de convicción de pecados la hace el Espíritu de Dios y no nosotros y que el tiempo es de Dios y todas esos clichés que repetimos una y otra vez, pero a veces estos mismos argumentos aparentemente “tan piadosos y cargados de espiritualidad”, se erigen como excusas para no colaborar con Dios y hacer lo que nos toca.

Para que el mundo crea, cada uno de nosotros tiene que jugar su papel. Para que el mundo crea, tenemos que sentir amor por los perdidos y buscarlos. Dios es demasiado grande para caber en una botella y nosotros muy poca cosa para intentar manipularlo. Cuando Pablo llegó a Corinto desde Atenas, se dedicó por entero a la predicación de la palabra y una noche Dios le dijo en una visión: «No temas, sino habla y no calles; porque yo estoy contigo… y tengo mucho pueblo en esta ciudad» (Hechos 18:9 –10). Dice Lucas que Pablo se quedó en Corinto un año y seis meses enseñando la palabra de Dios.

¿Cómo actuar para que esas fuerzas operativas que se oponen a Dios, primero crean y después busquen sus bendiciones? En Cuba, mi país, movidos por las tantas necesidades y escaseces (materiales y espirituales), la iglesia se nutrió en los años 90 del pasado siglo de una increíble multitud de personas que llegaron a ella solicitando ayuda material, pero por la gracia de Dios fueron cautivados por la belleza del amor de los unos por los otros y la solidaridad cristiana. Creyeron primero, gracias a la diligencia y la sabiduría de púlpitos bien defendidos por ministros llenos del Espíritu Santo; después el Señor se encargó de añadir bendiciones de lo alto a los convertidos. El resto – quizá la mitad – resolvió sus situaciones personales, pero salió por la puerta de atrás y la mayoría todavía anda sin Cristo.

Para que el mundo crea: tenemos que ser uno: La gloria que me diste les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno (Juan 17:22), debemos dar testimonio de vivir en Cristo: Como tú, oh Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste (Juan 17:21), debemos ser perfectos en unidad (Juan 17: 23) y sobre todas las cosas debemos dar testimonio del amor de Dios (Juan 17:26).

Tenemos que definirnos como cristianos dentro del collage (mezcla desordenada) de tendencias, sectarismo, falsas doctrinas y púlpitos improvisados que sufre el llamado protestantismo de nuestro tiempo. Mientras no lo hagamos, hacemos a Dios enano. Los nuevos tiempos han parido a un nuevo tipo de “protestante” que ya no busca a Dios creyendo que ya lo encontró hace tiempo y por tanto se comporta como un incrédulo y vive del cuento de sus glorias pasadas. Un teólogo cuyo nombre no recuerdo dijo: “Si lo que hiciste ayer todavía te parece grande, es posible que tu crecimiento se hasta detenido”. Así las cosas, mucha gente se ha quedado enana. Pero tú y yo tenemos la respuesta para que el mundo crea. Nuestra definición teológica debe ir acompañada de humildad, de mansedumbre sincera. El mundo llegará a creer. Nuestro Dios es demasiado grande. No sabemos sus medidas, pero a su vez tan benigno, tan sencillamente sublime que decidió alojarse en nuestro corazón.

¡Dios te bendiga!

Fuente:
Faustino de Jesús Zamora Vargas

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.

Botón volver arriba